Capítulo 11: Un viaje en máquina del tiempo al pasado

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Tengo la teoría de que nací gracias a que a mi madre le falló el DIU

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Tengo la teoría de que nací gracias a que a mi madre le falló el DIU. Razón por la que crecí con la idea de que lo menos que debía hacer por mis progenitores, sería obedecer a todo lo que me dijeran sin rechistar.

Aprendí bien de los errores de mis padres, así que, mientras escuchaba al hermano menor de Harry andando por todo su patio con un ruidoso silbato, recordé que tenía que seguir ahorrando para esterilizarme. Ese potente sonido anticonceptivo me hizo alabar más la paciencia infinita de la madre de Harry —quien me cuidó por años—, y a entender por qué la mía prefería que alguien más se hiciera cargo de mí cuando niño.

Tomé un trago más de cerveza y recorrí con los ojos la vieja casa del árbol en la que solíamos jugar mi mejor amigo y yo. De parecerme una fortaleza enorme pasó a ser un espacio incómodo, reducido y carente de toda lógica de proporciones.

Cuando Harry cumplió trece años, en lugar de una fiesta, pidió que le dieran dinero. Esa tarde, le pagamos a un señor cualquiera para que nos comprara cigarros y unas cervezas. Nos encerramos en ese fuerte a toser como imbéciles, beber de algo que nos repugnó y sentirnos todos unos adultos.

Ahora, la cerveza ya no me daba asco y había aprendido a fumar para no quedar mal con Jason cuando me invitó un cigarro la primera vez que hablamos.

Llevaba más de cuatro latas desde que empezó la mañana, necesitaba embriagarme un poco para no caer en pánico. Harry estaba a mi lado, contándome cosas que no entendía y haciendo bromas de las que solo reía por compromiso.

Cuando el sonido anticonceptivo se volvió más estridente, Harry asomó la cabeza por la entrada y gritó:

—¡Maldita sea! ¡Ya cállate, George!

El niño no tardó en exclamar a todo volumen:

—¡Mamá, Harry me está molestando!

Escuché a la puerta de su patio abriéndose. Con solo el sonido me hice la imagen mental de la madre de Harry saliendo en pijama de la casa, quizás usando una coleta despeinada en la cabeza y con los ojos todavía lagañosos.

Ella dormía hasta tarde, ya que trabajaba de noche en un bar como mesera, y cuando se levantaba, lo hacía de pésimo humor.

—¡Cierren los dos la puta boca! ¡Quiero dormir! —vociferó la mujer a todo pulmón.

Ese grito me hizo sentir como en los viejos momentos. Pareciera que, en lugar de tomar un autobús en un impulso de idiotez, me hubiese metido a una máquina del tiempo y mi mente viajó rápido por un agujero negro que me llevó hasta ese preciso fotograma de la película de mi infancia.

Después de lo que pasó con Joshua, no encontré valor para presentarme en el instituto y menos en su clase, lo tendría justo delante de mí, clavaría sus ojos azules sobre los míos durante una hora completa y, conociendo mi suerte, seguro pediría que me quedara luego de la sesión para hablar sobre lo que sucedió. Por eso, en lugar de ir al instituto, le sugerí a mi jefe trabajar todo el día. Al terminar mi jornada, en vez de ir a la morada de mi padre, tomé un autobús que me llevó hasta ese pueblo que tanto odiaba.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora