Un extraño de piel pálida observa a Jimin en el aeropuerto de Incheon. Él todavía no lo sabe, pero Yoongi es un joven que lo ha seguido durante años. De pronto Jimin se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no haber escap...
Tal como dijiste, pronto me empecé a sentir mejor. Al día siguiente me llevaste un puñado de nueces y moras. Las moras eran amargas y las nueces, polvorientas y dulces; no se parecían en nada a lo que estaba acostumbrado. Pero de todas formas me las comí. Luego toqué el colchón y la base de la cama. El cuchillo seguía allí. Conté las marcas en la madera. Veinticinco. ¿Pero cuántos días habían pasado desde entonces? Tallé cuatro líneas más.
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Al día siguiente, me levanté y me vestí, pero la tela lastimaba mi piel quemada. Rechiné los dientes y caminé con trabajo hacia la veranda. Incluso me dolía pisar las tablas del piso, y tenía que levantarme mucho la camiseta para que no me rozara el pecho al caminar.
– Te hubieras quedado desnudo –dijiste al verme–. Para que no te doliera tanto.
Dejé de sostenerme la camiseta.
–Estoy bien.
–Ten –me tendiste tu vaso de agua.
Vi el líquido a medio tomar.
–Voy por el mío –dije.
Fui a la cocina. Después de servirme agua, salí por la puerta de la cocina hacia el lado opuesto de la casa donde estabas tú. Me recargué en una pared. Manteniendo mi cuerpo en la sombra. Desde ahí podía ver a la camella, descansando en un rincón de su corral. Tenía la cabeza agachada, la rienda del cuello colgaba suelta alrededor de sus orejas. En ese momento se veía bastante dócil, como si se le hubiera extraído lo salvaje.
Con la mano me hice sombra en los ojos y recorrí el horizonte hasta encontrar las colinas borrosas que parecían las dunas donde había creído que se encontraba la mina. Se veían demasiado lejanas.
Me senté en el cajón frente a la puerta, cuando entendí todo de golpe. Siempre había mantenido viva una pequeña semilla de esperanza, la esperanza de escapar. Pero de repente me di cuenta de que ese panorama de arena e infinitud iba a ser mi vida y eso sería todo. A menos que me llevaras de regreso a algún pueblo, eso era lo único que iba a ver en la vida. No volvería a ver a mis papás, ni a mis amigos, ni mi escuela. Ni Seúl. Sólo a ti. Sólo el desierto.
Me refresqué la frente con el vaso, luego lamí una gota de agua que escurría por el vidrio. Dejé la lengua pegada un momento a lo fresco. Quizá lograría convencerte, con el tiempo. Quizá me llevarías de regreso. ¿No había habido casos de chicos secuestrados que salían caminando, años después? ¿No había también rescates? ¿Pero cuánto tardaría?
Hubo movimiento a mi izquierda.
Estabas parado afuera, cerca de la esquina de la casa, bajo la ventana de mi cuarto. Bajabas los brazos hacia algo, y te movías hacia atrás y hacia los lados. Miré más de cerca. Había una serpiente. Te estirabas hacia ella, tratando de atraparla; luego te ibas hacia atrás cuando te atacaba. Tenía la cabeza levantada retadoramente. Parecía que bailaban una danza de cortejo.
Pero te moviste rápido. Saltaste hacia ella, confundiéndola, y la tomaste del cuerpo. La serpiente se retorcía, tratando de voltear su boca ancha y rosada hacia ti. Pero la sujetaste fuerte. La levantaste de la arena y la sostuviste frente a ti. Tus labios se movían, hablándole, a centímetros de su boca y colmillos. Luego empezaste a caminar, llevándotela.
Pasaste de lado, directo a la segunda accesoria. Te pegaste a la puerta y entraste de espaldas a la construcción, mientras la serpiente trataba de enroscarse en tu muñeca.