Capítulo 10

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Pasaron algunas semanas, en Estibar Musim se recuperaba y podía decirse que se sentía cada vez mejor, al menos físicamente. Diario, en algún momento del día, cuando abría los ojos después de dormir más de la cuenta como últimamente se hacía costumbre, encontraba un dulce igual que aquel que Admes había olvidado la otra vez.

A ese paso Musim pensaba que el faraón los dejaba apropósito, pero no le importaba, sabían bien y les había tomado gusto, no podía recordar la última vez que pudo comer algo así, ni siquiera cuando era libre los acostumbraba, aunque su madre alguna vez preparó algo que tenía un sabor muy peculiar, lo hizo cuando su hermanita cumplió cinco años.

Haciendo cuentas, llevaba mes y medio ahí, lo cual era mucho, sus fracturas ya habían casi por completo, pero el médico le daría un par de semanas más para en reposo, Musim lo agradecía, eso quería decir que pasaría dos semanas en calma, hacía tiempo que Admes no se aparecía por ahí, al menos no cuando estaba despierto y por ello no había tenido qué hablar más con él, le quedaba claro lo que el faraón pretendía y no era grato.

Pero mientras él se encontraba mejor, en otra área del palacio estaba Sirey, aquel niño que se deprimía en su habitación. Trataba de verle el lado bueno al encierro que no había terminado, supuso que Admes en algún momento dejaría de estar molesto con él, pero no lo veía ni remotamente cercano.

Al menos la visita de sus padres no fue tan pronto como creía, hubo un problema en su viaje, ahora habían parado en otro país y llegarían después a Estibar, aunque no sabían cuándo. Sirey ya no tenía el moretón en su mejilla como muestra del error que cometió, pero si Admes no le había permitido salir, quizá era porque pensaba devolverle, estaba en todo su derecho.

Desde varios días atrás, el menor pensaba en aquella posibilidad y le preocupaba demasiado. Ser devuelto, aún cuando conservaba su virtud, no era algo bueno para él, además, no quería que sus padres le comprometieran con otro hombre, le asustaba, al menos al faraón de Estibar lo había conocido en ese tiempo y no resultó tan malo como pensó en su momento, pero nada le aseguraba tener tal suerte nuevamente.

Una tarde más encerrado y abrumado por las posibles consecuencias de lo que hizo, se sentó frente a un espejo mirándose con tristeza. Comenzaba a pensar que no era tan lindo y por eso Admes no había consumado con él, pero, lo que su reflejo mostraba era quizá la única razón, se veía como un chiquillo, era el más joven en ese lugar, quizá el faraón le creía incapaz de satisfacerle.

Suspiró pesadamente y se levantó para ir a la cama, tuvo que detenerse y mirar hacia la puerta en cuanto ésta fue abierta. No espera a nadie, esa tarde ya había comido y aún no era la hora de cenar. Le sorprendió cuando escuchó a un guardia informarle que Admes quería verle y le esperaría en el comedor principal.

Se sintió tan emocionado que le cerró en la cara y comenzó a buscar qué ponerse, necesitaba encontrar la prenda adecuada si deseaba ser perdonado y convencerle de pasar por alto su error, así que se vistió con un atuendo que supuso sería de ayuda. Volvió al espejo para arreglarse un poco el cabello, esta vez no usaría nada en su rostro, no quería tardar demasiado y no suponía necesitarlo, ese tiempo a solas lo pasaba durmiendo largas horas y eso ayudaba a que su piel se tornase suave y agradable, se colocó algo de perfume y salió de inmediato.



Admes esperaba impaciente a que Sirey apareciera, al verlo entrar le señaló el lugar a su lado derecho y el muchacho se acercó sentándose como suponía que le indicaba. Podía escuchar la cantidad de dudas que tenía en su cabeza, se preguntaba si él seguiría enfadado, si volvería a reprenderle, incluso le preocupaba que aquella ropa fuese de su agrado.

Cuando el alma es quebrantada.Where stories live. Discover now