Solo es una bestia...

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Los brazos del vikingo que cargaban a la chica rubia eran fuertes y al mismo tiempo cálidos. Astrid, recordaba vagamente la última vez en la que un hombre, su padre, la había tomado de esa manera. El vikingo era joven, un poco mayor que ella, su cabello era castaño y sus ojos verdes; tenía un cierto parecido con Hipo, pero no podía ser él; el delgado hijo del jefe era muy pequeño como para levantarla de esa manera.

Cuidadosamente, el muchacho, de apariencia amigable, dejo a Astrid a los pies de un árbol seco; hacho esto movió su cabeza en todas direcciones; la rubia supuso que lo hizo para asegurarse de que el lugar era seguro.

Unos rugidos se escucharon a los lejos causando que el corazón de la muchacha se paralice por el miedo. Aquellos chillidos bestiales traían a su mente el momento en el que las llamas exhaladas por un dragón la envolvieron; extrañamente la joven no podía recordar cuando ocurrió el hecho, sabía que un reptil alado había quemado sus brazos, sin embargo, las imágenes exactas del hecho no eran capaces de llegar a su mente.

—Astrid...—soltó el joven, mientras miraba con atención a la chica.

—¿S...si? —pregunto la chica, sintiéndose frágil ante la presencia de aquel fornido varón

—Despierta...—le exigió el veinteañero de mirada amistosa.

—Pero...si estoy...despierta...—dijo la muchacha con dificultad, pues una sensación fulminante de ahogo la invadió.

—No...no lo estas...— refutó el joven, para luego tomar el rostro terso de la chica entre sus manos, extrañamente suaves y delicadas.

—¿Qué...que dices? — preguntó la muchacha, casi al borde de la asfixia.

El vikingo no respondió, solo se limitó a mirar a Astrid con preocupación, para después soltar algunas palabras que la rubia no pudo comprender.

El rostro de Astrid de tornaba cada vez más pálido. El muchacho sabía que debía actuar rápido, pues la vikinga se encontraba al borde de la muerte. De una manera completamente insolente, el vikingo acerco sus labios a los de la chica, y súbitamente compartió su aliento con la muchacha de labios rosados.

El aliento caliente del muchacho obligó Astrid a cerrar sus ojos. Su corazón, que momentos antes latía débilmente, recupero sus fuerzas, y comenzó a saltar tan vigorosamente, que daba la impresión de que en cualquier momento saltaría de su pecho.

Los ojos de la vikinga se abrieron de golpe. Su respiración, aunque pesada, demostraba que la vida había regresado a ella. Desorientada, la chica miró hacia todas direcciones. Lo primero que pudo divisar fueron los iris color verde esmeralda de Hipo, luego su atención emigro a su derecha. Sus ojos se abrieron por el terror que le causó el ver a una enorme bestia alada a solo metros de ella.

—E...eso...eso...—dijo Astrid entrecortadamente, a consecuencia del terror.

—Tranquila, no es peligroso...—aclaró Hipo, tomando a Astrid de los brazos, para impedir que realizara un movimiento brusco.

—¡¿Cómo que no es peligroso?! —exclamo la vikinga, poniéndose de pie de un salto.

El dragón retrocedió asustado. Abrió su boca desdentada, que luego de unos segundos se repleto de filosos dientes, emergidos casi como por arte de magia.

Los jóvenes vikingos aterrorizados por la repentina acción de la criatura negra se tumbaron de espaldas en la arena y posteriormente, aun tendidos en el suelo, se arrastraron para alejarse de la bestia.

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora