Todos tienen un antes y un después marcado en el momento que coincidieron en aquella aula de clases. Sin saberlo, las primeras miradas fueron el inicio de la montaña rusa en la que se transformarían sus vidas, pero claro, con su música de fondo.
Veg...
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—Hey, Bulma alzó una ceja. Creo que me vio.
Cubro mi rostro con una mano, y guardo un suspiro.
—¿Era demasiado obvio? —tiene el descaro de preguntar el cerebro de maní.
—Claro que sí, casi fracturas tu cuello —murmuro, moviendo el lápiz de arriba abajo sobre el cuaderno continuando con mi dibujo.
Sin embargo, luego de la mueca avergonzada de mi primo, la curiosidad pincha en mi cabeza otra vez como una necesidad. Observo con disimulo y sin moverme mucho a los puestos más atrás —incluido el lugar donde nosotros deberíamos estar—, consiguiendome con ciertos ojos azules escaneando esta zona. Por alguna razón una comisura de su labio se eleva un poco y mi corazón late con fuerza después de parecer detenerse por un momento.
Sin caer mucho en lo que hago, giro de forma un poco más obvia, la miro fijamente y guiño un ojo antes de volver a mi posición original, con el pulso en las mismas e incluso me atrevo a decir que quizás más alocado.
Mierda.
Sigo dibujando en los bordes del cuaderno, esta vez sin volver a mirar atrás en toda la clase.
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Extrañamente Kakarotto sale rápidamente y en silencio del salón una vez el primer timbre toma el protagonismo, al enviarnos a nuestro rato de recreo. Confundido, opto por seguirlo abriéndome paso entre los alumnos charlando y aglomerandose en la puerta.
