Han pasado 4 años desde que los señores Ning fueron asaltados y asesinados en su propia casa. Su asesino huyó dejando por descuido a dos menores y un gran trauma en la no tan pequeña Boreum.
Hasta el día de hoy, ella a criado a su hermano como si fu...
Sus labios se pegaban y separaban en pequeños besos, lentos y dulces, en los que se concentraban o se dejaban llevar con los ojos cerrados. Una de las manos de San subió a lo largo de la columna vertebral, recorriendo la hendidura hasta llegar cerca de sus omóplatos. Se crispó bajo sus yemas. Todo era un juego de manos y movimientos. El menor había acercado la pelvis contraria a la suya, enganchando su otro brazo a la cadera de ella.
Los delgados dedos de Ning resbalaron hasta el cuello, donde la clavícula del rubio se marcaba y se escondía dependiendo de el turnismo que habían adoptado sus labios. Tenía la mente cansada y nublada. No entendía ni recordaba nada de lo pasado anteriormente, al igual que no tendría ni idea de todo lo que estaba haciendo en ese momento cuando se despertase. Descendió un poco más, acariciando su pectoral, su abdomen hasta su cintura, aferrándose a la ancha camiseta, al mismo tiempo que lo forzaba a no acabar con el beso.
La sala estaba colmada de sonidos, todos se escapaban, consciente o inconscientemente. Las sábanas se habían arrugado, con cada movimiento un poco más. Y Nun había despertado de su sueño para investigar qué pasaba, a pesar de que la puerta estaba cerrada.
El labio inferior de Boreum fue mordido con cuidado y despacio. Eso la dió un chispazo mental. Estaba besándose con San. En una cama. En su casa. Era la misma situación de hace tiempo atrás pero en un lugar distinto.
Sus dedos soltaron la tela de la camiseta para, introducir su mano bajo ella, pero frunció el ceño reprochándose a sí misma. Se sentía tan bien, y a la vez tan mal. Estaba tocando su suave piel ondulada de nuevo, aquella que contenía su mayor miedo. ¿Quién tenía razón?.
Hacía calor. Era una escusa por la cuál San intentó quitarse la camiseta, más no se le permitió tal ventaja. Ning había retirado su mano de debajo de la camiseta. Sentía como se quemaba por cada segundo que la mantenía. Unos segundos más tarde, él entregó su último beso y la miró directamente a los ojos.
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— Aún quiero saber... si fui la razón por la que te fuiste a Seoul —respiró profundamente, calmando una parte de su alterado pulso— El porqué del tiempo que estuvimos sin hablar... Y a qué se debió tu reacción.
Pestañeó con pesadez, aún si la servía para despegar sus ojos de los, ahora rojos, labios del chico y derivar en los suyos, ocuros, profundos, expresivos...
— Ya te dije. Fui a visitar a Seonghwa — hizo ademán de que volvería a juntar su boca con la contigua, aunque no lo hizo. Malditas ganas contradictorias.
San apartó un mechón de sus ojos para poder analizarla. Su expresión, sus gestos, sus palabras. Era algo despiadado, pero ahora sería el mejor momento para obtener sus respuestas, 100% verdaderas.