¡Maldita tormenta!

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Los ojos verdes de la fiera criatura negra, eran la única parte de su cuerpo que no se camuflaba entre la atemorizante oscuridad nocturna. Con cautela, el dragón avanzaba hacia el lugar en el que Hipo, y Astrid se encontraban. El muchacho, el único humano consiente en el barco, solo era capaz de divisar una mirada brillante caminar hacia él y su compañera durmiente.

El sonido incesante de las olas al chocar violentamente con la madera del barco le impedía a Hipo pensar en un plan que le permitiera librarse del peligroso animal, más sombrío que la noche misma.

El dragón se encontraba a escasos metros del rostro de Hipo. La distancia que separaba al chico humano de la bestia era tan mínima, que el muchacho podía sentir el aliento del reptil rozar sus mejillas. Preocupado por la posición del dragón, el joven, tomo a la durmiente Astrid y la empujo lejos del peligro, poniéndose el delante de la chica, que continuaba balbuceando frases incoherentes.

La criatura retrocedió unos centímetros al ver la reacción del humano. A pesar de que era mucho más grande que el joven vikingo, no podía sentirse confiando; las experiencias que había tenido con otros seres de la misma especie no habían sido las mejores, sabía que no se podía confiar en un humano por más débil y amigable que se viera.

Las olas se volvieron más feroces. Un viento fiero se alzó de repente, causando que la vela del barco que tripulaban Astrid, Hipo y el dragón negro se moviera con fuerza, provocando que la nave cambie de dirección. Del cielo caían enormes gotas de agua, que, al ser empujadas por el potente viento, lastimaban el rostro de Hipo, como si fueran pequeñas, pero letales dagas.

El cuerpo de Hipo, cegado por la adrenalina y el miedo era incapaz de poner su atención en otra cosa que no fuera el dragón que se encontraba frente a sus ojos.

Un impulso incontrolable, motivo a Hipo a caminar hacia el dragón, que, parecía bastante asustado por la tormenta. Sin comprender el porqué, el chico pecoso extendió su brazo izquierdo hacia la enorme cabeza del dragón. La criatura aterrada olfateo la delicada mano que amenazaba con tocar sus escamas. Hipo sin pensar en los riesgos, acerco su mano hacia la nariz de la bestia y logro tocarla.

La mano del humano era cálida, pero ese calor no era capaz de calmar el ausentado corazón del dragón que brincaba dentro de su pecho, no solo por el temor que le tenía a los seres humanos, sino que, también por la tormenta que se había desatado.

Un destello, luego un sonido eléctrico, fueron los antecesores de una enorme llamarada que nació en el mástil del barco. Los ojos de Hipo se abrieron como platos al ver que un rayo había impactado su nave. Sus problemas ya no eran solo un dragón hambriento en su cubierta, sino que también su barco estaba en llamas.

—¡ASTRID! —vociferó Hipo, olvidándose por completo del dragón, que sin que él se diera cuenta, salió volando en el mismo instante en el que el rayo golpeo el mástil.

Los ojos de la chica rubia se abrieron de golpe al escuchar que Hipo la llamaba exaltadamente. Con dificultad se sentó en la madera de la cubierta que poco a poco comenzaba a quemarse. Solo un par de segundos bastaron para que se diera cuenta de la problemática situación. pero su cuerpo no fue capaz de reaccionar, estaba consciente de la situación que los envolvía, sin embargo, era incapaz de moverse.

—¡Vamos Astrid reacciona de una vez! —exclamó Hipo mientras envolvía en su manta algunas provisiones.

Astrid se puso de pie de un salto, y sin pensarlo corrió hacia Hipo para ayudarlo. Al verlo con la ropa algo destrozada y con su cuello herido, varias dudas aparecieron en su mente, pero no fue capaz de preguntar, sentía que no era un buen momento.

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora