+ V E I N T I C I N C O +

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《♤》

Más tarde tomé el cuchillo que había extraído de la cocina. Probé su filo cortando una línea en mi dedo. Imaginé que se deslizaba por tu garganta. Una burbuja de sangre cayó y manchó la sábana. Me incliné hacia la base de madera e hice más ranuras. Calculaba que habrían pasado unos dieciséis días, pero puse una más por si me equivocaba. Diecisiete días.

Cuando desperté, allí estabas.

--¿Listo para ver las separadas? Te llevo hoy.

Fruncí el ceño.

--Ya las conozco.

  Me volteé hacia el otro lado, tratando de olvidar mi fallido intento de fuga, pero rodeabas la cama para verme adondequiera que volteara. Sonreías.

--Pero no las conoces como debe de ser --dijiste--. No has ido conmigo.

  Te fuiste, cuando me levanté, bastante tiempo después, todavía me esperabas en la cocina. Al verme abriste la puerta.

--Vamos --dijiste.

  Así que te seguí. No sé ni porqué. Podría decir que fue porque no había nada que hacer más que contemplar las cuatro paredes, o qué buscaba intentar escapar de nuevo, pero creo que había algo más. Cuando estaba atrapado en la casa, sentía como si ya estuviera muerto. Por lo menos cuando estaba contigo, sentía como si mi vida importara de algún modo... no, no era eso exactamente, sentía que alguien notaba mi vida. Suena raro, lo sé, pero me daba cuenta de que te gustaba tenerme cerca. Y eso era mejor que la alternativa: ese sentimiento de vacío que amenazaba con ahogarme cada hora que pasaba en la casa.
  Te seguí por la arena. Te detuviste al llegar a la cerca y jalaste la parte levantada. Sostuviste la malla para que yo pudiera entrar. Caminamos en silencio hasta la orilla del camino. Esperaste, apoyando la mano en el tronco de uno de los árboles que crecían pegados a las rocas. Yo me quedé un poco rezagado, dejando un metro o dos entre nosotros.

--¿No tienes miedo? --preguntaste--. ¿De entrar?

--¿Debería? --desvié la mirada--. ¿Qué harás?

--Nada, es sólo que... --negaste con la cabeza rápidamente--. Un vaquero de mi padre me contó algo. Dijo que en las rocas de por aquí había espíritus, que tenían una razón de ser y un propósito... me dijo que si no la respetaba, me caerían encima y me aplastarían. Me moría de miedo con esas historias.
 
Diste un par de pasos hasta quedar al inicio del camino. Levantaste la mirada hacia las rocas que se alzaban como torres sobre ti.

--Desde entonces, las saludo antes de entrar, me tomo un momento para avisarles que estoy aquí.

  Tocaste las rocas con el dedo, raspando un poco de polvo, luego lo frotaste entre el pulgar y el índice y te tocaste labio. Me lanzaste una mirada antes de echar andar por el camino.
  Después de un segundo o dos, te seguí. Mantuve una buena distancia. Las piernas me temblaban un poco, y me hacían caminar sobre las rocas con paso inseguro. Otra vez recargue las palmas en esos muros gigantescos y camine con las piernas a los lados de la tubería, no me gustaba el quejido quedo del viento que atravesaba silbando. Y odiaba que el camino para entrar a esas rocas también parecía ser la única salida. Sentí que estaba entrando en una trampa.
  Avanzaste rápido, cuando llegué al claro ya estabas apoyado en un árbol de corteza tosca. Rodabas algo pequeño en la palma de tu mano.

--Nuez del desierto --dijiste.

Me la ofreciste. Era dura como una piedra pequeña, y eso parecía. Pegué con la uña en la cáscara.

--Hablan cuando las cocinas --dijiste--. Cuando la cáscara truena en el fuego, te habla... eso dice la gente. La primera vez que cociné estas nueces, pensé que eran los espíritus de las rocas, diciéndome que estaba a punto de morir.

   Hiciste una sonrisa torcida. Luego te devolví la nuez y te la guardaste en el bolsillo. Volviste a palmear el tronco del árbol al pasar.

--Turtujarti... te da dulce, sal, nueces... también refugio. Acá afuera es tu amiga, o lo más cercano.

  Atravesaste con valor hacia las dos jaulas de gallinas. Abriste la tapa de la jaula principal y pusiste un puñado de semillas y moras en el rincón, luego revisaste que tuvieran agua. Las gallinas se abalanzaron sobre la comida. Te pusiste a buscar huevos y chasqueaste la boca al no encontrar ninguno.

--Todavía no están sanas --murmuraste--. Siguen alteradas por el viaje.

  Pasaste la mano por sus plumas hablándoles suavemente. Vi como tus dedos acariciaba sus cuellos con delicadeza, un poquito más de presión de tus manos fuertes y las estrangularías. Cerraste la tapa. Metí un dedo por la tela de alambre y acaricie las plumas de la que era medio anaranjada.
  Luego revisaste las plantas, asegurándote de que la tubería les estuviera dando agua a ellas también.

--Minyirli, yupuna, tómate de monte... -- les hablabas como si fueran amigos, nombrandolos para que yo los conociera.

  Volteabas sus hojas y frutos revisando que no tuvieran plagas de insectos.
  Luego te pusiste de pie y seguiste la tubería hacia el estanque. Pisabas con seguridad ruidosamente entre la hierba alta y tupida.

--¿Hay serpientes? --pregunté.

Asentiste con la cabeza.

--Si haces ruido se van. En realidad tienen miedo.

No quería, pero te empecé a seguir de cerca. Cada varita de la tierra se me figuraba una serpiente, hasta que las pisaba y tronaban.
  En el estanque, te apoyaste en el árbol en el que me había detenido la otra vez. Pasaste la mano sobre su corteza lisa.

--El Gran Rojo --dijiste, como si me lo estuvieras presentando--. Este amigo es el que nos ayuda a filtrarle toda la mierda al agua.

  Te arrodillaste junto al estanque y metiste la mano bajo el agua, siguiendo el tubo hacia abajo. Luego de un solo movimiento, te quitaste la camisa.

--¿Quieres nadar? --preguntaste--. Tengo que revisar el estanque.

  Negué rápidamente con la cabeza, obligándome a quitarte los ojos del pecho. Cada centímetro era firme y a la vez suave. Nunca antes había visto alguien tan perfecto, pero sabía que tu fuerza no significaba nada bueno y se me aceleraba el corazón al pensar en lo que podías hacer con ella. Mejor miré el suelo, había grandes hormigas negras caminando alrededor y por encima de mis botas. Me sacudí a una que trataba de trepar por mi tobillo.

--Te puedes sentar ahí --dijiste. Cabeceaste hacia las hormigas--. No creo que piquen.

Entraste vadeando al estanque. Te lancé otra mirada antes de que te sumergieras bajo la superficie. Tu espalda estaba tan marcada y erguida, los músculos se marcaban a cada paso.
  Otra hormiga trató de subirse por mi pierna, pero me la sacudí. Un pájaro en alguna parte desde lo alto, dio un graznido parecido a la risa de una bruja. A parte de eso había un silencio sepulcral.
  Cuando regresábamos el único sonido era nuestros pasos en la arena. Necesitaba algo que rompiera el silencio, la quietud de ese lugar.

--¿Puedo darles de comer a las gallinas? --pregunté--. ¿Algunas veces?

  Me recorriste con la mirada bastante despacio, pero te reíste; luego asentiste ligeramente.

--¿Por qué no? A lo mejor logras que pongan.

Te habías echado la camisa sobre los hombros; tu cuerpo continuaba mojado de nadar en el estanque. Gotas de agua se aferraban a tu piel. Cuando íbamos a la casa me adelanté, pues no quería que me descubrieras mirándote.

《♤》

Lost In A Lie -《Yoonmin》Where stories live. Discover now