Capítulo 5: Cartas de amor

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Sonó la campana de la puerta, indicando un nuevo cliente. Suspiré, reuniendo fuerzas para enfrentar a otra de las chicas angustiadas cuyos nombres aún no podía recordar. Pero al alzar la vista, descubrí que no se trataba de una desconocida, sino que era mi amiga Ariadna Creta.

Ari era una chica pequeñita a diferencia de mi gran altura y mi cuerpo voluptuoso de reloj de arena. Una lluvia de bucles oscuros caía de su cabeza hasta llegar a sus hombros, y unos bellísimos ojos color avellana atraían la atención de cada chico que cruzara su camino. Vestía su armadura de color negro, con unos toques azulados que creaban un impresionante efecto de humo. Se acercó al mostrador con paso firme y completamente seria, cargando un enorme y pesado libro con ella que dejó caer en la mesa con un golpe.

—El Tártaro está fuera de control.

Ah, sí. Y estaba obsesionada con el Inframundo.

—No estoy obsesionada con el Inframundo— agregó, como leyendo mi pensamiento. Ya habíamos tenido conversaciones similares antes, así que no era difícil deducir lo que estaba en mi mente.

—Sí, lo estás.

—Ésto es serio, Lena— me advirtió, mientras abría su libro y pasaba página tras página hasta encontrar la que buscaba. Una escalofriante ilustración de un mar de fuego ocupaba la mayor parte de la hoja, acompañada de un texto titulado "El Tártaro".

Continuó explicándome su teoría:

—¡El Tártaro se ha calentado y el fuego ha llegado a la superficie de nuestra isla! Hades debe estar tratando de controlar la situación, a menos que Hefesto sea quien lo haya hecho enojar tanto como para comenzar una guerra con Lemnos. ¿Tienes idea de las criaturas espantosas que pueden entrar en nuestro mundo?

Miré su cara alarmada por un momento, tratando de adivinar cómo pudo llegar a semejante deducción.

—Lamento romper tus ilusiones de monstruos del Tártaro, pero el fuego vino de la mano de Hefesto, Ari. Porque mi hermano se metió con su esposa.

La comprensión inundó su rostro, seguida por una gran decepción.

—Oh.

—Sí, tal vez no es tan extravagante como la furia del infierno, pero sigue siendo un fenómeno climático inusual.

—Supongo. ¿Y en dónde está Lux ahora?

—En casa, recuperándose de una herida por bola de fuego.

Ariadna sonrió de forma irónica.

—Bien merecido lo tiene.

—Pues sí. Aunque todos nos lo veíamos venir. Estuvo persiguiendo a Afrodita desde hace semanas.

Mi amiga asintió, coincidiendo conmigo.

—¡Buenos días!— canturreó Psique Anatolia, la tercera de nuestro grupito. Nuestra amiga era casi tan alta como yo, su ondulado cabello color rosa dorado llegándole hasta la cintura. Sus ojos café transmitían la calidez que la caracterizaba.

Con una amplia sonrisa, se acercó a nosotras como si no tuviera ni un solo problema en el mundo, usando una armadura que brillaba con una tonalidad rosada, algunas guardas y corazones entrelazados decorando su superficie.

—¿Por qué hay olor a quemado afuera?— preguntó frunciendo la nariz, pero aún sonriendo.

—¿Acaso no viste lo que pasó anoche?— saltó Ariadna sin poder creer lo que escuchaba.

Una sombra de confusión cruzó por el rostro de mi amiga.

—No... ya saben que me voy a dormir temprano. —Volvió a sonreír, como si un buen recuerdo inundara su mente—. Pero sí tuve un sueño muy curioso. Toda la ciudad estaba en llamas y tú corrías de un lagarto gigante— dijo, señalándome a mí.

La Prisión de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora