Capítulo 7: Luna rosada y agua fluorescente

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[HannahD: No me ha vuelto a llamar. En serio, me debes una. Mínimo tráeme algún recuerdo de allá.]

Tomé una bocanada de aire y empecé a escribirle a mi casi-novia.

[Yo: Una escapada exprés a Nueva York. No te preocupes, ya me encargo.]

[Yo: Prometo comprarte algo.]

En la pantalla apareció el número de mi padre. Tomé un trago grande de cerveza y después le respondí.

¡¿Qué te crees escapándote hasta allá?! —reclamó, furibundo, nunca lo había escuchado así. Imagino que de tenerme enfrente me hubiese abofeteado—. ¡Y luego tienes el descaro de no responder hasta ahora!

—Estaba ocupado —repliqué. Intenté mantener la calma, pero justo delante de mí había alguien cantando con una botella en la mano mientras abrazaba el tronco de un árbol—. Solo fue algo que surgió.

Lo escuché suspirar. Él ya sabía que estaba haciendo y eso lo decepcionó más. La música se encontraba a todo volumen, los parloteos por doquier y yo apenas entendía lo que decía. Torcí la boca y fijé mi atención en un grupo de drogatas al lado de mí, se encontraban fumando de un Bong

¿Qué te sucede? Mientes, evades mis llamadas, te escapas, te emborrachas y no sé qué más. Tú no eras así.

Yo no era así, tenía razón, pero lo que pretendía era justo eso. El Chris que mi padre conocía había desaparecido, más bien lo mataron.

—Lo siento. Solo surgió de la nada el plan y no quería perdérmelo.

No sé qué está pasando contigo.

Obvio que jamás lo supo. Cuando intenté decirle que todo mundo en la escuela me odiaba, me dijo que estaba ocupado y que mandaría dinero para lo de mi madre. Ahí supe que de mis problemas debía hacerme cargo solo.

Estaba harto de seguir con esa conversación. Continuaba con la atención fija en los drogatas, los observaba reír y hacer absurdos.

—Tengo que irme —solté con frialdad—. Te llamo luego.

Y antes de que él pudiera decir cualquier cosa, le colgué y después lo bloqueé.

Guardé el móvil y caminé hasta los drogatas. Solo tuve que acercarme para que me abrieran un espacio, bebí de golpe todo lo que quedaba de mi cerveza y acepté la copa llena de licor de dudosa procedencia, contradiciendo mis principios. Me uní a su plática, al menos eso intenté porque solo sonreía como imbécil. Fumé del Bong y acepté que rellenaran mi copa cada que se les pegara la gana.

Una mano se posó en mi hombro, lo que me hizo voltear al instante, se trataba de Max, quien traía en la cabeza un ridículo gorro de fiesta. Solté una carcajada que casi me hace caer al suelo, el estómago dolía y la garganta también.

—Chris —me llamó con palabras arrastradas—, un tipo te anda buscando, ¿quién es?

Me di una bofetada en la cara con la intención de volver a la realidad. Aunque ya ni dolor sentía. Recordé que, en cuanto llegué a casa de Max, le mandé un mensaje a Joshua diciéndole dónde iba a estar y la ubicación.

—¡Mi profesor! —exclamé—. ¿Dónde está?

Él hizo una expresión de estupor, me tomó por los hombros y señaló a un punto en su jardín, cerca de la piscina. Ahí, al lado de la mesa de botanas, se encontraba Joshua. Era extraño. Él se notaba cohibido e inseguro. Habíamos cambiado los roles.

Como si fuera un niño hiperactivo, corrí hasta donde se encontraba y, de hecho, me estampé contra su espalda.

—Chris, ¿qué haces aquí? —preguntó, extrañado.

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