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Atlantis era el barco más famoso de todos los mares; el más grande, más lujoso, y el perfecto lugar para un crimen.

En medio de un camarote desierto y bien acomodado, colgaba un pez decapitado cuyas vísceras sangrantes goteaban sobre la inmaculada alfombra. Había sido blanca hasta la última hebra, ahora se podía confundir con el cadáver de una oveja con su pelaje invadido por un putrefacto carmesí con coágulos y otras irregularidades.

El pascado había sido atado a la lámpara por la cola, y de ese nudo colgaba también un pedazo de papel doblado. Un mensaje, por si la nueva decoración no había sido suficiente.

Fuera, la Sirenita se entretenía con la vista exterior del barco para no tener que cruzar la puerta de aquella prisión que le habían impuesto.

Riquezas, vestidos y joyas eran un perfecto maquillaje para la infelicidad, mas no un consuelo aceptable. La Sirenita quería más que aplausos y alabanzas: quería libertad.

Cuarenta y nueve funciones. Cuarenta y nueve espectáculos llenos de extravagancias y falsedades había dado para que su nombre artístico valiera tanto como el diamante en su sortija, las esmeraldas en su collar o el oro de su cinturón. Había escuchado toda la vida historias trágicas de la fama y alegado que eran mentiras —nadie podía sufrir rodeado de lujos y admiradores—; sin embargo, nadie le había advertido de la pérdida de voluntad.

Su familia, sus representantes; ellos decidían por ella. La Sirenita solo cantaba, sonría y se desvelaba para repetir la función al día siguiente y multiplicar las sumas de dinero. Una mercancía sustituible, eso era. Y si no se casaba con el príncipe del pop para generar rumores, renombre y mucha visualización, quedaría en el olvido para la función número cincuenta.

Esa era una definición aproximada de su vida, tan desdichada que no había oído a nadie llamarla por su verdadero nombre desde el hit que le maldijo la existencia.

—¿Preparada? —le preguntó su abuela al llegar a su altura y ponerse a acomodar los pliegues de su falda verde musgo.

Un vestido extravagante que ostentaba un orgullo que su portadora no sentía, pero que le fabricaba una cintura envidiable; además, con su escote producía la trampa perfecta para los ojos de cualquier hombre, y tal vez mujer.

—No quiero hacerlo —rezongó la Sirenita en uso de su mirada de adolescente indomable.

—¿Es necesario que te diga lo que pasará si el príncipe no te desposa?

—Se acostará con otra y yo seré libre de ser una muchacha normal de diecinueve años.

—Más miserable que un moco debajo de una mesa de preescolares. ¡Quédate quieta, por Dios! —Tiró con tanta fuerza de las cintas que ajustaban el corsé que la Sirenita sintió que le facturaba las costillas—. Esto no es solo por ti, recuerda que tienes seis hermanas. Seis hermanas a las que harás doblemente miserables si arruinas esto.

—Pues que se casen ellas.

—El príncipe del pop no se va a fijar en nada menos que una ordinaria estrella en ascenso. Tienes una suerte del demonio, deberías estar agradecida.

—Ya sé que mi suerte la maneja el demonio, muchas gracias por la confirmación.

—Ya estás. Ahora cambia esa actitud y entra al camarote. Tu hermana Ari te acompañará para asegurarse de que no hagas nada estúpido.

—Pero...

Cambió de opinión a mitad de frase y, no sin antes emitir un gesto desdeñoso con la mano, abrió la puerta con rebeldía esperando entrar con aires de superioridad y tirarle la puerta en la cara a su abuela. No obstante, al verse enfrentada a la traumática escena en la habitación, se quedó sin ideas, sin argumentos, sin la capacidad de ordenarle a su cerebro que manipulara los músculos de su cuerpo.

Su abuela se aproximó al centro de atracción, ni siquiera la imagen era tan perturbadora como lo fétido de la podredumbre que les taladraba las fosas nasales. La mujer arrancó el papel con ayuda de un taburete en la habitación, como si todo aquel estropicio no le incordiara en lo absoluto.

En definitiva, tenía un estómago de hierro.

—¿De quién es? —preguntó la abuela recelosa al dejar la hoja en manos a su nieta. Es probable que intuyera que, tal como estaban las cosas, algún amante se habría conseguido su malcriada Sirenita y toda aquella escena no era más que un tapadero para distraer su nota de amor.

—No tengo ni idea de quién es, abuela. Lo juro.

Ambas estudiaron el camarote en busca de una pista del mensajero, todo lo demás parecía intacto: la cama hecha, el espejo en un pieza, cada funda y prenda de vestir doblada a la perfección dentro de los cajones. Quien quiera que hubiese dejado el mensaje, a menos que hubiera firmado el papel, no quería que su identidad se supiera.

—¿Por qué tanta espectáculo y misterio para enviar un simple papel? —cuestionó la abuela.

«Porque tal vez el mensaje no es tan simple», pensó la Sirenita, pero no dijo nada al respecto y solo se apresuró a desdoblar y leer.

—¿Qué dice? —demandó su abuela empujándola para husmear entre la temblorosa ortografía del remitente.

«Como soy una buena persona te voy a dar a elegir: renuncia a tu compromiso o yo lo terminaré por ti. De nombre y aspecto cambiarás, o haré que nunca más lo puedas pronunciar. No subas a ese barco te lo digo varias veces, la Sirenita al fin dormirá con los peces.»

—Un poema patético, a decir verdad. Qué chiste más tonto —dijo la abuela—. Apresúrate a acomodarte, ya me tengo que ir.

—¡¿Qué?! —Sirenita estaba perpleja. Aunque su abuela lo quiso ignorar, fue consciente del temblor de sus manos—. ¿Vas a dejarme seguir sabiendo esto?

—Por favor, amenazas recibes casi a diario, solo que no te las hacemos llegar. Además, tú eres una mujer muy astuta, no me sorprendería que le hayas pagado a alguien para que fingiera todo esto.

La Sirenita miró a su abuela con odio palpable, no como a una desconocida, como alguien a quien se conoce tan bien que te sobran razones para odiarle.

—Vamos, que el barco no esperará por ti.

Y así, la Sirenita fue arrojada a la marea. Ninguna de esas dos mujeres podría imaginar cuán ciertas podrían volverse las palabras que acababan de leer y a la que tan poco importancia habían dado.

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Nota de autor:
¡Hola! Ya arrancamos con la historia, ¿qué opinan del comienzo?

Un Sirenita cantante, Atlantis es un barco y no hay un padre sino una abuela (como en el cuento original) y muchas hermanas donde una ya ha sido mencionada. Ah, y el príncipe es "el príncipe del pop". ¿Qué opinan de estos cambios?

¿Les interesa conocer el resto de la historia?

Nota de autora 2021:
Como he visto mucha confusión al respecto, decidí agregar esta nota.

La historia NO termina aquí, y la saga menos. Esta historia fue retirada por su publicación en papel dentro del libro "Érase una vez un crimen", publicado por Mangata Ediciones. Pueden conseguir toda la información en http://www.mangataediciones.com

La siguiente entrega de la saga se publicará pronto, así que no crean que se acabó esto de jugar a los detectives en Wattpad. Además, todavía está disponible "La masacre de Nunca Jamás".


El cadáver de la Sirenita [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora