40: Las paces

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—Puedo ir

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—Puedo ir. En serio. —Colin estaba dentro del teléfono, en una videollamada.

—¿Y dejar a una niña de diez años sola? No. —Emma terminó de colocarse una hebilla de florecita al costado de su cabello. No estaba mirando el celular, que se encontraba recostado sobre el escritorio de su recámara, estaba parada delante, pero viéndose en un espejo circular, que usaba para maquillarse.

—No la pensaba dejar. Podemos llevarla con nosotros —sugirió.

Emma miró hacia abajo, al celular.

—Siento que no confías en mí.

—Sientes mal. Es solo que... Disculpa. Me produce ansiedad no estar en un lugar donde podrían necesitarme; es como que... quisiera tenerlo todo bajo control —bufó, reprochándose—. Por supuesto que confío en ti, corazón. Mi nena es valiente, siempre lo ha sido.

Emma se ruborizó. Tosió una vez, antes de continuar:

—He tratado de no pensar a dónde voy, sino a quién voy a ver. A mi abuelo le encantará conocer al hijo de la amiga —hizo comillas con sus dedos— de mi papá. Y siento que a Gi le emociona también —rio despacito—, no sé, todos sienten la misma curiosidad cuando les hablo sobre el papá de mi papá.

—No se me ocurre una razón.

—A mí tampoco.

—Mi nena me llena de orgullo.

Emma mordió su labio inferior.

—Te marco después.

—De acuerdo.

Y Emma colgó antes de que Colin pudiera decirle algo más.

—Jamás en mi vida he escuchado a una persona decir mi nena de esa manera, a menos que le esté hablando a un bebé. —Gillou se rio desde la cama, estaba sentado a los pies—. Colgaste por eso. ¡Te da vergüenza que lo escuchen hablar de esa manera! Amiga mía, ese hombre te besaría los pies.

Giró con sus manos juntas. Estaba sonriendo a pesar del terror que le producía ir al hospital.

—Colgué porque no quería que lo escucharas más —lo apuntó. Colin no tenía idea de que Gillou ya se encontraba con ella—. Le daría vergüenza saber que lo oíste todo. Me llama de esa manera, y a mí me derrite escucharlo. No me avergüenza, es solo que nadie debe oírlo. Es como un código.

—Si alguna vez tengo la rara necesidad de hackear a Colin, podría minena como contraseña.

—Amigo mío, todas sus contraseñas son fórmulas químicas que están por encima del cerebro promedio. Ahórrate el esfuerzo.

—Y yo que tengo la misma contraseña para todo.

Emma sacudió su cabeza, riéndose, y se agachó a acomodarse los calcetines cortos que estaba usando con unas deportivas blancas, arriba tenía un capri blanco y una blusa amarilla. Le impresionaba la manera en la que la energía de Gillou la mantenía arriba. En otra circunstancia, se encontraría ahogándose.

El Novio De Emma© #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora