《♤》
Antes de que acabaras la frase ya me había ido. Apreté esa llave con fuerza, pensando que vendrías tras de mí en cualquier momento, que me empujarías otra vez al suelo con esos brazos fuertes. No volteé hacia atrás. Corrí por en medio de una planta de sal, las hojas espinosas me rasguñaron la pierna. Me llevé una ramita atorada en el short. Apenas la sentí. Salté sobre un pequeño montículo de termita. Podía ver tu coche estacionado junto a la accesoria de las pinturas con el cofre apuntado hacia el desierto. Sólo esperaba que hubieras dejado algunas cosas en la cajuela... agua, provisiones, gasolina. Salté por la apertura al corral de la camella, que se levantó y trotó hacia mí. Pero la pasé corriendo.
-Adiós, pequeña --jadeé--. Perdóname por no poder llevarte conmigo.
Corrió junto a mí un par de metros, cada zancada suya contaba por unos tres pasos míos. Quise liberarla, pero no podía arriesgarme a perder tiempo. Llegué al coche y metí la llave en la cerradura. No giraba. Estaba demasiado dura. O no era la llave. La giré con todas mis fuerzas para uno y otro lado: casi la rompo. Luego me di cuenta de que la puerta ni cerradura tenía. Jalé para abrirla, hizo un fuerte rechinido, tenía las bisagras rígidas. Miré hacia atrás. Mala idea. Venías caminando de las Separadas hacia mí, tus brazos y la canasta roja se columpiaban a tus lados. No llevabas prisa. No creo que pensaras que sabía manejar, parecías convencido de que no podría escapar. Pero yo sabía que sí. Me subí al asiento del conductor. Azoté la puerta. Metí la llave en la marcha. Mis pies estaban muy lejos de los pedales, pero la palanca del asiento estaba demasiado atorada con arena para ponerme a arreglarla. Me senté en el filo del asiento. El volante estaba tan caliente, que no podía dejarle las manos encima mucho tiempo. No había aire en el coche. Sólo calor. Traté de recordar lo que mi papá había dicho: gira la marcha, el pie en el clutch, la velocidad en neutral. ¿O con la velocidad en primera? Te eché un vistazo. Caminabas más rápido, gritándome algo, pero no te entendí. Ya habías pasado el corral de la camella. Giré la llave. El coche cobró vida con una sacudida y pego un salto enorme sobre la tierra. Y en ese momento en que el coche saltó hacia adelante, pensé que lo había logrado. ¡Ya me iba! Luego el pie se me resbaló, y se paró. Se ahogó. Mi pecho se estrelló en el volante.
-¡Vamos, vamos! --grité, pegándole. Estabas como a diez metros, seguro menos--. ¡Muévete!
Tú también estabas gritando algo. Presioné varias veces los pedales con el pie, meciendo el cuerpo, casi moviendo el carro con mi voluntad. Algo mojado me escurría por las mejillas: sudor o lágrimas, o sangre. Tenías los brazos extendidos hacia mí, en una especie de súplica.
-¿Por qué, Jimin? --preguntabas--. ¿Por qué haces esto?
Pero yo sabía por qué. Era mi única oportunidad. Volví a poner la palanca en neutral. Giré la llave. No sé cómo me acordaba de todo. Era como si una parte diferente de mí, más adulta, mas racional, que recordaba esas cosas, hubiera tomado el control. Pisé el acelerador, no mucho. Y el coche no se ahogó; sólo retumbaba, esperando. El otro día observé sacado el clutch despacio. Traté de hacer lo mismo. Mientras pisaba más el acelerador con el otro pie. El coche rugió. Tomé el volante, equilibrándome en la orilla del asiento. Ya venías, y no sabía cuándo podría irme de ese lugar otra vez. De pronto, te diste cuenta de que, de hecho, podía hacerlo. Empezaste a correr hacia mí. Arrojaste la canasta roja contra el coche y pegó en el techo. Varias ramitas cayeron en el parabrisas. Pero el coche seguía rugiendo, contenido como perro con cadena, esperando escapar. Fui soltando el clutch. Traté de hacerlo suavemente, como tú lo habías hecho, pero las llantas salieron rechinando por la arena. con un derrapon que habría llenado a mis amigos de orgullo. Grité tan fuerte que me sorprende que los equipos de búsqueda no me oyeran.
Pero tú sí oíste. Tenías la cara pegada a la ventana, las manos empujaban el vidrio y arañaban la puerta, tu mirada dura. Pisé más el acelerador y el coche dio un salto como el de un conejo en la arena. Sentí las ruedas girar.
-Jimin, no hagas esto -gritabas, con voz firme y autoritaria-. No puedes hacer esto.
Di un volantazo, pero no te soltaste. Jalaste la manija de la puerta y la abriste un poquito. Estiré la mano y bajé el seguro de golpe. Golpeaste el vidrio con la palma, frustrado. Le pisé hasta el fondo. Con eso bastó. Gritando, caíste de espalda en la tierra; dejaste el espejo lateral colgando de unos alambres, golpeando contra el coche. Te oí gritar tras de mí; tu voz era ronca y desesperada. Y el ancho espacio se abrió ante mis ojos. Giré el volante y me dirigí hacia las colinas sombreadas en el horizonte; el carro derrapaba al girar. El motor rugía, batallando para atravesar la arena.
-Por favor, coche --murmuré--. Por favor, no te atasques.
Revolucioné el motor para compensar. Vi el retrovisor. Estabas de pie. gritando todavía, levantando los brazos hacia mí.
-¡No! Te vas a arrepentir de esto, Jimin!
Te quitaste el sombrero y lo aventaste hacia el coche; te agachaste a recoger piedras y palos y lo que encontraras
y también los empezaste a arrojar. Sentí el golpe de algunas piedras en la cajuela. Tus gritos eran feroces, como de animal salvaje... como si hubieras perdido el control. Apreté los dientes y seguí pisando el pedal. Una roca golpeó la llanta y el auto empezó a patinarse. Eché un vistazo al espejo. Tu cuerpo se agazapaba cuando tirabas, apuntando directo a las llantas, como si quisieras poncharlas. Pero dejé el pedal a fondo para alejarme de ti.
No iba a permitir que me detuvieras.
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Lost In A Lie -《Yoonmin》
FanfictionUn extraño de piel pálida observa a Jimin en el aeropuerto de Incheon. Él todavía no lo sabe, pero Yoongi es un joven que lo ha seguido durante años. De pronto Jimin se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no haber escap...
