Capítulo 2

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Tras una pesada noche, Musim se sentía realmente mal, su cuerpo terminó siendo un despojo sin fuerza después de lo que el faraón le había hecho, y todo acabó por la mañana, cuando Admes se sintió suficientemente satisfecho y se retiró dejándole solo en la habitación.

Musim apenas podía moverse y hacerlo le generaba más dolor, pero recordaba que ese hombre prometió liberarle después de cumplir con el acuerdo. Trató de resistir, y no le suplicó que se detuviera en ningún momento, suponía que eso era lo que el faraón deseaba. Ahora debía pedirle la cura y marcharse, no quería estar ni un minuto más en ese lugar.

Al menos no tenía más esa cadena tan pesada en su cuello, ni los grilletes que le habían lastimado las muñecas. Se sentó soltando gemidos ahogados hasta que logró ponerse de pie, no solo su trasero dolía por golpes y los varios abusos que sufrió, el faraón le había golpeado con aquel látigo en dos ocasiones más y le lastimó las costillas de ambos lados.

A pesar de eso, se levantó viendo en el suelo la prenda que antes había sido una especie de camisón, ahora solo quedaban hilachos, estaba sucio de sangre y orines de cuando se hizo encima al inicio. No se sentía capaz de salir del palacio llevando eso puesto, pero no sabía si el faraón le devolvería su ropa, aunque el pantalón seguramente quedó hecho cenizas.

La puerta al abrirse le hizo levantar la mirada, aquel hombre había vuelto y llevaba una especie de túnica que solo se cernía a su cintura, dejando expuesto su torso. Musim no lo había notado antes, las circunstancias no se lo permitieron, pero ahora reparaba en aquella marca de la que tanto había escuchado, estaba en un costado de su abdomen, parecía una especie de mancha más oscura que el resto de su piel y tenía la forma de una cobra, demasiado detallada, nunca vio algo así y le causaba curiosidad, pero el miedo que sentía era mayor, bajó la mirada y se arrodilló tomando la prenda del piso para tratar de cubrirse, estaba tan rota que era imposible ponérsela.

— ¿Qué haces? —cuestionó el faraón acercándose a él.

—Quiero...

—Irte, claro, intentas marcharte y quieres esa maldita cura. —siseó tras escuchar sus pensamientos.

La voz del chico había quedado rasposa y seca, Admes podía percibir la sed y hambre de Musim, sin embargo, no iba a ser amable con él cuando éste lo primero que intentaba hacer era obtener aquello que le prometió, si tanto lo deseaba, entonces podía largarse cuanto antes, en parte podía entender sus razones, el temor estaba muy presente, no solo en su mente, también lo expresaba su cuerpo que no paraba de estremecer, como lo hizo toda la noche.

No era para menos, Admes reconocía haberse excedido bastante con él, solía ser violento con aquellos que lo provocaban, aunque el muchacho no hizo nada para ganarse esa terrible experiencia. Su intención era generar odio, rencor y furia en ese mocoso que parecía carecer de ello, obligarlo a dejar que su inconsciente se apoderarse de la razón, aunque no funcionó. Lo peor que el chico pensaba ahora era que estaba en presencia de un monstruo que le había hecho demasiado daño, el odio y demás pensamientos negativos no estaban, mucho menos deseos de venganza, su ingenuidad llegaba muy lejos.

Se inclinó hacia él y al tomarlo del brazo sintió una extraña sensación que no era del menor, una incomodidad se formó al ver de cerca el inútil intento del pequeño por cubrir su maltratado cuerpo, se encogió al ser tocado y ladeó el rostro al sentido opuesto de donde se encontraba, evitando mirarle siquiera. Lo soltó de inmediato y retrocedió dándole suficiente espacio.

—Levántate, en un momento traerán ropa para ti, y así puedas largarte cuanto antes.

—La cura, enserio la necesito. —susurró Musim.

Cuando el alma es quebrantada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora