Capítulo 35

1.4K 146 4
                                    


Febrero, 2013

Y así fue cómo mi vida perfecta se fue a la mierda por completo, cómo comenzamos esta historia hace ya bastante tiempo. Si algún día llegué a pensar que lo peor que me pudo haber pasado en la vida fue que mi novio metalero me engañara, me gustaría poder reírme en mi propia cara. No tenía una idea.

Me encuentro en medio de un escenario, no me doy cuenta de que estoy bailando hasta ahora; miro a mi alrededor y parece estar desierto. Donde debería estar el público solo hay oscuridad, no sé para quién estoy bailando, pero al menos estoy feliz de hacerlo. Miro hacia mis pies y mis zapatillas de punta son rojas, tal como siempre lo soñé. Me voy hasta el final del escenario y hago tres grand jete perfectos, escucho aplausos pero no tengo idea de donde vienen.

Un momento crucial es cuando mi compañero de baile hace ingreso al escenario pero nunca aparece, me comienzo a preocupar pero no borro mi sonrisa de la cara, si algo he aprendido en mis catorce años de danza es que aunque todo esté saliendo mal, la sonrisa debe parecer intacta.

Alguien me toma por la cintura y me eleva, sorprendida cuando toco nuevamente el suelo, lo miro, un chico rubio, vestido como los boxeadores me está sonriendo y solo moviendo los labios me dice que siga bailando. Su cara me parece conocida, muy conocida y no puedo dejar de mirar esos ojos verdes tan hermosos que tiene.

Comienza a bailar a mi ritmo con pasos que nunca imaginé alguien como él podría hacer, hasta que llega un momento en que debo correr hacia él para que me levante. Lo hago y cuando estoy a punto de llegar, me resbalo pero me alcanza a afirmar como si nada.

—Nunca te dejaré caer —dice antes de guiñarme un ojo y elevarme. Es en ese momento cuando lo reconozco. Sebastián—, y tampoco te dejaré sola.

Eso último me confunde ya que no sé que habrá querido decir pero sigo bailando, me alejo un poco pero me sigue y toma mi mano.

—Despierta —dice con tono triste, yo sigo corriendo para alejarme—. ¡Despierta ya!

Con ese último grito me doy cuenta de todo, nada de esto es real. Debo llevar un buen rato soñando, pero no sé cómo despertar. Intento detenerme, pero es como si mis pies bailaran por sí solos, imágenes borrosas inundan mi cabeza. Un claxon. Un accidente. Mucha gente alrededor. Ruido de ambulancia.

No me doy cuenta de que me voy acercando al borde del escenario hasta que caigo. Mis músculos se contraen y se preparan para el momento en que mi cuerpo se estrelle en el suelo pero eso nunca ocurre; pasa alrededor de un minuto y yo sigo sin golpearme.

«¿Qué está pasando? Tengo mucho miedo. ¿Dónde está mi boxeador?¡Ayuda!»

La caída no es cómo me la imaginaba, aterrizo en un lugar acolchado y despierto, el golpe hace que me incorpore de golpe y tome una gran bocanada de aire, como si llevara días sin respirar. Tengo la garganta adolorida y solo en ese momento me doy cuenta de que estoy conectada a un ventilador mecánico. Un chico, idéntico al boxeador de mi sueño se levanta de golpe del sillón, estaba medio dormido y ahora sus ojos están llenos de lágrimas pero a la vez sonríe.

Miro hacia mi alrededor, estoy en una clínica conectada a miles de cables y tubos, me comienzo a desesperar ante la mirada preocupada del chico, sé que lo conozco pero no logro recordar de dónde.

—Mar, tranquila —dice lentamente, pero cómo puede pedirme eso. No sé ni siquiera quién es—. Ya estás bien.

—¿Quién eres? ¿Dónde está mi mamá?

No responde nada más y sale a buscar al médico o a alguien, cuando llegan estoy intentando desconectarme todo lo posible. Se ven obligados a sedarme y antes de que hiciera un completo efecto me doy cuenta de un horrible detalle.

No me llames princesaWhere stories live. Discover now