Capítulo 10

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—¿Frambuesa o chocolate? —me preguntó la chica que atendía la heladería cuando fue a nuestra mesa.

—Frambuesa.

—Entonces, un helado de frambuesa y otro de menta —dijo para cerciorarse de que lo había memorizado bien—. ¿Quieren ordenar algo más?

—Por ahora no, gracias —respondió Fernando con educación.

La heladería a la que me llevó era muy acogedora, las paredes en tonos pasteles y muchos cuadros que le daban vida al lugar. Los niños y ancianos que estaban ahí nos miraban con atención ya que ni él ni yo parecíamos ser del tipo de persona que frecuentáramos esos lugares. Casi estoy segura de que los más pequeños nos temían y claro, ahora cuando veo chicas de la edad que yo tenía en ese entonces, entiendo por qué la gente se nos quedaba mirando extrañada. Dábamos un poco de miedo.

Al igual que en la noche de la fiesta, hablamos de todo y de nada, los minutos pasaron volando y como era de esperarse, llegué justo a la hora, diría que un minuto atrasada. Me vestí con la mayor velocidad que conseguí, mientras intentaba peinarme y desmaquillarme a la vez. En ese momento, juro que deseé ser un pulpo para poder hacer todo rápido.

La clase había comenzado dos minutos antes de que ingresara y la profesora me quedó mirando feo pero luego siguió con la clase y dijo que esperaba que fuera la primera última vez que ocurriera, yo lo prometí sin dudarlo. Tenía que dejar de pensar en pajaritos y concentrarme en mis sueños, si quería cumplirlos nada me debía distraer ni hacerme llegar tarde.

Lo que no sabía en ese entonces, era que las promesas son muy fáciles de romper. Es una lástima haber tenido que aprender a los golpes.

***

—¿Cómo estuvo esa clase? —preguntó mamá en la cena, yo lo único que quería era olvidarla pero si no respondía iba a seguir preguntando.

—Llegué tarde, me regañaron muchas veces porque hoy a mis pies se le ocurrieron estar inútiles y casi me caigo unas tres veces —empujé una pedazo de papa de un lado a otro con el tenedor sin levantar la vista, la verdad no quería seguir hablando o tal vez lloraría. Me frustraba mucho que las cosas no me salieran como quería—. Así que podría decir que fue una clase de mierda.

—¡Esa boca! —me regañó papá y recién noté que había dicho una mala palabra.

—Lo siento, ¿puedo ir a mi habitación? Estoy cansada.

—Pero no has comido nada de tu plato.

—No tengo hambre, mamá.

—¿Quieres llorar? —preguntó mi hermano con tono de burla, yo solo lo ignoré porque o si no le daría en el gusto—. Eres un bebé.

—¡Antonio, basta! —intervino mi madre molesta.

—Permiso —me levanté despacio sin mirar a nadie y me fui a mi habitación.

Muchos se preguntarán: ¿La niña rebelde llorando? Sí, por más que lo intentara ocultar soy más sensible de lo que me gustaría y cosas como esas, sentir que no servía para hacer lo que amaba me hacía querer gritar y llorar. Aunque ahora sé que por un día malo no se arruinan todos los buenos, en ese momento era demasiado inmadura para saberlo y si un día no me salía un pirouette doble, para mí significaba que era un asco como bailarina. ¡Vaya, seguridad en mí misma!

No recuerdo bien cuánto tiempo estuve llorando pero sí que me quedé dormida encima de la cama abrazando mis piernas y sollozando. Cuando desperté a la mañana siguiente, estaba tapada con varias mantas, supongo que mamá fue a verme después de un rato.

La cabeza me dolía demasiado y era una de las razones por las que odiaba llorar, por las que sigo odiando hacerlo. Quise inventar alguna excusa para no ir a clases, anímicamente no me sentía preparada aunque fuera una estupidez. En ese entonces no lo entendí, y ahora sigo sin poder entenderlo, siempre me frustraba cuando algo no me salía pero nunca al punto de querer abandonar como esa vez.

Fue la abuela la que tocó mi puerta esa mañana y por poco me obligó a entrar a la ducha y prepararme para un nuevo día.

—No sé qué te pasa, pero la vida sigue y no por tener un día malo vas a dejar de lado tus sueños. Esa no es mi nieta, mi nieta lucha por lo que quiere y más si le ha costado tanto conseguirlo.

Creo que esas palabras son las que nunca olvidaré de ella, a pesar de que siempre sabía cómo animarme, nunca me había llegado tanto algo que dijera hasta ese momento.

Como todos saben, desde muy pequeña he sido fanática de la danza. Desde que aprendí a ponerme de pie ya que movía al ritmo de cualquier tipo de música. Mi abuela aseguraba que vio talento en mí y por eso convenció a mamá de que me inscribiera en una academia de ballet igual que había hecho con ella. Tenía tres años cuando pisé un salón por primera vez y desde ese día no he podido dejarlo.

No recuerdo mucho de mis primeros años, solo lo que me cuenta mamá. Ahí fue donde conocí a Brenda, la chica que en ese entonces era mi mejor amiga. Entramos el mismo día y lo primero que hicimos fue pelear por un bolso —resultaba que ambas teníamos el mismo—, aunque nuestro odio a muerte solo duró una semana y luego nos convertimos en las mejores amigas del mundo. En ese entonces, la extrañaba mucho y me prometía día a día que la llamaría, lo hacía aunque no muchas veces podía atenderme; fue así como nuestra amistad se fue desgastando y nos fuimos quedando sin temas para hablar hasta convertirnos en perfectas desconocidas.

Subí al auto y me propuse poner música animosa en mi ipod, al menos así tenía fe de que mi día se arreglara, pero cuando llegamos al colegio seguía un poco deprimida. No sé si para mi buena o mala suerte, la primera persona con la que me encontré fue con Sebastián y extrañamente notó enseguida que algo andaba mal conmigo, lucía tan preocupado que aunque lo negaba a muerte, en ese momento se ganó un pedacito de mi corazón.

—¿Qué tienes, princesa? —preguntó mirándome fijamente, fue extraño pero sentía como si pudiera atravesarme con la mirada y ver exactamente todo lo que estaba pensando.

—Nada —apenas logré articular las palabras.

—No te creo una palabra.

—Que lástima —me encogí de hombros, no tenía ánimos de nada y lo peor de todo es que deseaba compartir con alguien mis frustraciones y no podía—. Vamos tarde a clases.

—Aún quedan veinte minutos.

—¿Dónde está Serena?

—No vino hoy, dijo que no se sentía muy bien.

—Espero que no sea nada grave.

—Dudo que lo sea, siempre finge.

No dije nada más y él tampoco, al parecer notó que no tenía ganas de hablar y me dio mi espacio, lo que agradecí internamente. Lo que sí, nos fuimos juntos a la sala ganándonos las miradas curiosas de todos pero poco me importaba; había vuelto a mi plan de conseguir que me expulsen por lo que no me interesaba que nadie pensara bien de mí. 

Después de muchos meses sin publicar he vuelto, y con muchas nuevas ideas. Actualizaciones semanales, todos los viernes. Espero les guste el capi y me dejen sus votitos y comentarios <3

No me llames princesaWhere stories live. Discover now