Capítulo 41: Nuestro lugar de fantasía

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Cerré los ojos y solté el volante. Tratando de copiar esa escena de Bojack Horseman en la que el protagonista hace lo mismo en su crisis existencial. Como mi vida no era una caricatura, pensé que en cualquier momento nos estrellaríamos contra un auto o nos saldríamos de la carretera. Moriríamos juntos, nuestros cuerpos acabarían destrozados e irreconocibles. Pero al menos perecería en una noche estrellada con el adictivo aroma del bosque de coníferas penetrando mis fosas nasales.

Sentí un fuerte tirón y como mi cabeza y espalda se golpearon en el asiento. Abrí los ojos y Harry era quien sostenía el volante, tratando de mantener el control. Lancé una carcajada al verlo tan angustiado, golpeé mi cabeza con la palma de la mano y me animé a hacer una locura más.

Le cedí el control a Harry y casi saqué la mitad de mi cuerpo por la ventana.

La sensatez desapareció y el deseo de adrenalina volvió a mí. Esa fantasía juvenil de hacer locuras ardía dentro, sin embargo, no me quemaba, solo me exigía y exigía. Tenía la avidez de que todo pasara, pero a la vez de quedarme para siempre ahí. Cerré los ojos y me concentré en el viento golpeando mi cara, en la frialdad de mi rostro y el sonido del motor combinado con la psicodelia de la música de Harry.

Me sentía más vivo que nunca, aceptando por primera vez mi locura y abrazando mis deseos erráticos. Soy un imán de gente loca, porque yo mismo lo estoy. Y a la vez, los únicos con los que disfruto relacionarme del todo es con aquellos que están bien pirados, esos individuos cuya llama interna arde, arde y explota cuál fuego artificial de múltiples texturas y colores. Es una contradicción, pero cómo amo a la gente que es capaz de seguirme en estupideces y arrastrarme a las suyas, aunque yo me niegue.

Cuando el aire comenzó a pesarme, regresé a mi asiento. Retomé el control del volante y me concentré en el frente, de nuevo en las estrellas. No sé todavía si fue por el ataque de adrenalina, pero había tantas que me sentía insignificante, aunque no deprimido por eso. Harry hizo como yo, sacó medio cuerpo y me pidió que acelerara. Estábamos a punto de llegar y solo debíamos ir en línea recta, por lo que decidí dejar a expensas del destino el control del coche y saqué la cabeza por la ventana otra vez.

El aroma a tierra húmeda era más fuerte, el gran manto de agua que era el lago se fusionaba con el cielo, reflejando sus estrellas y dando la ilusión de que estábamos en algún sitio de fantasía donde el espacio exterior era uno con la tierra.

Antes de cometer una imprudencia mayor, volví a entrar y frené de golpe el coche. Insuflé y sacudí la cabeza. Harry regresó, se hallaba aturdido y sonriente, como alguien que acababa de tener el mejor orgasmo de su vida. Bajé del coche con prisas, azoté la puerta y caminé por el pasto mojado hasta acercarme a la orilla del lago, quería guardar esa imagen en mi memoria, cada detalle, mota brillante, árbol y piedra. Tenía que plasmar ese momento para siempre en papel.

Harry no tardó en hacerme compañía.

—Mierda, Chris —mencionó, eufórico—, estás loco, no te recordaba así.

—El Christian que recuerdas se murió —dije sin dejar de mirar al frente, metí las manos en los bolsillos y sentí mi móvil vibrar, preferí ignorarlo—. Lo que viste la vez pasada fue la versión moribunda de ese sujeto.

No había luz más que la de los faros del coche, y eso hacía que las facciones de Harry se vieran más marcadas y sus ojos de un color transparente. Él miró a mis labios, después abrió los suyos y corrió a estamparse contra mí, atrapó con sus manos mis mejillas y plantó su boca en la mía.

Le di un golpe en el hombro para que dejara eso, pero no lo hizo. Me aferré a su espalda con una mano y la otra la enredé en sus cabellos. Harry besaba con miedo, así que me aproveché y tomé el control, moví la lengua e hice que chocara con la suya. Cuando se separó, yo mordí su labio inferior, tal y como Joshua lo hacía conmigo.

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