Llegó la hora

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—Dime por favor que tienes un plan —soltó Drago, mientras sujetaba el hombro de Aren con fuerza.

El varón de barbas blancas guardo silencio por un instante; realmente no tenía un plan.

—Pues...—musitó Aren —Es algo alocado, pero lo tengo...—respondió finalmente.

—Eso, me alivia —dijo el vikingo, quien luego lanzó una mirada hacia los rebeldes que caminaban tras él.

Cuando el maestro continuo su andar, su hermanastro corrió para alcanzarlo; el menor poso su mano sobre uno de los hombros del mayor, obligándolo a detenerse.

—¿Por qué lo haces? —le pregunto el moreno al varón de tez pálida.

Aren parpadeo en repetidas veces, no comprendía a que venia la pregunta de su hermano, pero tampoco quería preguntarle a este.

—¿Por qué los ayudas? —Interrogó el escandinavo, iluminando la mente de Aren.

—Naoki ha transformado a Ryu en un lugar horrible —respondió el pálido —Si sigue en el trono no solo causara el exterminio de los dragones, también destruirá a civilizaciones completas —Explicó —No podía permitir que te matara hermano...—murmuró.

Drago soltó el hombro de Aren, hecho esto retrocedió unos pasos. Se le hacia imposible creer en las palabras de su hermano. Por años creyó que las torturas a las que había sido sometido eran beneficiosas, pero con el paso de los años las sospechas aparecieron en su mente, y en ese momento Aren solo confirmo lo que por décadas creyó.

Las miradas de los fugitivos se posaron de súbito en los hermanos causando que estos culminaran su discusión y continuaran avanzando por los pasillos sombríos de la prisión, en la cual, reinaba un silencio sepulcral.

El invierno estaba cerca, muy cerca, las nubes obstinadas que durante esa mañana se rehusaron a darle paso a la luz solar, anunciaron la pronta llegaba de la temida estación. El cielo gris que de improviso cubrió todo el lugar, provocó que al castaño que vislumbraba las montañas se le formara un nudo en la garganta.

La voz de Astrid era apenas percibida por el joven vikingo, pues este no quitaba la mirada del territorio que a lo lejos se alzaba. El muchacho estaba agotado, y se esforzaba por no desplomarse frente a su amada, quien tantas veces lo había visto vulnerable. Tras lanzar un largo suspiro, cambio su objetivo, y miró a la rubia, quien tenia el ceño fruncido.

—¿Me estas escuchando? —le pregunto Astrid a Hipo, en un tono duro.

El joven bajo la cabeza, y en un hilo de voz le pidió disculpas a la chica y esta luego de mover la cabeza las acepto, pues le era imposible molestarse de verdad con él.

—¿Qué haremos? —la voz de la chica sonó entrecortada.

—No, no lo sé...—respondió Hipo, cuya creación de ideas fue interrumpida por la caricia repentina que Chimuelo le brindo.

El castaño posó su atención en el dragón y mientras observaba al glorioso animal, y decidió que lo mejor sería llevar a cabo una idea descabellada.

—Astrid —musitó el joven —¿Serias capaz de ayudarme a hacer algo alocado?

—¿Qué dices? —se desconcertó la chica —Pues, si, lo haría, te...te ayudaría en lo que sea...—respondió.

Hipo sonrió ante la respuesta de Astrid, pero no pudo mostrar por mucho tiempo su felicidad, pues los dragones de los ryuenses habían comenzado a despertar, por lo que el joven, apunto con su cabeza hacia las criaturas, lo que causó que los ojos de la rubia se abrieran de par en par.

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora