Un extraño de piel pálida observa a Jimin en el aeropuerto de Incheon. Él todavía no lo sabe, pero Yoongi es un joven que lo ha seguido durante años. De pronto Jimin se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no haber escap...
Estuve maldiciendo y forcejeando todo el camino de regreso. Te volví a morder. Varias veces. También escupí. Pero no me soltabas.
- Allá afuera te vas a morir, Jimin --gruñiste--, ¿No lo ves?
Te pateé duro, en las pantorrillas y en la entrepierna y en cualquier lugar que pude. Pero no logré que afloras tu brazo. Sólo que me arrastras más rápido. Eras fuerte para ser un tipo que se veía delgado, eras fuerte. Me arrastraste por la tierra, de regreso a la casa. Cargué todo mi peso contra ti, pateando y gritando como una cosa salvaje. Me llevaste por la cocina y me aventaste en el baño oscuro. Golpeé, grité y traté de tirar la puerta a patadas. Pero no tenía caso le pusiste llave por fuera.
No había ventanas por romper. Así que abrí la puerta del fondo de la habitación. Cómo pensaba allí estaba el excusado. Bajé los dos escalones hacia él. El suelo al rededor no tenía tablas, si no solo tierra que volvió a herirme los pies. Tampoco había ventanas: las paredes eran gruesos tablones llenos de astillas con ranuras diminutas entre uno y otro. Los empujé pero estaban firmes. Levanté la tapa del excusado. Adentro había un largo agujero negro que apestaba a mierda.
Volví al baño y revisé el botiquín de arriba del lavabo. Arrojé contra la puerta, lo más fuerte que pude, todo lo que encontré ahí. Un frasco de antiséptico se estrelló y se regó por todos lados, y su fuerte olor llenó el aire. Tus pasos iban y venían del otro lado.
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- No lo hagas Jimin --me advertiste-- . Te vas a acabar todo.
Grité pidiendo ayuda hasta que me dolió la garganta. No es que sirviera de nada. Después de un rato mis palabras se volvieron en sonidos, tratando de bloquearte. Golpeé la puerta con los brazos hasta que me salieron moretones en los codos, y pedacitos de piel se me desprendían de las muñecas. Estaba desesperado. En cualquier momento podías entrar a ese cuarto con un cuchillo, una pistola o algo peor. Busqué protección. Levanté un pedazo de vidrio del frasco de antiséptico.
La puerta dio una sacudida cuando apoyaste tu cuerpo en ella.
- Tranquilízate, Jimin - Dijiste con voz temblorosa -. No tiene caso
Te sentaste en el corredor, enfrente al baño. Lo supe por que alcanzaba a ver tus zapatos por debajo de la puerta. Me senté contra la pared, oliendo el antiséptico y la acidez de la orina en mis pantalones. Después de un rato oí un suave ruido metálico cuando quitaste la llave del cerrojo.
- Sólo déjame solo--grité.
- No puedo.
- Por favor.
- No.
- ¿Qué quieres? --ahora estaba tratando de contener mis lagrimas, hecho bolita. Me limpié la sangre de mi pie, los rasguños y el desastre que había hecho al correr.
Te oí golpear con la mano, o con tu cabeza, la puerta del baño. Oí la sequedad de tu voz.
- No te voy a matar. No lo haré ¿de acuerdo?
Pero la garganta se me cerró más. No te creía.
Entonces te quedaste callado mucho tiempo y me pregunté si te habrías ido. Casi preferiría oir tu voz que el silencio. Apreté un vidrio del frasco de antiséptico tan fuerte, que me empezó a cortar la palma. Luego lo sostuve contra una luz que entraba por una grieta en la pared. En el vidrio había pequeños arco iris. Lo giré de modo que un arco iris bailara por mi mano. Lo presioné con el dedo y apareció una pequeña burbuja de sangre.
Sostuve el vidrio sobre mi muñeca izquierda, preguntándome si podría hacerlo; luego lo bajé con lentitud. Corté una linea en mi piel, a lo ancho. Empezó a salir sangre. No me dolió. No sentía los brazos de tanto pegarle a la puerta. No había mucha sangre. Jalé aire cuando dos gotas cayeron al piso, sin terminar de creer lo que había hecho. Después me dijiste que los efectos de las drogas me llevaron a hacerlo, pero no lo creo. En ese momento estaba muy decidido. Tal vez preferiría matarme yo a que tu lo hicieras. Me pasé el trozo de vidrio a la mano izquierda y alargué el brazo para para ver la muñeca derecha.
En ese momento entraste. Rápido. La puerta se abrió de golpe y casi de inmediato me quitaste el vidrio de la mano y me envolviste en tus brazos, rodeándome con tu fuerza. Te pegué en le ojo. Y me metiste arrastrando a la bañera bajo la regadera
Abriste un poco la llave. El agua era pardusca y salía en borbotes que hacían gruñir las tuberías, tenía cosas negras flotando, retrocedí al rincón. La sangre de mi muñeca se mezclaba con el agua, giraba y giraba. Pero me gustó que el agua estuviera ahí, separándonos, la sentía como una especie de aliada.
Tomaste una toalla de mano de una caja cerca de la puerta y la metiste bajo el agua, hasta mojarla bien. Poco después cerraste la llave y viniste hacía mí. Yo me pegué a los azulejos con grietas, y te grité y te grité que me dejaras en paz. Pero te seguías acercando. Te arrodillaste en el suelo y oprimiste la toalla contra la herida. Me aparté inmediatamente y me golpeé la cabeza con algo. Lo que veo ahora... tus ojos concentrados en algo, en curarme, en protegerme ¿Por que no te podía pensar en otra forma?