Capítulo 4

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Mi madre me envió un mensaje al celular diciendo que se tuvo que ir unos minutos antes y que tendría que volverme sola a casa. Eran las cinco de la tarde por lo que quise quedarme a dar unas vueltas por el centro, quería comprarme una nueva chaqueta de cuero que había visto en una revista y como el destino estaba a mi favor, andaba con mi tarjeta de crédito.

Agradecí que nadie me conociera en esta ciudad porque andaba peinada como bailarina y con un maquillaje casi nulo, aparte de que llevaba puesto el uniforme del colegio no creía que nadie pudiera reconocerme a lo lejos. Entré a la tienda y luego de probarme la chaqueta y enamorarme de ella, la compré y salí de ahí.

—Casi no te reconozco sin todo el maquillaje y con ese peinado tan... ordenado.

Me sobresalté al ver a Sebastián en frente de mí, me puse nerviosa en cosa de segundos y no sabía como arreglar la situación. Mi plan no podía arruinarse a dos días de haberlo iniciado.

—¡Sebastián! —puse mi mejor sonrisa para ocultar mi nerviosismo—. No te vi.

—¿A dónde vas así?

—No voy a ningún lado, la verdad vengo del médico.

—Entonces... ¿aparentas ser rebelde en el colegio pero en realidad eres una rosada?

—No soy una rosada —salté a la defensiva—. Mi madre me obligó a sacarme el maquillaje para ir al médico y no pude hacer nada; ni siquiera sé por qué te estoy dando explicaciones.

—No es necesario que te pongas nerviosa, soy bueno con los secretos.

—No hay ningún secreto aquí.

—Lo que tú digas, supongo que nos veremos mañana.

—Adiós.

Desparecí de ahí lo más rápido que pude, estaba muerta de vergüenza, no podía dejar que él descubriera mi secreto porque se lo contaría a Serena y nuestra amistad, o lo que sea que estábamos formando se iría a la basura igual que mi nueva personalidad.

Tomé un colectivo equivocado y no lo supe hasta que una señora le dijo al conductor el lugar en donde se bajaba y me di cuenta de que iba en la dirección opuesta. Terminé tomando un taxi, podía ser mucho más caro pero quería llegar pronto a casa y no estaba dispuesta a perderme de nuevo. Llegué furiosa a mi casa y no me salvé de una nueva discusión con mi hermana, esta vez porque según ella tomé su maquillaje sin permiso siendo que yo jamás usaría ese maquillaje de abuela que usa. Terminé como siempre, encerrada en mi habitación con los audífonos en ambas orejas y con el volumen máximo, me puse mis calzas deportivas y las puntas, quería hacer un giro que no me salía muy bien. Fouette, la verdad con puntas solo me salían dos y me frustraba ya que quería que me salieran muchos como a las bailarinas profesionales, aunque claro que me faltaba mucho por aprender en ese entonces.

Un fouette, dos fouettes, tres fouettes, cuatro fouettes y al suelo. Mi hermano y mi abuela entraron corriendo a mi habitación al escuchar el golpe, ya que en mi caída me llevé varias cosas del escritorio; soltaron todo el aire que llevaban conteniendo al verme sonriendo como idiota.

—¡Fueron cuatro! —grité emocionada mientras me levantaba un poco adolorida.

—¿Cuatro qué? —preguntó mi hermano sin entender.

Fouettes.

Estás loca, ¿lo sabes?

—Al menos no estoy amargada como tú y Gabby, no quiero ni imaginarme cómo serán cuando estén viejos. Dios se compadezca de las personas que decidan pasar el resto de sus vidas con ustedes, si es que existe alguien que quiera claro.

Antonio volvió a su habitación sin decirme nada más, sabía que yo tenía respuesta para todo y que no le convenía pelear conmigo. Siempre terminaba ganando y eso lo enojaba aún más.

—Estoy orgullosa de que estés mejorando tus giros —dijo la abuela—, pero si sigues así terminarás rompiendo todo, o dañando tus pies.

—No le pasará nada a mis pies, pero dejaré de hacerlo. Solo por hoy.

—Eres igual a tu madre cuando tenía tu edad —me contó nostálgica—. No dejaba de hacer las cosas hasta que le salían, sus brazos y piernas estaban llenas de hematomas, igual a las tuyas por los golpes que se daba pero aun así seguía intentando, si no lo hubiese dejado podría haber llegado muy lejos y sé que tu lo harás, porque lo importante es la perseverancia y tu estás repleta de eso.

Creo que fue la charla más motivadora que me ha dado la abuela desde que nací, siempre me llevé muy bien con ella y bromeábamos todo el día pero jamás me había hablado de esa forma, parecía estar orgullosa de mí y yo no podía pedir más que eso para ser feliz.

Luego de vendar mis pies ya que me había hecho un par de heridas al no ponerme bien los protectores, me tiré en la cama y encendí el computador. En mi bandeja de entrada de Facebook tenía un mensaje de Serena.

«Mar, ¿te fue bien en el médico? Espero que sí. Veo que aún no estás conectada pero te lo diré igual, el viernes haremos una fiesta en mi casa para celebrar a los nuevos, van a haber chicos de otros cursos también, espero que puedas venir, lo pasaremos genial.»

Sonreí ante la invitación, sabía que no había ido a esa ciudad a crear amistades pero tener un par de aliadas no me haría mal, o eso quería creer en ese tiempo.

«Ahí estaré, debes darme tu dirección.»

«Puedes venir a casa mañana después de clases para conocerla y que se te haga más fácil llegar.»

«Está bien, puedo solo hasta las cinco y media, tengo un compromiso familiar a las seis al que no puedo faltar.»

«Genial, nos vemos mañana.»

Por lo que pude ver, Sebastián todavía no le había contado del encuentro en el centro y aunque estaba asustada de que lo hiciera, tenía la sensación de que él no diría nada. Me alegra saber que tenía razón.

La mañana siguiente me levanté sin ningún animo, quería dormir para siempre y me dolía la espalda por la caída del día anterior, aun así, me arrastré al baño y me di una ducha antes de comenzar con mi ritual de maquillaje.

Ya en el colegio, en clase de historia me cambiaron de puesto porque conversaba mucho con Serena, ¿cómo quería que no conversara si sus clases eran más aburridas que escuchar a papá hablar de su trabajo? Para mi mala suerte me sentaron en el primer puesto y tuve que compartir la mesa —eran dobles— con Sebastián.

—¿Crees que el destino nos está uniendo? —bromeó y guiñó un ojo mientras yo alzaba la mirada al techo.

—Sí, lo que tu digas.

—Deberán entregar un informe sobre la segunda guerra mundial —comienza a decir la profesora y todos abuchean—, para la próxima semana, trabajarán en parejas con su compañero de puesto.

—Nos siguen uniendo, yo digo que de aquí al matrimonio hay un paso, princesa.

Intento mostrar toda mi actitud rebelde y mostrarme firme.

—Hay dos cosas que deberías saber de mí, y espero las tengas claras ya que por lo que veo estamos obligados a pasar tiempo juntos. Primero, los rubios no son mi tipo, nunca estaría con uno.

—Nunca digas nunca, soy el tipo de todas —dijo con seguridad haciendo que yo resoplara, su arrogancia agotaba mi paciencia—. ¿Cuál es la segunda?

—Nunca, jamás me volverás a llamar princesa, porque no soy una y si lo vuelves a hacer te arrepentirás. 

No me llames princesaOnde histórias criam vida. Descubra agora