Un extraño de piel pálida observa a Jimin en el aeropuerto de Incheon. Él todavía no lo sabe, pero Yoongi es un joven que lo ha seguido durante años. De pronto Jimin se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no haber escap...
Cuando desperté estaba fresco. Casi demasiado fresco. Tenía trapos empapados de agua encima del cuerpo. Un ventilador zumbando a cada lado. Una franela extendida sobre la frente, el agua escurriéndome por las mejillas. Me giré un poco. El cuerpo me dolió y se me cayó uno de los trapos del brazo, revelando lo quemado de mi piel: roja brillante y con manchas, ampollada en algunas partes. Sin la tela, el brazo se me calentó de inmediato. Tu mano se estiró, recogió el trapo y me lo volvió a poner en el brazo, exprimiendo agua suavemente sobre mi cuerpo.
- Gracias -susurré; mi voz apenas logró escapar por mi garganta inflamada. Esa palabra me dolió más de lo que te imaginas.
Asentiste y apoyaste la cabeza en un lado de la cama, a centímetros de mi brazo. Y volví a dormir.
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Cuando desperté de nuevo, me estabas poniendo una taza en los labios.
- Bebe -me apremiabas-. Tienes que hacerlo. Tu cuerpo lo necesita.
Me aparté de ti; tosí. El dolor me abrazó los miembros. Sentía como si la piel se me partiera cada vez que me movía, como si se me abrieran llagas. Miré hacia abajo. Estaba tapado con una sábana delgada. Debajo estaba desnudo, o eso pensé. Tenía la piel demasiado insensible para darme cuenta. Pero sentía que ya no tenía trapos fríos en el cuerpo. Traté de mover las piernas, pero estaban levantadas, amarradas a la cama con tela suave. Las jalé.
- Dijiste que no harías esto -susurré.
Exprimiste una franela empapada y me echaste agua en la frente.
- Tienes quemaduras serias -replicaste- Tuve que levantar tus piernas para reducir la inflamación. Ya sé que eso dije -diste un paso hacia mis pies, levantaste la sábana para mirarlos-. Si quieres los puedo desatar. Estás sanando bien.
A sentí, Suavemente, pusiste la mano alrededor de mi pie derecho. Lo desamarraste, luego lo bajaste al colchón. Hiciste lo mismo con el otro y los tapaste con la sábana.
- ¿Quieres más trapos fríos? -preguntaste-. ¿Sientes dolor?
Volví a asentir. Saliste del cuarto con paso suave; tus pies descalzos se pegaban a la madera. Miré el techo, poniendo a prueba las diferentes partes de mi cuerpo, revisando cuál me dolía más. Traté de reconstruirlo todo. Me estaba escapando. Me estaba hundiendo en la arena. ¿Y luego?
Habías llegado tú. Había sentido tus brazos alrededor de mí, levantándome, acunándome. Habías murmurado algo; había sentido tu aliento en mi cuello, tu mano sobre mi frente. Me habías levantado con tanto cuidado, como si fuera una hoja que no quisieras aplastar. Me habías llevado cargando a alguna parte, yo me había acurrucado en tus brazos, diminuto como una piedra. Entonces me salpicaste agua encima, Y luego, después de eso, nada. Negrura. Solamente negrura.
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Volviste a entrar en el cuarto, con los trapos remojandose en un tazón.
- ¿Quieres hacerlo tú o lo hago yo? -empezaste a exprimir un trapo, luego a levantar la sábana.
- Yo lo hago -te arrebaté la sábana. La levanté y me asomé a ver mi cuerpo. Casi toda mi piel estaba roja y brillosa, con feas peladuras en algunas partes. Me toqué una ampolla del pecho. La piel circundante parecía mojada. En las peores partes me puse los trapos húmedos y exprimidos, y enseguida me sentí mejor. Era como si mi piel exhalara al contacto con ellos e inhalara inmediatamente después, absorbiendo el agua. Era difícil llegar a las quemaduras de abajo sin que me vieras desnudo, pero supongo que para entonces ya me habías visto de todas formas. Me estremecí al recordar cuando me llevabas en tus brazos. ¿Cómo me habías tocado cuando estaba así? ¿Me atrevería a preguntarte?
Después de un rato abandoné los trapos. Me volví a recostar en la almohada.
- ¿Cuánto tiempo llevo aquí? -pregunté- . Así.
- Un día o algo así. Que sanes tomará algunos más. Fue una suerte que te encontrara.
- ¿Cómo lo hiciste?
- Seguí tus huellas. Fácil -apoyaste los codos en el colchón, demasiado cerca de mí, Pero dolía demasiado tratar de apartarme. Levantaste un vaso de agua, me lo extendiste-. Me llevé a la camella.
- ¿Cómo?
- La monté -sonreíste un poco-. Es muy rapida.
Algo seco se me había asentado en la comisura de los labios. Lo quité con la lengua. Dejé que me vaciaras el agua en la boca.
- Pronto te sentirás mejor -dijiste en voz baja- Con suerte, ni te quedarán cicatrices.
El agua me hormigueaba en la garganta. Tomé más. En ese momento, el agua no era café ni llena de polvo: era la mejor champaña. Dejé que se me escurriera por el cuello. Pensé en el coche, bien atascado en la tierra.
- ¿Cómo regresamos?
- Primero te cargué, luego te subí a la camella. Caminamos toda la noche. -moviste la cabeza hacia el vaso-.¿Quieres más?
Negué con la cabeza.
- ¿Y el coche?
- No lo vi. Venías hacia mí cuando te encontré.
- ¿Hacia...?
Asentiste.
- Así que me imaginé que lo más probable era que el coche se te hubiera atorado o descompuesto por ahí, y que por eso volvías a casa.