Capítulo 16: Juguete contra el estrés

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Mentiría si dijera que no la pasé bien, que no me divertí y disfruté lo que sucedió, no obstante, aquella resaca moral era una sensación similar a la culpa que siempre me daba después de una fiesta. Luego de reírme como un atarantado, decir las cosas más bizarras que se me pasaban por la cabeza y hacer tonterías frente a la cámara del móvil de Karen, al día siguiente me quedaba la sensación de que hice un montón de actos indebidos y que de seguro todos creían que era un imbécil sin autocontrol.

Me costó trabajo dar con mi móvil, no traía mis gafas y aunque podía distinguir los objetos más grandes, encontrar un aparato de ese tamaño entre todo ese desastre resultó un reto. Una vez di con él, me aplasté en el suelo y revisé las notificaciones, tenía mensajes de Hannah, de Jason, de Karen, de mi padre e incluso de Alice.

Al ver los de Hannah sentí algo similar a un balde de metal golpeando mi cabeza. Si bien estábamos en una relación abierta, el trato que teníamos consistía en que nos contaríamos todo lo que estuviera por fuera de lo nuestro. Tendría que confesarle a Hannah lo que había pasado entre Joshua y yo si no quería convertirme en un traidor, sin embargo, la sola idea me provocó una opresión en el pecho; aunque podría omitir ciertos detalles —como la identidad de Joshua—, tendría que contarle que había tenido sexo con un hombre, es decir, admitir mi bisexualidad.

Únicamente le respondí a Hannah diciéndole que mañana en la escuela le contaría todo lo que pasó. Sin embargo, una vez enviado el mensaje, recordé mi situación familiar y que quizá la opción de volver como si nada a tomar clases, sin antes haber hablado con mi padre, no era muy viable.

Estuve a punto de abrir el chat de mi progenitor, pero al sentir los dedos de Joshua aferrándose a mis hombros, bloqueé el aparato.

—¿Se te olvidó que debías ir a trabajar? —pregunté con sorna. No volteé para mirarlo, me quedé con la vista fija en el televisor.

—Hoy no me toca dar clases. —Bostezó—. Es un alivio, no soportaría la semana completa con todos esos adolescentes.

—Qué hilarante. Dices eso, pero ahora estás aquí, con uno de esos adolescentes que tanto odias, después de habértelo follado anoche.

Joshua me soltó y se sentó en uno de los sillones.

—Eres diferente al resto, al menos para mí lo eres.

Detestaba esa tensión. Guardé el móvil en el bolsillo de mi pantalón y aproveché que Joshua se encontraba distraído para coger un cojín del suelo y lanzárselo encima. No quería entrar en charlas habituales, terminaría soltando la lengua. Creía que era mejor aquello: el juego.

El juego en el que yo lo jodía, él me jodía y acabábamos riendo como los locos inmaduros que éramos. Jugar con Joshua era divertido, estaba prohibido, me hacía sentir mal, pero al final de cuentas, la pasaba bien y era algo que de uno u otro modo yo escogí.

Estuvimos jugando con los cojines un buen rato, hasta que una acción llevó a la otra y volvimos a besarnos, tirados sobre el suelo.

¿Qué puta manía teníamos con el piso frío?

Eran besos pequeños y juguetones. Necesitaba un abrazo así que, sin avisarle, me aferré a él y recargué la cabeza en su pecho. Joshua no se quejó y solo acarició mis cabellos. Hubiera podido quedarme así todo el día, pero el hambre matutina hizo su aparición.

Nos levantamos a desayunar más por obligación que por otra cosa, ambos arrastrábamos los pies y caminábamos erguidos.

Joshua se sirvió hojuelas de chocolate con leche en un tazón y yo me fui por comer pan con mermelada de fresa. Nadie decía nada y eso me agradó. El silencio me pareció más pacífico que en otras ocasiones, no me intranquilizaba, por el contrario, me daba un espacio para poner en orden toda la mierda que tenía sobre mi escasa lucidez emocional.

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