Capítulo 3

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Estaba dejando mis cosas de ballet en mi nuevo casillero lo más rápido que podía para que nadie lo viera que no noté que me estaban hablando.

—¿Vienes a clases? —preguntó Serena quien venía con su hermano.

—Sí, dame un segundo.

Ambos me esperaron y cuando cerré la puerta, nerviosa porque hayan podido ver algo los saludé de un beso en la mejilla a cada uno como todos acostumbran a hacer. Sebastián se adelantó porque se encontró con uno de sus amigos y con Serena no nos dimos prisa para entrar a la sala, creo que ambas creíamos que sería una perdida de tiempo.

El día pasó lentísimo, lo único que hacía era mirar el reloj ya que quería ir pronto a mi clase, estaba ansiosa.

—¿Te pasa algo? —preguntó Serena cuando eran las dos y media—. No dejas de mirar el reloj.

—Sí, estoy esperando a que mi mamá me venga a buscar. Debo ir al médico y ya está atrasada.

La clase fue interrumpida por la secretaria, quien había ido a avisar que me habían ido a retirar; recibí la mirada de todos desde que me nombraron hasta que salí de la sala. Corrí a buscar mis cosas al casillero y me encontré en la entrada con mi madre.

—Ojalá tuvieras esa sonrisa cuando tengo vengo a dejar al colegio en las mañanas —bromeó mamá al verme tan emocionada.

—No es lo mismo, ya quiero bailar.

Condujo en silencio y me dejó poner música clásica en el camino para concentrarme, amaba escucharla, siempre que necesitaba paz o cuando la situación me superaba, escuchar a Ludovico Einaudi mejoraba todo. Durante el camino me quité todo el exceso de maquillaje ya que suponía que si la directora me veía en modo rebelde se desmayaría.

Cuando llegamos me dirigí al camarín para cambiarme y mi madre se fue a acomodar a uno de los asientos; algo bueno de esa academia era que los padres que querían podían ver las clases desde una salita de arriba a través de un vidrio. Mi mamá amaba el ballet, cuando era joven bailaba pero se lesionó y luego cuando fue madre decidió dejarlo para siempre; esa es una de las razones por las que no quería ser mamá, me quitaría una de las cosas que más amaba hacer como a ella.

En el camarín estaba lleno de chicas que también eran nuevas, todas estaban nerviosa pero yo estaba completamente emocionada, en mi no existían los nervios, no en lo que tenía que ver con el baile.

Una señora vestida elegante y con unos tacones monumentales nos hizo pasar y ubicarnos en las barras, pensé que luego de eso iría a buscar a la profesora para comenzar con la clase pero me sorprendí mucho que ella era la profesora, y que nos iba a dictar la clase sin ninguna demostración como solían hacer en mi antigua academia.

Ese fue el momento en que los nervios llegaron a mí, en mis once de años de bailarina jamás me había sentido tan insegura pero todo se calmó dentro de mí cuando el pianista comenzó a tocar, reconocí enseguida la melodía, era una de mis favoritas «Nuvole bianche de Ludovico».

—Bueno, los que están aquí deberían saber los nombres de los pasos por lo que solo se los dictaré. Solo unos pocos de ustedes quedarán en el grupo de avanzados que son a los que empezamos a formar para que representen a la academia y a veces al país. ¿Alguna duda?

Nadie respondió nada, nos limitamos a negar con la cabeza y ella comenzó a dictar. Partimos con un demi-plie, dando paso luego a un grand-plie.

—Tendu, plie, pirouette —ya llevábamos media hora de clase cuando comenzó a hacer variaciones cada vez más largas—, assamblé, sissone, pas de bourrée, tendu, plie, pas de chat, piqué, doble piqué, arabesque, pose final. ¿Quién se ofrece voluntario para hacerlo primero?

Todos dieron un paso atrás ya que a veces es fácil confundir los nombres pero yo tenía claro lo que había que hacer así que levanté mi mano. Todos los presentes me miraron sorprendidos incluida la profesora.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.

—Marina.

—Bien, Marina. Veamos si entendiste la variación.

Repaso en mi mente por quinta vez la variación para no equivocarme en nada y lo hago. Mi sonrisa se agranda mucho más cuando veo que me sale un doble pirouoette, y los otros ejercicios me salieron livianos; según yo, pero me asusté al ver la cara seria de la profesora. Pensé enseguida que tal vez lo hice todo mal sin darme cuenta, repasé todo en mi mente y no veía en dónde me había equivocado.

—¿Desde hace cuánto tiempo bailas? —fue lo único que preguntó.

—Desde los tres años, ahora tengo catorce.

—Entonces, supongo que ya usas puntas.

—Sí.

—Quiero verte hacer esta variación con ellas, ¿las trajiste? —asentí efusiva—. Ve a ponértelas. Los demás, en una fila irán pasando uno por uno.

Corrí al camarín y miré hacia arriba donde mi mamá estaba con una sonrisa de oreja a oreja, me muestra su dedo pulgar en señal de afirmación y yo sonreí, feliz. Me acomodé las puntas para que quedaran perfectas, no podía equivocarme en frente de todos. Volví a la sala y me quedé en una esquina, haciendo ejercicios para calentar mis pies mientras los demás intentaban sacar la variación, por momentos creí que la señora Lourdes —la profesora— iba a perder la paciencia.

—¿Estás lista? —me preguntó cuando me vio en la barra.

Yo asentí y me puse al centro, igual que hace unos minutos; ella hizo una seña al pianista para que comenzara a tocar y la melodía inundó mis oídos. Me dejé llevar, como siempre hacía, dejé que fluyeran los movimientos y al parecer lo hice bien; la señora ya no lucía su cara seria si no que mostraba una leve sonrisa. Pude notar la cara de mis compañeros, algunas eran sonrientes otras parecían muecas de envidia pero eso ni siquiera me importaba.

La clase terminó y la señora Lourdes me pidió que me quedara a hablar con ella una vez que todos se habían ido, no sabía que me iba a decir y la señora en verdad daba miedo pero no creía que fuera nada malo y tenía razón.

—Del grupo que pasó, eres la única que tiene la técnica para ser parte del grupo avanzada, intentamos formar a los mejores y tú puedes llegar a serlo. Eres tan pequeña aún que no puedo imaginar lo que serás en unos años más, te felicito.

—Muchas gracias.

—Entonces, nos veremos en las clases. Empiezas mañana. Recuerda que son de lunes a viernes, de seis a ocho de la noche; lo ideal es no tener muchas inasistencias y llegar a la hora, necesitamos gente responsable.

Asentí con la cabeza porque no sabía que más decir, estaba tan emocionada que me faltaban las palabras; salí totalmente feliz y ni siquiera un mal comentario que escuché de una de las chicas en camarín me afectó, estaba dentro, en el grupo de los mejores y hasta ese entonces, era el mejor día de mi vida. 

No me llames princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora