Capítulo 27

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—No estarás hablando enserio, ¿o sí? —cuestionó Colin bastante sorprendido.

—Lo he dicho, debo llevarlo a donde pertenece. Después de lo que pasó...

—Por favor, Gilian, estabas ebrio y el imbécil de Líon te provocó. Solo discúlpate con el chico, si es verdad lo que me contaste, dudo que no esté acostumbrado a cosas peores.

—No se trata de lo que esté acostumbrado, tampoco me justifica el haber bebido.

—Sé por qué lo haces, pero a estas alturas el faraón ya debe saber lo que pasó, no saldrás con vida si tratas de llevarlo de regreso. Si quieres deshacerte de él, déjalo aquí y que vuelva solo.

—Dije que me quedaré y lo llevaré de regreso, así que pueden marcharse.

—A Líon no le va a parecer...

—Ya hablé con él. —siseó Gilian dando media vuelta para alejarse.

Colin buscó a Líon con la mirada, comprendiendo todo de inmediato, el moretón en su ojo era una clara explicación del por qué no se molestaría por la mala decisión de Gilian, nadie se pondría frente a él cuando estaba molesto, mucho menos si era el causante de ese enfado.




Gilian entró nuevamente a su tienda, afuera ya todos estaban marchándose sin siquiera volver a intentar convencerlo, a sabiendas de lo que obtendrían como respuesta. Se acercó al muchacho que seguía despierto, pero con la mirada perdida.

No dijo nada cuando se hincó a su lado, ninguno lo hizo en realidad. El mayor retiró la manta que cubría el cuerpo del chico, tomó el trapo que llevaba en una bandeja con agua, exprimiéndolo y limpiando despacio la sangre entre las piernas del otro.

Musim no pudo oponerse, le quedó claro que debía quedarse quieto cuando Gilian hizo presión al limpiar como si fuese una advertencia. El silencio era demasiado incómodo, pero él no tenía nada qué decir, no sabía qué ocurriría y lo único que imaginaba no era agradable, al menos podía agradecer que no tenía que levantarse aún.





Admes estaba furioso, había descubierto quiénes eran las responsables de lo que le ocurrió al cachorro y sus razones eran por demás absurdas. Siempre supo que sus demás consortes solían fastidiar a Sirey cada que podían, el chico no les agradaba porque era el menor, el que Admes más consideraba e incluso a quien más regalos le hacía anteriormente, saber que ahora sería Sirey quien le daría un hijo y no ellas, fue la gota que derramó el vaso, provocando su odio irracional, mataron a Gus con sus propias manos y observaron el momento exacto en que el muchacho se desplomaba de dolor al encontrarlo totalmente deshecho.

Ellas no tenían ni la menor idea de cómo fue que Sirey quedó encinta, ni siquiera les importaba, lo detestaban incluso más que antes, aún si veían lo triste que se veía siempre, no pensaron más allá de su egoísmo, querían ser las favoritas de su esposo, cuando no tenían la más mínima oportunidad incluso si Sirey no esperara a su heredero.

Atentar contra un consorte del faraón era un delito grave, pero hacerlo contra su futuro hijo era una sentencia de muerte. Pero no iba a hacerlo él, sabía perfectamente quién podía encargarse de eso, Aster tomaría muy enserio dicha labor.

Para Admes esas mujeres no tenían mayor relevancia, solamente dio la orden explícita de que su muerte no fuese rápida, de ahí en más, lo único que le importaba era que Sirey reaccionara.

Cuando el alma es quebrantada.Where stories live. Discover now