Hierro fundido

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Mientras el sol se ocultaba; Naoki acariciando su larga barba observaba a un lastimado Aren, el cual era atado a un tronco por dos darkgars. Cientos de espectadores de encontraban alrededor del sector en el que el rey se hallaba protegido por un grupo de guardias. La luz de las antorchas y lámparas de aceite causaban que el rostro del monarca se viera mas tétrico de lo usual.

—¡Hermanos míos! —comenzó Naoki su discurso —¡Este hombre, mi medio hermano, general del glorioso ejército darkgar, nos ha traicionado! —una serie de cuchicheos se escucharon en el área —¡Su acto debe ser castigo, adelante hermanos, denle su merecido!

Cuando el discurso finalizó, los ryuenses que presenciaban la escena, le lanzaron a Aren cualquier cosa que tenían a su alcance. El vikingo no tardó en quedar completamente cubierto por todo tipo de sustancias y desechos. A medida que pasaban los minutos mas ciudadanos acudían al centro de Lemen para humillar al desdichado varón, por lo que, cuando el sol finalmente se escondió, un ejercito de ryuenses, de todas las clases sociales, se encontraba en el lugar.

"Saldrán, en cualquier momento Drago vendrá por su hermano favorito...", pensó Naoki, quien luego, posó sus ojos en un grupo de soldados que vestían como personas corrientes. "Esos idiotas son tan predecibles..." reflexionó el monarca, cuya atención se encontraba sobre un grupo de ciudadanos que llevaban puestas ropas negras. 

Los primeros en salir fueron los señuelos. Los refuerzos recibieron la orden de ser los segundos de dejar el escondite, pero aquel grupo, conformado en su mayoría por vikingos, tardo en salir, pues no querían irse a la batalla sin antes despedirse de sus seres queridos.

Estoico toco afectuosamente la cabeza de Hipo y tras ello, miro con seriedad a su primogénito para decirle solo una palabra, "cuídate".

El jefe de Berk pocas veces demostraba afecto, pero cuando el y su hijo fueron inmersos en la batalla de los ryuenses, el pelirrojo sintió la necesidad de expresar lo que sentía por Hipo, pues, pensó que cualquier reencuentro, podría ser el último.

Mientras que Hipo y su padre se despedían, Astrid se rehusaba a soltar a su padre. Al igual que Estoico, la vikinga creía que en cualquier momento su progenitor moriría.

—Volveré, lo prometo linda...—dijo Jensen, acariciando la cabeza de su hija —Eres una chica fuerte, y eso lo heredaste de mí. ¿Crees que me dejaré matar por unos guerreros idiotas? —intento el escandinavo hacer reír a Astrid, pero no lo consiguió, la muchacha no borraba la tristeza de su semblante.

La voz de Estoico interrumpió la despedida de Jensen y su hija. La orden era clara, el padre de Astrid tenía que partir, tenía que dejarla otra vez. El vikingo tomó el rostro de su hija, y beso la frente de esta, y luego esbozo una sonrisa.

—Nos veremos en el Valhalla...—las palabras de Jensen causaron que Astrid abriera los ojos de par en par —Pero no será mañana linda, ni pasado mañana, te prometo que volveremos a Berk...


Cuando el escuadrón de Estoico se perdió entre las sombras, el grupo de Ryu – Hei se preparó para partir, pues su tarea no era del todo fácil, pues, los dragones que necesitaban se encontraban en Kunin . Mientras los muchachos alistaban las sogas de las que se sostenían de los dragones, Brutacio le explicaba a Brutilda lo fácil que era montar a un dragón. El rubio se posó frente a la criatura de dos cabezas que lo había ayudado a llegar hasta Ryu, y tras esto frunció el ceño, cosa que ni inmuto a la criatura.

—Y...¿Qué se supone que harás, hermano? Ja,ja,ja, ¿Atormentarlo con tu fealdad? —soltó Brutilda entre risas.

—¡Oh, claro que no tonta hermana! —respondió el joven, extendiendo sus brazos —Solo mira y aprende del maestro...

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora