Una hora después estaba maquillándome. Me faltaban los zapatos e íbamos un poquito tarde. Todo por culpa del insaciable que quiso una tercera ronda con la excusa de que hoy no podríamos retozar en la mansión.

—¿Mi amor, estás lista? — Entró a la habitación por quinta vez, me le quedé viendo de arriba abajo y la verdad era que estaba para comérselo.

— Si me vuelves a preguntar una vez más, te juro que te lanzo un tacón y créeme tengo buena puntería. — terminé de pasarme el rubor por las mejillas.

Fui directo a los zapatos. Eran una belleza de color negro que jugaba con mi vestido azul.

—¿Te tardarías menos si te llevara descalza? —Posó sus manos en mi cintura dándome besitos en el cuello.

— Nop, pero yo tú, paraba de darme besitos. Nos quedan treinta minutos como mucho.

Fui a la cama cojeando y me terminé de calzar los tacones.

—¡Ves, ya estoy lista! — le saqué la lengua.

—¡Al fin! En serio, no sé qué tanto se demoran las mujeres para estas cosas. —me quedé mirándolo de manera incrédula.

— Si tendrás cara ¿no? ¿Quién fue el que quería segunda ronda? Y después ¿Quién se coló en el baño para una tercera?

— Tú culpa. Andas pavoneándote con el traserito al aire y yo soy un pobre infeliz incapaz de resistirme a ti.

Negué divertida por la cara de cemento que tenía.

Miré los tacones con un suspiro. No había comprado nada de lo que había en ese armario. Solo aparecían aquí por las mañanas cuando me despertaba y casi toda la ropa era de marca muy cara. Una punzada de culpa se extendió por mi cuerpo y pareció reflejarse en mi cara porque Adam estuvo en segundos a mi lado.

—¿Que? ¿Te sientes mal? — preguntó preocupado. —¿Quieres ir al hospital?

Fruncí el ceño. Hacía un par de semanas que no me quitaba los ojos de encima. No me dejaba hacer fuerza, ni subir las escaleras del trabajo, iba a mi oficina cada media hora para traerme jugos y comida saludable. Al principio creí que era un amor, ahora creía que era patológico.

—No estoy enferma. Es solo...estoy usando ropa muy cara últimamente. —su expresión se relajó. — No solía usar ropa así. No me había dado cuenta hasta ahora de que prácticamente estoy usando la ropa de aquí y también que pasé a quedarme unos días a vivir juntos. —solté todo de un tirón. —No lo sé, es como que la realización tocó a mi puerta ahora.

— Toda esa ropa está ahí para que no tengas la excusa de no quedarte por falta de ella porque...—me besó la frente. —me encanta que te quedes conmigo. Despertarme a tu lado, dormirme con tu cuerpo pegadito al mío, verte sonreír cuando hago alguna trastada en la cocina, quedarme mirándote mientras duermes y sentir tus caricias cuando crees que estoy dormido, no hay nada mejor que eso. A eso le llamo felicidad. Y es lo que quiero contigo. Además, este ático que tan hermosamente lo decoraste con tus manos es tan tuyo como mío. —sus manos recorrieron mi cara. — porque todo lo mío es tuyo. Y más ahora.

—¿Más ahora?

— Porque me he encontrado siendo incapaz de vivir sin ti.

Me mordí el labio sintiendo el nudo que eran las emociones en mi estómago.

—Tengo miedo de nosotros y tu mundo. No quiero perderte. Cada que sales a altas horas y no te veo regresar...—los labios me temblaron y el los detuvo con los suyos.

—Solo te puedo prometer que haré lo imposible para volver a ti.

Sabía que no me podía prometerme más y eso me encogía el corazón.

Marcada Por Un Mafioso©Where stories live. Discover now