Su rostro palideció. ¿Estaba enfermo?

—¿Estas bien?

—Si, es...guao. Felicidades. —me dio una sonrisa tensa.

—No explotes de alegría. —ironizó Adam de manera burlona.

—Te veré la semana que viene en consulta. Si me disculpan tengo pacientes que atender. —se fue despidiéndose con la mano de forma breve.

Ambas comisuras de mi boca se estiraron hacia abajo sin saber que bicho le había picado. Tal vez Adam tenía razón y él si estaba interesado en mí. Supongo que lo averiguaré en la próxima consulta.

—Odio que todavía le tengas que ver.

—Estaremos visitando mucho este lugar, así que no tienes otra opción que verme hablando con él. Razón principal por la que no quiero que me acompañes a las consultas de él.

El estómago hizo un ruido anunciando que era hora de comer de nuevo. Había ganado unos kilitos rellenando mis muslos, mis pechos, los brazos. Fuimos a August, era la primera vez que salíamos a comer los tres juntos. Me sorprendió ver la destreza de mi abuela con el menú y los protocolos. Bastante raro para una simple descendiente de unos italianos inmigrantes. Parecía una cortesana. Por el rabito del ojo observé a Adam mirarla en la misma luz que yo.

—No sabía que se te daba bien todo esto. A pesar de que venimos de emigrantes pobres. —dije en voz alta.

—He visto muchas películas y a esto lugares no puedes ir con la cabeza baja. Siempre segura y destilando confianza. —se acercó a nosotros de manera cómplice. —¿No ves como el cuarentón de allá atrás no deja de verme? Es cuestión de minutos a que se haga ver.

Sonreí negando con la cabeza y mis cejas se alzaron cuando el camarero llegó con una botella de champán, regalo del cuarentón.

—Regrésala. Angélica Rinaldi no acepta menos de un Louis Roederer.

Adam alzó la comisura del labio sin decir una palabra.

—Diecinueve mil dolores. Le vas a dar un infarto.

—Veremos si vale la pena. —murmuró con una sonrisa perdida.

El cuarentón abrió los ojos grandes mirado a mi abuela en hito. Habló con el mesero y se fue.

—Lo espantaste.

—No tiene lo que debe tener. —se encogió de hombro. —Tu abuelo era un muerto de hambre cuando lo conocí. ¿Y sabes que me dijo cuando le advertí que solo me tendría cuando me diera esa botella de champagne? —rio despampanante contagiándonos la risa. —No te lo diré, son cosa que ningún descendiente nuestro debería oír. Pasó ocho años reuniendo el dinero a pesar de que me había logrado enamorar. En nuestro cuarto aniversario de casados, me la dio. La botella no era lo importe en esta historia, ni tampoco el dinero, era la capacidad de hacer hasta lo imposible por la persona que quieres y demostrárselo en el proceso aun si sangras por ello. —ella miró a Adam. —No quiero menos para mi nieta.

—No lo tendrá, lo prometo.

Con los ojos aguados por la emoción de la historia, tomé la mano de mi abuela.

—Nunca me constaste eso del abuelo.

—Cariño, no todas las historias deben ser contadas y algunas solo deben hablarse cuando el momento llegue. Ahora, deja esa carita de perrito apaleado y dime que piensas hacer con la escuela.

Nos enfrascamos los tres en los planes que tenía para mi educación. Por suerte salió convencida de que la universidad online sería lo mejor dado que Adam era una persona de negocios que inevitablemente tenía algún que otro enemigo y él no iba a correr el riesgo. Ante eso se echó a mi abuela en un bolsillo.

Marcada Por Un Mafioso©Where stories live. Discover now