Capítulo 14: El amor no es inherente a lo eterno

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Pensé que mi cerebro olvidaría cómo respirar cuando vi que mi padre llegó a la sala de espera del hospital

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Pensé que mi cerebro olvidaría cómo respirar cuando vi que mi padre llegó a la sala de espera del hospital. Él usaba su bata blanca y gafas de marco delgado, una expresión preocupada invadía su rostro, y esta cambió a fastidio cuando se posó frente a mí.

No supe si comencé a temblar por la fiebre o por el miedo a su reprimenda.

—Christian —me llamó con frialdad, una que, a diferencia de la de siempre, se sentía igual a una bofetada—. ¿Cómo sucedió? —Cruzó los brazos.

Abrí la boca lo más que me lo permitió mi garganta irritada, pero no salió nada. Mi padre se quedó expectante, sin embargo, al ver que yo no decía palabra alguna, volvió a su expresión de molestia.

—¡Christian! —exigió al mismo tiempo que hizo un ademán con las manos—. Dilo ya, no es momento para tus tonterías.

Me grité en silencio que todo era mi culpa.

—Lo siento. —Me quité las gafas y limpié la suciedad con mi camiseta, fue más un tic para esconder mi nerviosismo que por falta de claridad en mi visión—. Yo estaba en el cuarto y escuché un golpe, entonces bajé, la vi y llamé a una ambulancia. —Soné como un autómata, quizás era el recurso de mi mente para evitar caer en desesperación.

Mi padre resopló, conteniendo su desprecio. A mí las manos me temblaban hasta para regresar mis gafas.

—¿Por qué no fuiste a la escuela?

—Perdón, no me sentía muy bien.

—Ajá —bufó, sarcástico—, y el viernes también, ¿verdad?

«Sí», respondí en mi mente.

—Christian, hay que agradecer que nada les sucedió a Alice y a tu hermana. —Aquella revelación calmó en buena medida mis ansias.

—¿Qué fue lo que le pasó? —cuestioné en un susurro—. En la mañana la noté un poco débil...

—¿La viste mal? —me interrumpió de golpe.

—Algo así... Lo siento.

—¿Y por qué no me avisaste? —Volvió a exigir mi contestación, fui capaz de ver la frustración y coraje en sus ojos verdes.

«Porque me ocupé en mí y en mis tonterías», pensé la respuesta.

—Pudiste haber evitado todo esto —increpó—. Eres un bueno para nada, si vas a faltar a clases porque sí, asegúrate de ser de utilidad en casa.

Los ojos se me escocieron, pero no se llenaron de lágrimas. Otra vez, solo percibí ese ardor en mi garganta que me quemaba vivo y por dentro.

—Lo siento.

—Deja de disculparte por todo —se acomodó en la silla que se hallaba a mi lado y fijó su atención en la pared azul de enfrente—. Vete de aquí —ordenó—, no quiero verte. Ve por ahí a donde siempre te vas a perder el tiempo en estupideces.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Where stories live. Discover now