Capítulo 16

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Al día siguiente, Sebastián ni siquiera me dirigió una mirada, no era digna de él y Fernando no había ido a clases. Intenté llamar la atención del rubio pero nada funcionó, se esforzaba por ignorarme y al final del día ya todos lo notaban.

La siguiente semana fue lo mismo y la otra también, comencé a bajar de peso porque ni para comer tenía ánimo y además, cada vez me sentía más sola. Gabby aún no confesaba nada y yo andaba peor que ella, como si el secreto fuera mío. No sé si exageraba pero para una niña de quince años eso ya es más que suficiente.

Abril llegó y nada cambiaba, Fernando volvió al colegio pero se cambió de curso y ni siquiera me saludaba cuando nos cruzábamos en los pasillos. Por su lado, Sebastián se sumergió aún más en el mundo de la popularidad y hasta un poco en la idiotez, tiraba comentarios venenosos y aunque nunca se dirigió a mí directamente, sabía que iban para mí. Fue tanto, que un día cuando salimos a nuestra hora libre de almuerzo lo detuve en la puerta y no lo dejé pasar hasta que hablara conmigo, sus amiguitos se negaron a alejarse mucho y él no les dijo nada por lo que tuve que hacer un gran esfuerzo para imaginar que no estaban.

—¿No podemos hablar en otro lugar? —pregunté como una ilusa y él solo se limitó a reír.

—¿Para qué? Lo que tengas que decir no me interesa ni aquí, ni en ningún otro lugar.

—¿Estarás enojado siempre conmigo? Es demasiado inmaduro lo que haces. ¿Indirectas, en serio? ¿Cuántos años tienes?

—¿Cuándo será el día en que me dejes en paz, Marina? —comenzó a levantar la voz y yo me di cuenta de que intentar hablarle había sido una pésima idea—. Me pediste mil veces que te dejara tranquila y ahora que lo hago te pones a molestar tú. Entiéndelo, tú ya no me interesas y nunca más lo harás, y si estás pensando que yendo a un lugar más tranquilo y solos podrás besarme otra vez estás muy equivocada. Ese beso no significó nada, no me provocó nada, es bueno que lo sepas y lo superes. Además, creo que te falta aprender demasiado sobre eso.

—¡Sebastián! —fue el grito de Serena el que se escuchó por todo el pasillo, intenté contenerme pero igual un par de lágrimas cayeron por mis mejillas mientras sus amigos lo celebraban—. ¿Qué necesidad tienes de ser tan hiriente?

—¿Hiriente yo? ¿Chicos, fui hiriente?

—Eres un idiota orgulloso...

—Déjalo, Serena —pedí, solo quería que nos fuéramos de ahí—. Él tiene razón, le pedí que se alejara de mí y aprovechando que lo hizo esta será la última vez que le hable. ¿Podemos irnos?

Con mi cabeza en alto —a pesar de tener los ojos llenos de lágrimas— comencé a caminar por el pasillo hasta llegar al baño y quedar lejos de las miradas de todos esos idiotas. Lloré, como venía haciendo cada día, dolía tanto pero decidí que ese idiota jamás volvería a dejarme en ridículo como esa vez, jamás dejaría que lo volviera a hacer y solo no me vengaría de él porque no merecía la pena desgastarse con una persona tan mierda.

***

Esa tarde en la academia fue más o menos lo mismo, todavía no me sacaba de la cabeza esas palabras hirientes; era como si de alguna forma se hubiesen incrustado en mi corazón. En ese caso, hubiera preferido que me hubiese golpeado a todo lo que dijo, porque el dolor físico tarde o temprano desaparece, pero el daño que hacen las palabras por más tiempo que pase, siempre estará ahí. Recordándote que hubo un tiempo en el que tal vez las mereciste.

Estaba demasiado desconcentrada, las combinaciones no me resultaban por lo distraída que andaba y la profesora ya ni siquiera me retaba, llevaba varias semanas así y al parecer ya se había rendido conmigo. Lo que no pasó con la que nos prepara las coreografías, ella sí me gritó como nunca antes, en un momento me trató hasta de inútil y yo con mis ojos llenos de lágrimas tuve que seguir bailando, equivocándome en cada maldito movimiento.

No me llames princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora