Un extraño de piel pálida observa a Jimin en el aeropuerto de Incheon. Él todavía no lo sabe, pero Yoongi es un joven que lo ha seguido durante años. De pronto Jimin se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no haber escap...
Esa noche estabas callado, pensativo. Remojaste los trapos para mis quemaduras, poniéndoles una mezcla de plantas que los hacía oler a hospital. Después de cenar te quedaste de pie junto al fregadero, mirando hacia afuera, hacia la oscuridad. Tu cuerpo estaba tenso. como un cazador a la espera. La luz de la linterna hacía sombras en tu piel. Recogí los platos de la mesa y te los llevé. Te volteaste y me tomaste de la muñeca; por poco tiro todo.
–Era en serio, ¿sabes? –dijiste–. Lo que te dije hoy... fue en serio. Sólo dale seis meses a este lugar, por favor. ¿Puedes esperar ese tiempo?
Retrocedí, zafando la muñeca. Dejé los platos en la banca. Se te hizo una línea profunda en la frente, que arrugó tu piel como un desfiladero. Tus ojos brillaban debajo.
–¿Puedes?
Había en ti esa intensidad tan conocida, esa seriedad. Casi podía creerte. Si hubieras sido cualquier otra persona, no habría titubeado. Moví la cabeza, no asentí, pero tampoco negué.
–Tres meses –dije.
–Cuatro –tu cara se frunció–. Pero, por favor –rogaste–. Tú solo no, no intentes escapar de nuevo hasta que yo te lleve. No conoces bien este lugar –tomaste los platos y antes de abrir el agua desenvolviste la venda que aún traías en la mano derecha–. Es sólo que... para sobrevivir en esta tierra, tienes que amarla. Y eso toma tiempo. Por ahora, me necesitas.
–Lo sé.
Te me quedaste mirando, tan sorprendido como yo por esas dos palabras que había dicho. Pero sí te necesitaba, ¿sabes?
Ya había buscado la forma de escapar por mi cuenta y no había funcionado. Lanzaste un suspiro y volviste a mirar por la ventana oscura.
–Si después de cuatro meses todavía te quieres ir, yo te llevo a la orilla de un pueblo. Pero no me obligues a entrar contigo.
–No querría que lo hicieras –dije, frunciendo el ceño. Como si yo hubiera podido obligarte a hacer cualquier cosa que no quisieras.
Comenzaste a lavar los platos con los hombros caídos. Tus dedos se movían a gran velocidad bajo el chorro del agua.
Vi el pulso en tu cuello latir rápidamente, ese pedacito de vida bajo tu piel pálida con manchitas de sol. Tenías pequeñas pecas alrededor, que bajaban hasta tu clavícula.
–No tengo que entregarte, ¿sabes? –comencé a hablar sin proponérmelo–. Si eso es lo que te preocupa, no tengo que entregarte. Podrías dejarme ir y luego desaparecer; regresar al desierto. Puedo decirles a todos que no me acuerdo de nada; que me dio insolación o amnesia, o algo así. No me voy a acordar ni de tu nombre.
Tus ojos subieron muy rápido hasta los míos, pero se veían llenos de tristeza, como si estuvieran a punto de desbordarse.
Oops! Bu görüntü içerik kurallarımıza uymuyor. Yayımlamaya devam etmek için görüntüyü kaldırmayı ya da başka bir görüntü yüklemeyi deneyin.