19-Sayomi. Desconfianza

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El ambiente adecuado hace que hasta las personas más introvertidas digan una palabra o dos.

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Casi en la madrugada y aprovechando el sonido de la tranquila respiración del Libro, de nuevo salió del apartamento por la ventana evitando hacer ruido. En cuanto estuvo fuera y sobre la acera de la calle, encendió un cigarrillo. Al caminar por unas cuantas casas a oscuras dentro de la profunda noche, identificó su objetivo incluso antes de tenerlo enfrente. La chica esperaba por él detrás de un poste de luz, iba cubierta con una chamarra gruesa y ocultaba su mirada con una gran gorra de béisbol.

–Parece que tomaste la mejor decisión –llamó su atención en la silenciosa calle. La chica giró para mirarle con temor, sin poder hacer frente a sus ojos profundos, aparatando la mirada. Hace dos días la había citado a ese lugar, cuando por la madrugada se encontraron después de que él sintiera su presencia; pues solo necesitaba dormir como máximo una hora al día para recuperarse, así que en cuanto se hubo recobrado salió por un cigarrillo y fue cuando la encontró la primera vez–. Me imagino que sabrás que he venido a decirte

–Más o menos –la muchacha debía tener unos quince años. Un Libro que se había mezclado en una pequeña escuela, sus acciones eran casi mínimas, sin embargo, el actual sensible sistema de Gabriel la volvía una fuente muy atrayente de sentimientos. Un estorbo.

–Será mejor que te vayas de esta zona, borra todo de tu familia de inmediato. He estado ocupado con mi propio sujeto y no quiero que me molestes –giró para irse, pero después de unos segundos se dio vuelta con algo en mente–. Aunque, antes puedes hacerme un favor, ya que acabo de darte la oportunidad de marcharte.

Nada convencida, la chica no tenía más opción que acceder.

– ¿Para qué me necesitas?

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¿El lugar?, el perfecto para sembrar una gran cantidad de hermosas flores, característica que el dueño del lugar no dudó en aprovechar. Las flores bajo su piel le hacían cosquillas y el polen amenazaba con hacerle estornudar, la brisa traía miles de aromas de temporada. Se incorporó, ya no estaba solo; en el vasto y extenso lugar donde las montañas se perdían hasta el infinito, se encontró de nuevo acompañado.

–Hola Makishima –saludó el chico de cabello negro.

–Hola –sin saber de qué hablar, volvió a tomar asiento, jugó con los pétalos de algunas flores cercanas y arrancó una–. Se ven muy vivas, tan llenas de colores.

– ¿Vivas? –permanecía de pie mirando hacia el límite del cielo y la tierra–. Cuando están más prontas a morir es que son más hermosas.

–No sabía –la que tenía en su mano comenzó a marchitarse, se hizo polvo entre sus dedos. Las cenizas se esparcieron con el viento, el cielo era pintado por un azul pastel y las cenizas volaban con total libertad.

–No te preocupes, no es muy común. Deberías escribir más... ¿sabías que las formas de expresarse mediante palabras son inagotables?

– ¿Eres la muerte?

El desconocido miró hacia las flores, tal vez buscando las palabras para contestar correctamente. Un gran ciervo pastaba sobre las flores marchitas, era blanco, imponente y con unas astas llamativas, caminaba por todo el lugar mientras buscaba buen pasto para comer.

–La muerte o... ¿la vida? –se preguntó a sí mismo–. No lo sé, quizá ambas –puso una mano sobre la hierba y esta creció, creció tanto que también murió–. La muerte es vida y la vida está en la muerte. Podría ser lo mismo, una sola persona para el único trabajo. Los animales se alimentan de otros por energía, para vivir un día más. Sería complicado tener a dos sujetos tan opuestos para conceder y quitar, cuando bien puede ser dictado por un único ser.

Ashes [Hijos Divinos] |•COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora