31-Grandes poetas

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A mitad de la noche, despertar de sorpresa de un sueño estremecedor no es bueno para el palpitar incontrolable de un corazón humano, y menos para el de un Libro. Sonidos regulares y fuertes en el oscuro cuarto que le hicieron aumentar el pulso, no podía identificar que era, parecía un animal rondando por la casa.

No se movió, pero trató de identificar algo con la poca luz que entraba de la calle, ya había despertado al cien por ciento, tuvo que reír en voz alta cuando por fin entendió de qué se trataba.

Los ronquidos de Gabriel eran lo peor que había escuchado en su vida.

Aún entre risas, estiró el brazo para tomar su celular... eran las 5:55; le ganó a su alarma, no se alegró por eso. Extrañamente animado abandonó la habitación para arreglarse y salir a correr. Esta vez. ¿Por qué no? Acompañó el paseo con los audífonos puestos. Pero fueron una distracción completa, porque en vez de sus cuarenta minutos hizo una hora; jadeando y sudando a mares, la refrescante ducha se llevó el sentimiento de malestar. A pesar de eso, no pudo evitar los minutos completos frente al espejo mientras repasaba las benditas marcas de su espalda. Anverso al reflejo de su yo más pálido, vagó entre muchas ideas.

Si Gabriel decidía actuar como si nada sobre la noche de ayer, él también lo haría. Pero esa afirmación no venía sola, traía una duda. ¿Y si no?

Cuando servía la comida para el desayuno se sorprendió con la persona que encontró en medio de la sala, solo dio un pequeño salto en su lugar, luego parpadeó mientras movía los ojos de lado a lado. Gabriel traía puesta una máscara y no cabe recalcar lo superfluo que era verlo con ella. Edgar tuvo que rodearlo para dejar los platos en la mesa.

– ¿Quieres café? –caminó a la cocina dándole la espalda y luego volvió a girarse para mostrar el que ya tenía preparado.

–Por favor –dijo aún de pie en la sala. Tomó el lugar que ahora era suyo en la pequeña mesa, sin quitarse la máscara. Makishima asintió sin saber en realidad si seguía mirándole, la máscara no dejaba espacio para ver sus ojos.

Mientras dejaba la taza azul y se acomodaba en su lugar, hizo su jugada.

– ¿Debería asustarme por lo que estás usando?

–Es de mis últimas bromas –uno para comer debe tener la boca al descubierto, así que Gabriel por fin se deshizo de la extraña careta.

Vaya, una de sus últimas bromas, significaba que se quedaba sin material; por fin podría descansar. Aunque la verdad el Libro debía aceptar que, en su mayoría, lo que el Divino hacía para hacerle perder la cabeza, eran cosas inofensivas.

*****9:00 a.m.*****

De repente el Libro soltó un sollozo. Cuando el Divino volteó a verlo sus ojos estaban cubiertos de lágrimas.

– ¿Qué ocurre? –Gabriel parpadeó confundido y sinceramente preocupado. Supo amortiguar la necesidad desesperada que sentía y que le incitaba a consolarlo.

–Se murió –sostenía el celular con la mano izquierda y giró la pantalla para que "entendiera" de qué hablaba.

– ¿Quién? –consiguió suspirar mientras un ligero mareo le aturdía.

–El tipo –la voz del Libro temblaba un poco; de verdad estaba llorando.

Como si supiera de quién hablas. Pensó Gabriel.

–Confío en que te refieras a un personaje ficticio...

–Así es –apretujó el celular contra su pecho, haciendo un esfuerzo por limpiar sus lágrimas–. No merecía morir, pero el autor dice que es necesario –dejó atrás la tristeza para pasar al odio, sus delgadas cejas hicieron algo parecido a un intento por juntarse–. Es un maldito.

Ashes [Hijos Divinos] |•COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora