Eventos inesperados

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A pesar de que trataba de mantener la mirada fija en otro sitio, Ryu – Hei no era capaz de ignorar la tierna escena que Hipo y Astrid habían montado. El castaño acariciaba la cabeza de la vikinga como si esta fuera de porcelana, y la joven, se mantenía aferrada al pecho de este, como si de ello dependiera su vida. La morena sonrió ligeramente. No se atrevió a realizar ruido, pues no quería alertar a la tierna pareja; al verlos abrazados de una manera tan cariñosa, la muchacha de cabello negro no pudo evitar el recordar cuanto su madre y padre se querían, lo que causo que una serie de memorias agridulces llenarán su mente, pero los pasos toscos de Akise, la sacaron de ensoñación. El chico posó sus ojos amarillos en la pareja, y tras esto, le lanzó una mirada cargada de desdén a Ryu, a quien rápidamente se le borró la sonrisa.

—Idiotas...—bufó el ryuense en su idioma natal, causando que los enamorados se separaran de golpe.

—Akise...—se molesto la morena.

Astrid e Hipo se incorporaron. Los muchachos no podían ocultar la vergüenza que les causó el ser descubiertos por los nativos; sus rostros semi rojizos los delataban, a pesar de que ellos ya no temían el demostrar el cariño que se sentían, si les resultaba incomodo el que otros presenciaran sus muestras de afecto.

—Deberían preocuparse por cosas importantes, y no por...—El pelinegro le lanzó una mirada cargada de repudio a Hipo — Por eso...abrazarse y besarse, que tontería...—Refunfuño el joven, al mismo tiempo que les daba la espalda a sus compañeros — Ya que quedo claro, los vikingos son unos débiles...

—¡Akise! —soltó Ryu – Hei frunciendo el ceño —No puedes insultarlos de esa manera....

—¡Hare lo que se me da la gana! —interrumpió el ryuense, para luego marcharse de la cueva, dejando perplejos a todos los presentes.

Los vikingos posaron su atención en la morena, cuyos ojos estaban cubiertos de lágrimas. Astrid intento decir algo para animarla, pero su boca estaba sellada, por otro lado, en la cabeza de Hipo no cabía la idea de que un muchacho fuera tan grosero, Ryu – Hei no era una mala persona, a pesar de que Hipo la conocía muy poco podía decirlo con certeza, por ende, era incapaz de comprender el tarto que recibía por parte de Akise.

—Discúlpenme, me iré un momento...—murmuro la joven, mientras se retiraba cautelosamente.

La oscuridad los envolvía, la noche los había atrapado de improviso, y el grupo de vikingos aun no se topaba con un solo dragón. El manto nocturno los mantenía inmovilizados; el líder del grupo, sabia que un paso en falso podía ocasionar el fallo de la misión, por lo que, les había ordena a todos los jóvenes que lo seguían, mantenerse quietos.

—Señor Jeff...—dijo Patapez, siendo incapaz de controlar los temblores de su cuerpo.

—¿Qué sucede hijo? —preguntó Jeff con tranquilidad.

—No cree que seria mejor regresar...—opinó el joven rubio.

—¡¿Qué dices hijo?! —exclamó el vikingo mayor —¡No podemos regresar con las manos vacías! ¡esto es una lucha contra el tiempo! ¡y si no pudimos llegar hasta los dragones, esperaremos que ellos vengan hacia nosotros! — vociferó el escandinavo, para luego sentarse en el césped que rodeaba un gran árbol.

Los jóvenes que acompañaban a Jeff se miraron preocupados; a diferencia del cuarentón regordete, ellos no conocían el área en la que estaban, por lo que el miedo de que alguna persona o ser desconocido apareciera de los árboles, estaba latente. Completamente invadidos por el terror, los adolescentes se sentaron junto al vikingo; Eret toco su espalda, pues esta, aun le dolía, pero se esforzaba por no hacerlo notar, Brutacio se aferró al brazo de Patapez, y este no dudo apegarse al delgado cuerpo del joven vikingo; por otro lado, Patán se mostraba fuerte, no se dejaba intimidar, sin embargo, el sutil andar de una rata, hizo que el moreno gritara despavorido, lo que causo que todos los demás emitieran ruidosas carcajadas. 

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora