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Al hombre del espejo le faltaba un ojo. Cangrejo contemplaba la cicatriz como una penitencia, se obligaba a verla, a odiarla, a aceptarla como a su propia naturaleza. El hombre del espejo estaba más roto por dentro que por fuera; lo que la multitud veía en la superficie no era más que una minúscula fracción del arma que lo atravesaba. El hombre del espejo, ni siquiera era un hombre.

Estaba en el lavabo de chicas, hacia un rato que era evidente la ausencia de su empleador -el príncipe- y su prometida. Pero los del barco lo encubrían, no decían nada para no armar revuelo. Era evidente. Una histeria colectiva era lo que menos se necesitaba en momentos como aquellos, pero, ¿y si de verdad algo malo estuviera ocurriendo en Atlantis? ¿Y si aquellas desapariciones no eran un capricho sino parte de algo más grande y peligroso?

La negligencia de aquellos ricos era lo que más detestaba Cangrejo. Su odio por la clase alta crecía cada vez que se observaba la ennegrecida masa de carne mal suturada sobre la vacía cuenca de su ojo. Aquellos ricos no le habían podido salvar la vista. Aquellos vivos no habían querido hacerlo.

Ni siquiera ser el asistente de uno de los hombres más importantes en la industria musical lo había servido. El capricho de los ricos era más importante.

Golpeó con ambos puños el mesón de cerámica que conectaba los lavamanos, pero se sintió impotente. Más fue el dolor de sus enclenques huesos que el daño que le hizo a aquella estructura impoluta, prístina en su belleza, cara en toda su composición.

Se sintió frustrado, odiando más aquel mesón que a su propia vida, tanto que quiso destrozarlo, pero no tenía cómo. Y decidió desquitarse con el espejo, aquel maldito reflector que le desnudaba el alma, que le arrancaba el cascarón de los ojos y se reía sin misericordia. No era vidrio lo que estaba mirando, y no era el reflejo de lo que los demás veían lo que este proyectaba, era un agua mística capaz de desintegrar su crisálida y lo que le mostraba era un espectro de quien era en realidad. Tal cual, y le decía, con los labios curvos en una sonrisa burlona, las siguientes acusaciones:

-No eres hombre, ¿o sí? No, claro que no. Naciste con vagina y como no eres el príncipe de nada eso no lo vas a poder cambiar.

Cangrejo apretó los nudillos mientras aquellas palabras lo taladraban, quiso desviar la mirada pero le era imposible, su propia y maldita realidad lo mantenía pegado a aquel único ojo de mujer junto a aquella cicatriz que ahora aparecía punzante de dolor.

-El parche no te hace menos tuerto, lo sabes. El príncipe quiso arreglar las cosas con ese bonito parche negro, pero no pudo. Ya te había arrancado el ojo "sin querer".

-¡Lo hizo sin querer! -volvió a golpear la cerámica.

-No. Tú sabes que no. ¿Es acaso coincidencia que aquel accidente ocurriera el mismo día que te descuidaste, te vio cambiarte y descubrió que no eras quien decías ser?

-Solo le molestó la mentira, le trae sin cuidado si tengo pene, vagina o una flor entre las piernas.

-Mientes. Sabes que te repudia, que lo del ojo no fue sin querer, que sus médicos no te salvaron porque no quisieron.

Lo de los médicos sí lo creía. Nadie se esfuerza demasiado con aquellos que han venido al mundo a acatar las órdenes y no a darlas, ¿por qué se molestaría cualquier cirujano en salvarle la vista cuando un juego de golf le esperaba?

-No naciste rico, nunca tendrás su suerte. Y no te llamas como dices, ¿o sí, "Cangrejo"?

Entonces no aguantó más. Fracturó el cristal que reflejaba sus turbias realidades con sus propias manos. Se sintió aliviado al ver la sangre correr de sus puños a sus brazos, hasta gotear por los codos y mezclarse con las esquirlas del desastre que había desatado.

Tal vez había quedado sordo, porque no escuchó ni un murmullo del estruendo que hizo desfallecer el cristal, ese que con tanta alarma llamó a la chica que ahora franqueaba la puerta del baño.

-Mierda.

Su mirada iba de la sangre brillante que chorreaba de los brazos del culpable, a los fragmentos picudos que aún se mantenían en el marco de la pared, hasta posarse en los escombros del cristal que se esparcían por todo el cuarto de baño.

Ari, el imprevisto más grande de su vida, la inusual chica que había captado su atención apenas abordó Atlantis, le miraba con perplejidad.

La mirada solo duró un segundo. Cerró bien la puerta del lavabo y empujó a Cangrejo a uno de los cubículos. Lo sentó sobre la poceta, le desabrochó la camisa blanca e hizo caso omiso de las vendas que le presionaban el pecho desnudo mientras se llevaba la prenda para lavarla en el lavamanos.

La exprimió varias veces, con apremio, y no se detuvo hasta que las partes rojas bajaron el tono hasta el más sutil de los rosados. Luego sacó unos pañuelos de su bolso y se apresuró a limpiar las heridas del chico al que recién conocía y hacía poco odiaba tanto.

Le arrancó los cristales de las manos, le limpió los chorros pegostosos de los brazos y luego tiró de él hasta el lavamanos para lavarle la cara.

Cangrejo la detuvo cuando esta dispuso su falda para secarle el rostro.

-Para. No hay forma de que salgamos de aquí sin que sepan que uno de nosotros hizo esto.

-Sí, sí la hay. Y es bastante sencilla. Vamos a salir por esa puerta como si nada y que otro se encargue de descubrir y denunciar el desastre cuando ya estemos bastante lejos de aquí. -Le ayudó a ponerse la camisa, que estaba bastante húmeda pero limpia-. Y eso es lo que vamos a hacer ahora mismo.

Le secó la cara al fin, le peinó las cejas con los dedos y salieron cogidos de la mano como si no tuvieran absolutamente nada que ocultar.

-Imagino que comprenderás que tienes mucho que explicarme. ¿Te parece si comienzas por algún lado?

Cangrejo asintió, absorto en sus pensamientos derrotistas y llenos de rencor hacia todos. Hacia la madre que lo parió por no haberle dado un mejor porvenir. Hacia Poseidon y todos aquellos negligentes que se abanicaban las bolas con sus fajos de billetes de cien mientras había personas desaparecidas en sus propiedades. Odio hacia el Dios que lo hizo venir al mundo siendo hombre con vagina. Dios, el primero en la cadena alimenticia de los ricos, un todopoderoso que podía acabar con el mal del mundo pero que prefería sus acertijos, sus propias necesidades; el primer negligente en la historia, el creador que, habiéndose equivocado con la humanidad, la hubo desamparado en lugar de arreglar sus imperfecciones.

Solo a aquella chica que lo encubría no odiaba, a ella podía contarle todo.

-Sí, sé exactamente por dónde empezar. -La miró, casi llegaban a su camarote-. No sé dónde está el príncipe, pero ojalá que muerto. Y ojalá solo sea el primero de la lista.

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Nota de autora:

Comparando lo que saben ahora de Cangrejo con la primera impresión que tuvieron de él, ¿qué piensan ahora de este personaje?

Muchas gracias por leer, este capítulo va dedicado a ChiekoPelusa porque, ¡por Dios!, me forra los capítulos de comentarios, eso vale diamantes. ¡Graciaaas!

El cadáver de la Sirenita [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora