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La marea era tranquila; Atlantis, seguro. Nadie podría sospechar las calamidades que estaban por desatarse.

Ari dormía plácidamente, era la segunda de siete hermanas donde los nombres de todas eran diáfanos bajo la sombra de la gran y espectacular Sirenita, la artista número uno en todas las plataformas gracias a su éxito «Bajo del mar».

Mas ella no le guardaba ningún sentimiento más turbio que la admiración, todo lo que sentía hacia su hermana eran deseos puros y hermosos. Ari no deseaba fama ni dinero, solo paz y amor. Fantaseaba con el clásico cuento de hadas, y ahora estaba a punto de sumergirse en una fábula de terror.

Al principio creyó haberlo imaginado. No era posible, en medio del océano no se hacían paradas, debía estar confundida. Sin embargo, al cabo de unos minutos otra anomalía se desbloqueó.

Primero, el calor. El aire acondicionado había dejado de funcionar y solo lo supo cuando ya no pudo seguir rodando en su cama, cuando la capa de sudor fue demasiado densa y el edredón se transformó en un manto de asfixia. Puede que afuera con el aire gélido de la noche y el viento regio por la velocidad, el frío fuera insoportable, pero dentro de su camarote todo parecía un horno.

Luego, las luces. No se apagaron de golpe, empezaron a parpadear y a emitir sonidos chirriantes como de corriente alta y, antes de que Ari -recluida a un rincón de la cama con nervios- decidiera qué hacer, todos y cada uno de los bombillos de la lámpara explotaron y un segundo después fue como si un manto de oscuridad lo cubriera todo.

Solo entonces, al levantarse y, con la luz de su celular como guía, salir del camarote, comprendió que Atlantis se había detenido.

¿Qué podría haber provocado tal interrupción en el camino y el cronograma? ¿Habrían parado por elección o por falla de la nave?

Al subir a cubierta le dio la impresión de que cada ser vivo que habitaba el Atlantis había salido a verificar qué pasaba, algunos camareros pretendían mantener la calma y otros estaban tan asustados como el resto de la gente.

«No es rutinario. Algo anda mal», razonó Ari.

-Favor mantener la calma... sí, señora, todo estará bien... Es... está... ¡Está bien! -gritó uno de los encargados tratando de razonar con la abuela de Ari-. Todos serán llevados a un lugar seguro...

-No podemos compartir refugio con toda la flota de Atlantis, habemos quienes pagamos más. Mi nieta es un estrella y...

-Entiendo, señora. Los de primera clase esperarán en una sala diferente. Yo los llevaré hasta allá y me encargaré de que tengan tanta iluminación como sea posible.

Gracias a los berrinches de su abuela, Ari fue trasladada al salón de entretenimiento junto a otros huéspedes. Los televisores se hallaban desolados en las mismas posiciones altas de siempre, con sus pantallas negras y vacías excepto por el reflejo de las llamas sobre las velas. En esa sección a cada extremo habían dos columnas de asientos, uno al lado del otro, todos con vista hacia adelante. Solo quedaba despejado un pasillo en el medio que desembocaba en una pared con dos aberturas a cada lado, ambas daban paso a lo que debió ser la sala de almuerzos. El sitio estaba lleno de vitrinas cerradas con candado, muebles individuales, mesitas pequeñas y barras detrás de las cuales debió haber personal atendiendo.

Ari tomó un asiento al azar y se sintió nerviosa al comprobar que un chico joven se había tomado el atrevimiento de colocarse a su lado.

A simple vista, el chico era tan extraño como cautivador. El parche en su ojo y la cicatriz que le atravesaba la frente le daban una pista de qué le faltaba en la cara, sin embargo, su sonrisa era carismática y participativa; incluso ante la luz de las velas aquellos dientes relucían.

Su traje era de sirviente, de eso no había duda: los clásicos colores de pingüino y los guantes inmaculados no podían confundirse. Era mayordomo o asistente de alguien, solo hacía falta descubrir de quién.

-¿Disfrutando el viaje? -preguntó el chico.

Ari buscaba amor y paz, pero no era estúpida. La ironía de aquella pregunta se la tomó como un insulto deliberado así que se volteó con los ojos entornados y los labios fruncidos antes de responder:

-Tanto como se puede disfrutar de cualquier tragedia, sí.

-No es un tragedia, es una buena historia para los mortales. Ya sabes, el asistente de un príncipe del pop o la hermana de una estrella en ascenso. -Le guiñó un ojo-. Casi nunca nos pasan cosas interesantes, ¿o sí? Al menos ya tenemos algo que contar, aunque nadie quiera escucharnos.

Ari lo escuchó y enseguida giró su cuerpo al lado contrario. No pretendía ser maleducada pero mucho menos caer en su provocación, no hablaría mal de su hermana ni despotricaría sobre su vida.

El calor no era sofocante como en su camarote, pero apenas y había menguado. El resto de los pasajeros de primera clase tomó asiento a su preferencia.

La Sirenita quiso sentarse sola, pero su abuela invadió su espacio personal como era de costumbre. El famoso príncipe tomó el último asiento de la hilera al otro extremo de la de Ari, ni se inmutó cuando una rubia robusta, de pechos tan descomunales como sus caderas, se sentó a su lado como si no hubiese advertido su presencia.

-¿Qué hace ella aquí? -preguntó Ari. El desconocido a su lado se giró con sorpresa, no había advertido que ella también estudiaba a los recién llegados.

-¿Algún problema con la muchacha? -inquirió él en un tono pícaro.

-No. Solo me sorprende. Es Úrsula.

-¿Quién?

-Es una médium. O una bruja, no sé qué cosa es, pero tiene que ver con espiritismo.

-¿Y? -El chico parecía realmente divertido por la irritación de Ari.

-Nada. Que el último lugar donde esperas conseguirte a una satánica famosa es... en tu barco, al que justo le suceden cosas extrañas.

-Nada extraño le sucede al...

En contradicción a sus palabras, la Sirenita se puso de pie en medio de un escándalo de insultos y empujones entre ella y su abuela. La anciana forcejeaba para hacerla sentar de nuevo, mientras la muchacha chillaba entre lágrimas invisibles diciendo que la dejara en paz.

La disputa acabó cuando un retazo del vestido se desprendió, justo donde jalaba la abuela, dejando así a la chica en libertad.

-¿A dónde vas? -le gritó la anciana mientras se incorporaba luego de su brusca caída.

-Afuera. A las escaleras. ¡Y te juro que si me persigues me voy a lanzar al mar!

Su abuela, consciente de que las amenazas de su nieta podrían ser genuinas, no se movió. Todos se quedaron inmóviles viendo como la sombra de la Sirenita danzaba bajo la flama de las velas y su cuerpo se alejaba hasta desaparecer tras la puerta que daba al lateral de Atlantis, justo en las escaleras.

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Nota de autora:
¡Gracias por leer! Ya conocen a Úrsula, un poco diferente, pero ahí está.

¿Qué piensan que le ha pasado al barco?

¿Qué creen que está apunto de pasar?

El cadáver de la Sirenita [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora