XVIII

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Sus ojos se abrieron totalmente exhaustos, como un par de medias lunas dormilonas. Debajo de ellos se habían pintado unas suaves manchas violáceas, de hecho, había una que se encontraba muy cerca de aquella enorme salpicadura de color morado que tenía en la mejilla, también podías encontrar otras repartidas por su delgada anatomía, junto a esas líneas en sus brazos que en su momento habían dejado escapar brotes de líquido carmesí.

Era una obra de arte hecha a base de colores aburridos que contaban una experiencia traumática de su vida, siendo solo esos mechones naranjas el único color vivo y alegre que se dibujaba en él como miles y miles de hilos finos. Pues sus ojos estaban muertos, sin el destello de luz que los había caracterizado desde siempre, debajo de ellos habían unas ojeras horribles a su criterio, y en su mejilla estaba el hematoma que le habían dejado aquellos tipos días atrás. Su cuerpo también estaba lleno de moretones, las cicatrices que había dejado aquella navaja que se clavó en la piel de sus brazos ardían como el fuego, y varios de sus huesos estaban rotos al igual que la poca cordura que le quedaba.

Jung HoSeok no era más que una nube negra llena de tormentas.

Cuando sus ojos se abrían cansados después de tantas horas de sueños espantosos, lo primero que solía darle la bienvenida al mundo real eran esos molestos focos de luz blanca que daban directo en el rostro, cegandolo por breves instantes. Pensaría que ya estaba muerto de no ser que escuchaba todo el barullo fuera de la tienda, repitiendole una y otra vez que su corazón aún no tenía suficientes motivos como para dejar de latir, que no sea ingenuo porque no abandonaría la tierra tan fácilmente como él deseaba desde hace largos días y oscuras noches.

Ya el sol se había marchado, dándole el paso a un océano infinito para que cubriera el cielo de un azul marino, lo sabía porque veía a la luna colarse por la puerta abierta de la gran carpa donde metían a la gente enferma. Notó, segundos después, que su habitual acompañante no se encontraba a su lado como solía ser siempre, más sí fue recibido por el inmóvil chico de la camilla que estaba a su derecha, claramente muerto. Se le hizo algo extraño, pues cada vez que uno de los pacientes abandonaba el mundo rápidamente las enfermeras transladaban el cuerpo a otra zona por peligro de infección, pero ahora parecía no haber aboslutamemte nadie ahí.

Solo un cadáver y él.

—Oh chico, tú has perdido la carrera desde hace rato, quizás desde anoche, ¡que maldita suerte!, no tienes que seguir aguantando está porquería— le habló al pálido muerto como si nada, sonriéndole amablemente—. Espero que te levantes pronto y me hagas el favor a mí, ya estoy cansado de estar aquí postrado en este lugar donde solo me sacan sangre cada dos por tres como si fuera una rata de laboratorio, ¿a ti también te lo hacían?, Estoy seguro que si y- ah— suspiró frustrado—, esto es una completa mierda amigo, si soy un simple muchacho que lo perdió todo, ¿para que me tiene el mundo aún aquí?, ni ganas de vivir tengo ya.

Por supuesto que no obtuvo respuesta alguna de parte del fallecido, pero en su mente sabía que el chico lograba entenderlo a la perfección, después de todo ya había charlado varias veces con él cuando aún le llegaba oxígeno a los pulmones y su corazón palpitaba, Im era alguien muy charlatán y comprensivo, a HoSeok le caía bien.

Sus pupilas se dilataron en su retorcida alegría al ver que los ojos de aquel pálido chico se abrían de repente, provocando la extensión de su sonrisa como si fuera el gato de Alicia en el país de las maravillas, tan maravillado ante lo que tenía al lado, una oportunidad.

—¡Volviste!, que bien— rió eufórico, con la mirada clavada en aquel infectado que se levantaba poco a poco de la camilla—. Me gustan tus ojos nuevos Im, son grises como las tormentas, me encantaría tenerlos así, aunque creo que a mí me quedarían muy feos.

INFECTEDWhere stories live. Discover now