8

3.1K 805 778
                                    

Una colchón de fatalidad mantenía el cuerpo de Úrsula dentro de una ensoñación posesa, una almohada de tragedias hacía reposar su cabeza inerte a la espera de que el dueño de la oscuridad apareciera pronto a arroparla con la cobija del fin.

Caminaba como si alguien más manipulara los hilos que daban rienda a sus pasos, como una marioneta vacía, sabiendo que si pronto no encontraba lo que con tanto ahínco perseguía, terminaría por vaciar un frasco de cianuro por su garganta y arrojarse al mar para que sus aguas implacables la consumieran.

Volvió a escuchar el grito de auxilio ahogado que creyó imaginar hacía unos segundos mientras se alejaba. Ahora más apagado, pero ahí estaba. No era su imaginación.

Temerosa pero fortalecida por un pequeño rayo de esperanza, Úrsula retrocedió algunos pasos por el pasillo hasta quedar frente a la puerta de un cuarto de baño individual que estaba dispuesto para aquellos quienes volvían de la sala de televisión y no podían aguantarse hasta llegar a los servicios exclusivos dentro de los camarotes de primera clase.

La persona que imploraba por ayuda estaba encerrada, sí, pero quien fuese el culpable de su captura había dejado la llave dentro del cerrojo.

-No es posible...

Intentó una vez y, en efecto, el pestillo chasqueó enseguida, la llave abrió sin dificultad la puerta y esta, al moverse, descubrió al prisionero desgraciado que había dentro.

Ni toda la fama ni todo el dinero del mundo podrían haberlo hecho parecer menos miserable. Tirado en el suelo, sudoroso, con mocos de color verde alienígena pálido pegados a su frente y estrujados en desde su nariz a las mejillas, con chorros de baba cayéndole por el mentón como un bebé gigante y patético. Despojado de todo orgullo y estatus. Ahí encerrado solo era otro miserable más al que el dinero no había podido salvar de su propia naturaleza cobarde.

Úrsula se quitó la camisa sin vergüenza, su escote ya enseñaba bastante de su pecho así que andar en brasier no haría gran diferencia. Le lanzó la prenda al príncipe del llanto y le ordenó limpiarse.

Tuvo que mirar a otro sitio, detestaba verlo así, daba demasiada pena, daba demasiado asco.

Cuando él le dijo que ya se había limpiado ella volteó con un único pensamiento en la cabeza «tengo que quemar esa camisa». Luego, se dio cuenta de algo todavía más desagradable que las greñas castañas sudorosas del príncipe, o sus ojos color avellana enrojecidos por su perpetuo llanto infantil: el olor.

En un error de novata para confirmar su primera impresión, Úrsula aspiró varias veces como un toro por sus anchas fosas nasales adornadas con piercings, y en el proceso casi sucumbe ante el poder de una arcada repentina. En aquella habitación de cuatro diminutas paredes donde duras penas cabía el inodoro y un individuo de pie, casi podía sentirse el calor de aquella concentración fétida abrazarse a tu cuerpo. Si abrías la boca incluso podías sentir que la saboreabas.

-Qué puto asco, huele a mierda.

El príncipe la miró, su expresión de asco y cómo cada uno de sus múltiples piercings contribuían a esta, le ofendieron como nada.

-¡Pues claro que huele a mierda! Cagué hace rato.

-Puag. -La bruja imitó una arcada-. ¿Y cuándo pensabas bajar la poceta?

-¡Que ya la bajé!

-Pues púrgate el alma, porque se te está pudriendo.

-Mira... -El príncipe patético alzó un dedo, luego se lo pensó mejor y se limpió con el dorso de la mano un moco bastante líquido que le chorreaba de la nariz antes de continuar.

Se sintió rebajado a nada. Sí, daba pena ajena. Y ella estaba ahí, tan regia, tan inalcanzable, con
sus grandes senos pálidos resaltando sobre el negro de aquel sostén, y su cabello rubio de puntas sonrosadas dándole un carácter más intrépido.

En su expresión algo tuvo que haber mutado, porque gracias a algo que este transmitió, la actitud de la bruja cambió de inmediato, y con un tono más apaciguado, le dijo:

-La verdad es que me preocupé mucho por ti.

El príncipe subió la mirada para cruzarla con la de aquella mujer tan enigmática que pronunciaba aquellas palabras irracionales.

-¿Por qué...?

-Tu prometida tampoco aparecía, la abuela la está buscando como loca, sangraba... me pagó para que la localizara. Cuando no aparecía ninguno, creí que habías decidido tener una travesura con ella antes de la boda... creí que... ya habías empezado a quererla.

-Ya va... ¿qué pasó con la Sirenita?

-Nada. Se habrá escondido.

-¡No, no! Un hombre me encerró, ese hombre me dijo...

-Ese hombre era inofensivo, tonto. Dejó la llave pegada. Solo quería asustarte. Así que olvídalo.

-Pero, Úrsula, en serio... Sé que algo grave va pasar, puedo detenerlo...

La mirada de la mujer se ensombreció de forma apenas perceptible. Ella se acercó hacia él con sus pensamientos camuflados en una mirada con el único propósito de desestabilizarlo, y le dijo:

-Si algo malo tenía que pasar ya ha pasado. ¿Sabes dónde sí podemos hacer algo?

Él tragó saliva apenas percibió la humedad de la lengua de aquella mujer esbelta deslizándose por todo el lateral de su cuello como si le perteneciera. Con la misma parsimonia paralizante, Úrsula pasó sus largas uñas por las clavículas de aquel patético príncipe que la obsesionaba, y lo miró a los ojos, porque sabía que eso era lo único que hacía falta, porque era el único medio de comunicación que habían tenido por mucho tiempo.

Muy cerca de su boca, con su aliento a tabaco dirigido hacia él, le dijo:

-Tenemos rato aquí sin que nadie se asome. Algo podemos hacer.

-Es verdad -convino él, y la pegó de espaldas a la pared-. Pero no así. Por detrás.

Y le bajó el pantalón. Ella ya jadeaba, pero por algún motivo, él, por más que ella se lo rogaba, no emprendía la acción.

La tenía semi desnuda, pegada a la pared, sola. Como nunca la había tenido. Y no hacía nada.

-¿Qué coño pasa?

Ella intentó voltearse, pero él, nervioso, la giró de nuevo. Sin embargo, no pudo evitar que ella viera lo que pasaba. Con un vistazo bastó para darse cuenta de que el príncipe se jalaba el pene con urgencia, frotándolo con una velocidad insólita. Pero no reaccionaba, bastó de una mirada de soslayo para darse cuenta de que no se iba a levantar así: estaba muerto. Úrsula nunca había visto un pene tan flácido en su vida.

-Cariño...

-¡No! Tú quédate ahí y... pon cara sexy. Lo resolveré.

-Cariño... -Úrsula se volteó, le tomó las manos al príncipe para que no pudiera seguir maniobrando su entrepierna, y ñe obligó a mirarla a los ojos antes de volver a hablar-. Creo... que yo puedo hacer que reviva.

-¡No! Nada de embrujarme el huevo.

-¡Que no! -A veces Úrsula se preguntaba qué la había hecho encapricharse con ese hombre-. No, nada de eso. Es que yo... -Se mordió el labio-. Sé de algo que te puedo decir, algo que te excitará.

Ambos se rieron como adolescentes, intercambiaron miradas juguetonas como si compartieran un secreto súper sucio y denigrante del que ambos disfrutaban; pero la verdad era que, hasta que Úrsula se acercó al oído de su amante y susurró aquellas palabras con voz íntima, el príncipe ni se había imaginado lo que ella tenía que decir.

-Tu prometida... no está desaparecida. Está muerta.

Casi de inmediato el pene del príncipe, erecto como un mástil, golpeó la pierna de aquella bruja.

●●●●●
Nota de autor:

Ahora que el príncipe apareció, y con estas nuevas revelaciones, ¿qué curso creen que va a tomar todo esto?

El cadáver de la Sirenita [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora