Capítulo 4: Black Sunrise

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—Fuiste tú —afirmó, jadeaba debido al cansancio, había corrido tras de mí—

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—Fuiste tú —afirmó, jadeaba debido al cansancio, había corrido tras de mí—. No me sorprende —sonrió, estupefacto.

Aun si hubiese tenido la contestación perfecta en la punta de la lengua, sabía que lo mejor que podía hacer era callarme, mantenerme a la espera de que cualquier desgracia sucediera o de recibir de una maldita vez la puñalada bajo mis costillas.

Creo que Beckett sintió compasión por mí y cambió su expresión severa por una sonrisa amable. Un gesto sincero de alcohólico simpático. Él puso ambas manos sobre mis hombros para evitar caerse por la ebriedad.

—¿Cuántos años tienes? —me interrogó.

—Acabo de cumplir dieciocho, ¿por qué te importa? —No comprendí el motivo de su pregunta, pero no podía pedirle coherencia.

—Solo quiero hablar sobre lo que pasa entre nosotros —dijo con sorprendente elocuencia—. Aclarar los problemas, llegar a un acuerdo y entrar en algún bar, que estoy hartándome del puto frío.

«Ojalá, Beckett nos enseñara borracho y simpático, no sobrio y cansado de su vida», pensé.

Estábamos cerca. Podía respirar su aliento alcohólico y, bajo la luz del poste, noté la claridad de sus iris.

—¿Qué dices? —preguntó, me zarandeó un poco debido a su inestabilidad y una vez se repuso, soltó una risita—. Podemos arreglarlo con unos tragos.

Tenía el «no» en mi cabeza, este viajó por las conexiones de mi cerebro hasta la punta de mi lengua, no obstante, cuando abrí la boca, solo solté un chillido que Beckett interpretó como una respuesta positiva. Él se separó, empezó a caminar hacia el frente y me hizo una seña para que lo siguiera. Tuve la oportunidad de retractarme, pero como dije, es muy fácil convencerme de hacer cosas que no quiero.

Había un perpetuo silencio y solo se escuchaba el crujir de las hojas secas al aplastarlas. Las calles se mantenían oscuras, nada más nos iluminaban los postes de luz y una que otra ventana abierta con el foco encendido. Pensé que en realidad era una trampa, que no me llevaría por unos tragos, sino a un callejón escondido, lejos de toda persona que pudiera escuchar mis gritos. Él sacaría una navaja de su chaqueta y me apuñalaría hasta matarme. Imaginé mi cuerpo desangrado en las noticias al día siguiente y la cara que pondría mi padre al enterarse.

A pesar de todo, no escapé, las piernas no me respondían para girar, pero sí para seguir a Beckett, quizás era resignación.

El ambiente dejó de ser lúgubre, se llenó de luces neón y música a todo volumen. Beckett se detuvo frente a un bar cargado de iluminación blanca. Desde donde estábamos podía escuchar a una banda tocando en vivo y el parloteo de los de dentro. Él me esperó para entrar e hizo una seña, pidiéndome que me acercara. El gorila que cuidaba la puerta me miró de forma sospechosa, supongo que era porque ponía en duda mis inexistentes veintiún años, pero no dijo nada.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Where stories live. Discover now