Capítulo 29: El final

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Tenía los zapatos cubiertos de lodo y la piel helada, juraría que mi palidez había adquirido una tonalidad azul, como de muerto

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Tenía los zapatos cubiertos de lodo y la piel helada, juraría que mi palidez había adquirido una tonalidad azul, como de muerto. No dejaba de temblar y tampoco podía respirar con normalidad. Delante de mis ojos las copas de los árboles se agitaban con el viento frío de marzo, la lluvia caía fina sobre mi rostro y lo único que escuchaba era el claxon de los coches en la avenida que tenía al lado.

Pensé incluso en pararme delante de un autobús. 

Mi móvil no dejaba de vibrar, Hannah me estaba buscando, Karen también, e incluso Jason. Sin embargo, no quería hablar con ninguno de ellos y explicarme. Pensé que, en vez de ayudarme, armarían un complot junto con el resto para golpearme y joderme por ser como soy. No lo soportaría una vez más, terminaría por quebrarme de tal forma que acabaría hecho polvo.

Miré la hora, eran casi las doce. Otro número se apareció en la pantalla, era el de Alice y mi desesperación era tal que le respondí.

—¿Dónde estás, Chris? —interrogó, preocupada—. Hannah me llamó para preguntarme si ya estabas en casa.

Me abracé a mí mismo con una sola mano y tomé una gran bocanada de aire, me costaba respirar y creo que Alice lo notó.

—No sé dónde estoy —respondí con la voz entrecortada—, ven por mí.

Ella se quedó callada, supe que no era deber suyo hacerse cargo de mí o tomarse la molestia de salvarme; no era nada mío, solo una extraña amable.

—Mándame tu ubicación —pidió—, dejaré a Heather dormida. Ya sabes que casi nunca se despierta —intentó escucharse simpática para calmarme—. Quédate donde estás y no hagas alguna tontería.

—Gracias.

Mandé la ubicación con mucho esfuerzo, mis dedos temblaban.

—Te quiero —me dijo antes de colgar.

Recargué la espalda en el tronco de un árbol, dejé el móvil en la tierra húmeda y me permití caer sobre esta. Me abracé a mí mismo de nuevo, sentí que acabaría congelándome vivo. Los coches pasaban rápido en la avenida, dejaban un halo de viento frío, que junto con el aire que agitaba los árboles, aumentaban mi malestar. Ni siquiera sabía si me costaba respirar por el viento que hacía o por la crisis ansiosa. Cerré los ojos e intenté concentrarme en algo más, dejar de pensar y disociarme del ambiente.

No supe por cuánto tiempo estuve ahí o si me quedé dormido, solo reaccioné cuando sentí las luces del coche de mi padre encima. El vehículo se orilló delante de mí, tras esto una Alice en pijama bajó. Traía en manos una manta y en lugar de apurarme para que me subiera, corrió hasta donde estaba, sin que le importara enlodarse los pantalones y los zapatos.

Me cubrió los hombros con la manta y luego me ayudó a levantarme. Con la poca fuerza que me quedaba caminé hasta el vehículo y me acomodé en la parte trasera, acostándome en todos los asientos. Ella no me dijo nada por llenar el coche de lodo, solo puso la calefacción y de vez en cuando me hablaba para comprobar que siguiera consciente.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Where stories live. Discover now