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Ari, de niña, sí odiaba a su hermana. O al menos pretendía saber lo que era hacerlo.

Todo era para la Sirenita. Ambas fueron a la escuela casi al mismo tiempo y Ari había conseguido una gran atención debido a sus notas. Una niña inteligente. Mientras los demás garabateaban sus pensamientos en inocentes hojas de papel, con resultados ininteligibles, Ari hacía los dibujos más homogéneos. Mientras los otros niños pegaban tortas de plastilina color mierda de bebé por todas las mesas, Ari construía muñecos y les definía el cabello con un mondadientes.

Entonces era alguien, entonces era capaz de tener una aspiración propia, de merecerse un «me siento orgullosa de ti». Sin embargo, no duró mucho.

Apenas la Sirenita pasó a primero de primaria, con Ari en último nivel de preescolar todavía y las hermanas que ya habían nacido siendo demasiado pequeñas para estudiar, una profesora escuchó a la Sirenita cantando y la metió en El Pavón de oro. Su primer concurso, su primera victoria: la condena al olvido de para todas sus hermanas.

Acabó El Pavón de oro y se hizo solista del coro escolar, en vacaciones se sumó al festival de Canto y Poesía, ganando la categoría infantil. De ahí, un profesor de música la adoptó entre sus alumnos, y desde entonces no hubo una temporada en la que aquella niña no estuviese cantando, compitiendo, en alguna presentación, de viaje con el grupo de música o aprendiendo a tocar algún instrumento.

Y para una familia tan grande como la protagonizada por Agatha Persè, Galathea -su hija- y las seis niñas de la siguiente generación; con solo los escasos ingresos de Galathea y los extras que ganaba Agatha entre un negocio secreto y otro, comprar un piano para una niña significaba zapatos de tela para las otras seis, ropa de segunda mano, y lo justo en el plato de comida sin esperanza de bebida, merienda o postre.

Por cada pendiente que le compraban a la Sirenita para sus presentaciones, era una caja de crayones de Ari que se vendía, un regalo de navidad menos, un abrigo más angosto.

Ari quería odiarla, pero nunca fue capaz luego del incidente de cuando tenían 11 y 12 años.

Nunca se mencionaba al abuelo, jamás, nunca se esperaba verlo aparecer. No había estado en la memoria de ninguna de las niñas, y nunca lo estaría, o eso creían ellas por las historias de la abuela. Porque el abuelo un día apareció, y traía regalos.

Era el cumpleaños de Ari, pero él hizo como que era el de todas. Menos de una, la que tenía por día especial cada uno de los 365 que trae el año.

-¿Eso es un vestido? -preguntó la Sirenita, con voz altiva y los brazos cruzados cuando vio cómo su hermanita desenvolvía su regalo.

-¡Sííí! Y viene con tacones.

La hermana mayor vio hacia la izquierda, el lugar donde aguardaba su abuela con los dientes apretados y los ojos inundados de cólera. Era evidente que la presencia del abuelo la irritaba. La Sirenita entendió que eso la hacía vulnerable, que sería fácil manipular esa rabia para su propia conveniencia.

-Yo no tengo vestido nuevo, y mañana canto en el cumpleaños de las gemelas D'Lucas. ¿Verdad, abu?

-¿Eh?

La abuela se sacudió como si recién se percatara de la presencia de las niñas. Una vez se hubo espabilado, dijo:

-Ah, ja, sí. Eso. No tienes vestido.

-Y ese es rosa -dijo la niña con una sonrisa radiante, cargada de su encanto e inocencia-. Combina con mi cabello.

A Ari se le humedecieron los ojos, sabía que una vez su abuela diera la orden no habría vuelta atrás, así que hizo un último intento desesperado para no quedarse sin vestido.

-Está bien, hermana. Hoy lo uso yo en mi cena de cumpleaños y mañana te lo dejo para que...

-No puedo cantar mañana con un vestido usado. Mejor sería que cante desnuda, ¿no, abuela?

-Sí, tiene razón. Dale el vestido, ya te compraremos otro.

Mentira.

-¡Pero es mi cumpleaños!

-¡No seas egoísta! -gritó la abuela-. Tendrás un pastel, malagradecida, ¿qué más quieres?

-¡Una pequeña porción, pequeñita aunque sea, de todo lo que le dan a ella!

La abuela se levantó, con la boca abierta de horror.

-¡Tu hermana se sacrifica por todas ustedes, para que tengan un futuro mejor! ¡Que no te vuelta a escuchar yo demostrando esa envidia! ¡Odio a las niñas envidiosas!

La agarró por la oreja para reprenderla, las otras niñas habían parado de abrir sus obsequios para mirar entre anonadadas y divertidas aquella inusual escena. Era como ver un elefante y una ardilla en una función de circo, y gratis.

-¡Yaaa! -Chilló Ari-. Suelta, que duele. Yo se lo doy.

La anciana la soltó. Algo se apoderó de Ari en ese momento.

Empezó por arrojarle el vestido a su hermana.

-¡Toma tu basura! -le gritó, su actitud desde entonces se tornó abyecta. Agarró de la caja de regalo el siguiente obsequio-. ¡Imagino que también te harán falta los tacones, toma!

El zapato le pegó en la cara a su hermana mayor, que cayó al suelo llorando en medio de un drama, con su cabellera roja cubriendo por completo su rostro.

-Oh, lo siento. ¿Faltó el otro?

Pero este no se lo tiró.

Lo agarró con la mano, corrió hasta ella y comenzó a golpearla en el cráneo cubierto por aquella melena falsa. Una vez, y otra, y otra más; sin detenerse. El zapato era pesado, pero más liviano que su ira; mientras más le daba, más ganas tenía de volver a golpear, con el doble de fuerza.

Cuando la interrogaron luego, dijo que no creyó estar golpeando tan duro, que no quería hacerle daño. Que no vio la sangre por lo rojo de su cabellera. Que no la escuchó suplicar.

Pero en ese momento solo quería desquitarse, ni siquiera era capaz de describir lo que en realidad sentía.

Desde entonces, y luego de que su hermana se desmayara y de las múltiples puntadas que le tuvieron que agarrar en la cabeza, nunca más volvió a profesar un sentimiento adverso. Se hubo evidenciado que era peligrosa, que aguantaba bastante pero que al momento de drenar, los ataques podían ser tan caóticos y destructivos como un huracán, como un terremoto.

Era un desastre natural en coma esperando a que la lava que hervía tranquila en su interior fuese demasiada y tuviese que hacer erupción.

La última vez que ocurrió casi mató a su hermana. La última vez había sido a los once años. ¿Cuánto más aguantaría?

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Nota de autor:
No iba a actualizar hoy por cuestiones de la Universidad, pero decidí que se lo merecían porque llegamos a 2k de lecturas. Muchas gracias por tanta felicidad que me traen, y les prometo que se las voy a pagar haciendo lo mejor posible con esta historia para que la disfruten mucho.

Por cierto, hago un agradecimiento especial a Papitafritauwu por la imagen con la frase de "Motivo para matar" que me mandó a Instagram y porque se está releyendo esta serie y eso me ha alegrado la semana completa.

El cadáver de la Sirenita [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora