Las islas del dragón

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La oscuridad y los suspiros de un dragón de escamas azules los acompañaban. La cueva que los protegía era pequeña, las rocas que la conformaban se encontraban tan cerca las unas de las otras que durante largo tiempo Sei – Ryu pensó que él y su hermana quedarían atrapados bajo esas colosales masas sólidas.

La respiración de la criatura alada que dormía junto a los gemelos era suave, en cierto modo, inaudible, cosa que resultaba bastante peculiar en un ser de su tamaño.

Los ojos de Ryu – Hei se posaron sobre el cuerpo tembloroso de su hermano. La poca luz que se filtraba por la escasa separación que las rocas tenían, le permitía a la niña observar los rasguños que se amontonaban sobre la cara de su mellizo. El liquido rojizo aun corría por las mejillas del chico, y también lo hacían algunas débiles lágrimas, cosa que provoco que el corazón de Ryu se apretara.

—papá llegará pronto...—susurro la morena, mientras intentaba contener las lagrimas —estoy segura de que estará bien...

Las palabras de la niña fueron ignoradas por Sei. El muchacho de ojos rasgados no paraba de imaginar desgracias; su cuerpo temblaba cada vez que por su mente pasaba la idea de la muerte se su padre.

—Sei...—murmuro Ryu – Hei, acercándose hacia su compañero — te prometo que papá esta vivo, es Kyo después de todo, uno de los mejores guerreros del archipiélago, no hay forma de que lo maten, y mucho menos unos tontos vikingos —le explico la muchacha a su gemelo, para luego, abrázalo con suavidad.

—¿lo sientes? —le pregunto el chico a Ryu, apartando de súbito su pesar.

Un gesto de perplejidad se dibujo en la cara de la niña, quien alzó la mirada, dudosa, pues no sabia si la pregunta de su hermano iba en serio.

—¿sientes ese aire? — consulto, nuevamente el niño, sin despegar los ojos del exterior de la cueva.

La adolescente se aparto del torso de su hermano, y tras esto, se arrastro hacia la grita que separaba el interior del peligro. Sin pensarlo detenidamente saco la parte superior de su cabeza. El aire de la madrugada meció su cabello azulado, la ventisca no era suave, por lo que la niña tuvo que entrecerrar los ojos para divisar mejor la figura que se imponía en el horizonte.

—¿Qué ves? —preguntó exaltado Sei – Ryu, mientras tiraba la ropa de su gemela.

—barcos —respondió secamente la niña, sin apartar su atención del horizonte —Drago ya viene...

Las ojeras se habían apoderado de casi la totalidad del rostro de Drago. El líder de la flota no había sido capaz de dormir, la noticia de la huida de los mellizos era la causa; tanto el cómo Naoki sabían que esos niños eran bastante peligrosos.

—se...señor...—sonó una voz desde el exterior de los aposentos.

Drago giro la cabeza, y con todo el desdén que era capaz de trasmitir a través de si mirada, poso su atención en Alfred, quien con la cara pálida a causa del terror que le causaba la ira de Drago, se encontraba tras las puertas.

—¿Qué quieres? —le pregunto el vikingo líder.

—estamos a solo media hora de arribar en Ryu señor...—avisó Alfred, de la manera más seria posible.

—¿arribaremos en Lemen? —pregunto Drago, para luego, darle la cara al mensajero.

—si señor — respondió el vikingo regordete — además, los ministros de Naoki informan que un par de campesinos vieron a los gemelos, por lo que se deduce que los niños no salieron de la isla principal — continuó mientras permanecía erguido.

El ceño fruncido de Drago, cambió súbitamente a una mueca de satisfacción. Sintiéndose un poco más relajado, camino hacia la ventana que se encontraba tras su escritorio, e ignorando por completo la presencia de Alfred comenzó a emitir suaves pero terroríficas carcajadas. 

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora