Capítulo 25: La bodega de Mordor

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—¿Qué hizo ese tipo para ser así de odiado? —pregunté al aire.

Un silencio sepulcral invadió la mesa y las chicas me voltearon a ver. Fue Maddie, una de las porristas, quien contestó mi interrogante:

—Lo arruinó todo. —Ella sopló hacia arriba para quitarse el flequillo de los ojos—. ¿Ubicas la bodega que está en Mordor?

Así era como le habíamos puesto a la zona más alejada del aparcamiento, aquella que era ocupada por los desafortunados estudiantes que llegaban tarde. Necesitabas que alguien te llevara en coche para salir porque te hacías con suerte unos diez minutos caminando desde ahí hasta los salones.

—Antes era donde todos se iban a tomar, a fumar y algunos a follar —continuó Maddie. Al parecer, ninguno de los presentes conocía del todo la historia, ya que nos enfocamos en ella—. Era un asco, la verdad. —Cerró los ojos y frunció en entrecejo—. Entonces, el bocazas de Steve descubrió lo que había ahí en primer año, y en lugar de guardar el secreto, fue y le dijo a la pasa arrugada que tenemos por director.

—Recuerdo eso —añadió Karen con lucidez—, expulsaron a unas diez personas y suspendieron a otras cinco.

Maddie asintió con la cabeza. Hannah seguía concentrada en sus mensajes. Karen, la otra chica y yo, continuábamos absortos en el relato.

—Ya se imaginarán lo que pasó después —prosiguió Maddie. Le dio un sorbo a su bebida, dejando sus labios rojos marcados en la esquina—. Se merece que nadie le hable. —Cuando ella dijo eso, sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal, pensé que la gente en mi otro instituto decía lo mismo de mí—. Aunque creo que se pasaron en algún punto.

Mi nerviosismo cesó, pero solo en parte. Comencé a hacerme teorías sobre mis excompañeros de clase, ¿había alguien que creía que en algún momento se pasaron conmigo? Aun si fuera así, nadie metería las manos al fuego por un extraño, poniéndose en riesgo de que los tratasen de la misma forma.

Al menos yo no lo hubiera hecho.

—¿Y si lo invitamos a sentarse? —sugirió la otra porrista, Emma—. Digo, los involucrados en ese lío ya se graduaron.

Todos —excepto Hannah, que seguía en el móvil—, nos volvimos hacia ella, cuestionándole esa propuesta. Karen y Maddie entendían el asunto, yo no, solo me dejaba llevar por lo que creía debía hacer para simpatizar.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? —Volvió a cuestionar Emma.

—Que ande por ahí revelando nuestros secretos —replicó de golpe Karen—. Además, se rumora que apesta a mierda.

¿También en mi otro instituto dirían eso de mí?

—¿Te gustaría que fuera por ahí a revelarle a todos que se pueden fumar porros detrás de las canchas? —Maddie comenzó a tamborilear con los dedos sobre la mesa.

Como ellas esperaban mi intervención, solo dije:

—Me da igual.

Debía mantener una actitud impávida, aunque en realidad fuese todo lo contrario y me ahogara en nerviosismo.

La discusión continuó entre Karen, Maddie y Emma, mientras yo me quedé callado, imaginando que quizá mis viejas compañeras también discutían así sobre mí. Me recargué en el hombro de Hannah, quien continuaba mensajeándose con Marcus. Alcancé a leer algo de ir a un motel después de ir a Burger King. Noté su expresión fastidiada. Ella bloqueó el móvil, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta de cuero y azotó las manos contra la mesa.

—¡Basta! —exclamó Hannah.

A pesar de su claro enojo, no me moví de su hombro. Las demás detuvieron su discusión, mi amiga era quien tenía la palabra. En lugar de reclamar o añadir algo al debate, ella se giró hacia atrás y miró fijo a la solitaria mesa en la esquina en donde se sentaba Steve. Muchos preferían comer parados a que hacerle compañía en ese recoveco.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Where stories live. Discover now