Capítulo 2

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Estaba consciente de que cuando llegué a casa, mis manos, mi ropa y hasta mi pelo tenían olor a nicotina. Intenté pasar desapercibida y casi lo logro si no fuera por la entrometida de mi hermana.

—¿Dónde estabas? —preguntó con un tono autoritario similar al de mamá.

—Ya te dije, fui a la casa de una compañera.

—Tienes catorce años, no te mandas sola. Ni siquiera conoces la ciudad como para andar a estas horas caminando.

—Pero que manía la tuya de querer parecerte a mamá; bien, te lo recuerdo, no eres mi mamá y no tienes ningún poder sobre mí.

—Apestas a cigarro, ¿qué estuviste haciendo, Marina?

—¡¿Qué te importa?! —perdí totalmente la paciencia, si algo no soportaba de ella era cuando se ponía así.

—Le diré a mamá que estás fumando.

—¿Por qué no te metes en tus asuntos? No estoy fumando, idiota.

Me encerré en mi habitación y di un portazo para demostrar mi enojo y frustración, aunque ¿qué culpa tenía la puerta de que no soportara a mi hermana?

Me puse los audífonos e ignoré completamente a Gabby, quien golpeaba sin parar la puerta. ¡Dios! Esa chica no tenía nada que hacer aparte de molestar.

—¡Consíguete un novio y no me jodas más a mí!

Dio un grito de indignación y para mi suerte, se fue. Decidí llamar a mi novio para contarle sobre mi día, pero terminé como siempre, escuchándolo a él sobre sus tantos partidos de futbol; en ese momento no lo notaba pero siempre hablábamos solo de él, al parecer yo no importaba. Cerca de una hora hora estuve en silencio, hasta que inventé alguna excusa para cortar el teléfono, entonces me fui a dar una ducha para quitar todo el olor a cigarro impregnado y también toda la rabia que tenía de estar «enamorada» de un completo imbécil.

Al volver a mi habitación mi madre estaba sentada en mi cama con expresión preocupada. Obviamente deduje que la entrometida de mi hermana había abierto la boca y me preparé para el sermón o el castigo.

—Tu hermana me dijo que llegaste hace un rato. Es peligroso que andes a estas horas fuera, ya no estamos en el sur, esta es una ciudad casi cuatro veces más grande.

—Pero estoy bien, no me pasó nada. Gabby está exagerando como siempre.

—Sabes que no lo hace de mala, solo se preocupa por ti.

—Claro, igual podría meterse en sus asuntos —resoplé—. Bien, ¿cuál será mi castigo?

—No te castigaré, pero no lo vuelvas a hacer —dijo y luego sonrió mientras sacaba unos folletos de su bolso—. Mira lo que te traje.

Se los quité de la mano rápidamente al ver que se trataban de academias de ballet, lo que más deseaba era poder bailar. Si bien, ser una bailarina no iba para nada con mi nueva personalidad; jamás podría dejarlo.

—¿Podemos ir hoy? —hice un puchero como siempre hacia para conseguir lo que quería—. Por favor.

—Si te decides por una antes de media hora y estás lista, vamos. Debemos regresar antes de la cena.

—¡Sííííí! ¡Eres la mejor mamá del mundo!

Deposité un beso en su mejilla y corrí al armario para elegir una vestimenta apropiada para ir, sabía que no podía ir vestida con el nuevo look porque lo más probable era que no me aceptarían; había leído que eran muy exigentes en todos los ámbitos para aceptar a alguien nuevo.

Demoré menos de media hora en elegir, ya que había hecho mis investigaciones apenas supe que nos cambiaríamos de ciudad. Salimos en el auto y no pensé que me pondría tan nerviosa una vez que llegáramos.

—Entonces, ¿desde hace cuánto bailas, querida? —preguntó la directora de la academia. Una señora de unos sesenta años pero en perfecto estado; parecía que los años no pasaban por ella.

—Desde los tres años.

—¿Y ahora tienes?

—Catorce.

—¿Puntas?

—Hace dos años.

—Muy bien, te pediré que llenes este formulario con tu información personal y que mañana vengas a una clase de prueba para ver el curso en que estarás. ¿Puedes a las tres?

—¡Sí!

—No, tienes clases —dijo mi mamá—. ¿No hay otro horario?

—Me temo que no.

—Por favor, mamá. Nunca hacemos nada los primeros días.

—Está bien, mañana a las tres —me miró fijamente y me apuntó con el dedo—. Pero no te acostumbres.

Luego de llenar la hoja con una sonrisa de oreja a oreja y que mi madre firmara y pagara la matricula, volvimos a casa. Yo iba feliz de la vida, nada ni nadie podía arruinar ese momento, ni siquiera mis odiosos hermanos.

En la cena, todos parecían igual de felices que yo, creo que habían pensado que dejaría de bailar por mi nueva etapa y al parecer les alegró mucho que no fuera así.

—Me alegra que no hayas dejado el ballet, tesoro —la abuela fue la primera en hablar—. No podrías dejar que se desperdicie tanto talento.

—Es una suerte que toda esa estupidez del cambio no te hiciera dejar el baile —comentó mi hermana y me dieron ganas de lanzarle una patata en la cara.

—Gabby —intervino mi madre—, no es necesario.

—Me alegro mucho por ti, princesa —papá también decidió hablar.

Luego, mi momento de ser el centro de atención se acabó y toda la atención recayó en Gabby quien tenía mucho que contar de su primer día. Intenté poner todo de mi parte para no taparle la boca con algo pero juro que esa chica ponía toda mi paciencia a prueba. Ese día me tocaba lavar los platos tras la cena, y aunque no quería hacerlo, sabía que era mi deber por lo menos hasta que contrataran a alguien.

Terminé todo y mis dedos se parecían mucho a los de la abuela, me fui a mi habitación y me quedé un largo rato en el computador, esperando cualquier cosa, tal vez un mensaje de mi novio diciendo lo feliz que estaba de que pudiera seguir con lo que amo pero ya saben, mi felicidad nunca fue importante para él.

Al saber que me cambiaría de ciudad, decidí crearme una nueva cuenta de Facebook, no quería que todas mis fotos de bailarina, vestida de rosado y con tutús enormes salieran a la luz. Mi antigua cuenta la configuré para que nadie pudiera encontrarla y no agregué a casi ningún antiguo amigo en la nueva, solo a los necesarios.

«Sebastián Eisenberg te ha enviado una solicitud de amistad»

Di un pequeño salto al sentir sonar la notificación, no esperaba que mis compañeros comenzaran a agregarme tan rápido, o tal vez no esperaba que el rubio lo hiciera. Pero creo que lo que más me sorprendió fue que apenas unos minutos después de aceptarlo, me llegó la notificación de que le había gustado mi foto de perfil.

Me fui a dormir pocos minutos después de eso y desperté a la mañana siguiente gracias a la maldita alarma. En ese momento, debido a mi gran ritual de parecer rebelde, debía levantarme una hora antes de lo habitual; no sé cómo es que lo lograba, ahora que lo pienso, no podría volver a hacerlo. 

No me llames princesaWhere stories live. Discover now