Cuida tu espalda

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Atónita, Astrid observaba cada movimiento que realizaba la morena; las acciones de esta eran ejecutadas con gran delicadeza, la chica tomaba los objetos de una manera dulce y femenina, cosa que desconcertaba a la rubia.

Las manos de Miyaki rodearon a un pequeño frasco, que estaba repleto de una sustancia verde y viscosa, luego, la morena abrió un armario, del cual extrajo un par de vendajes, de un aspecto limpio y suave.

—toma nota —emitió la chica, mientras cerraba la puerta del mueble —jamás te acerques a un dragón enojado, si lo haces, te quemarás más que solo los brazos —explico, para luego acercarse a Astrid, cuyo rostro, lucia una expresión bastante seria.

—¿estas molesta? —le pregunto la trigueña a la vikinga, al ver su ceño fruncido.

—no...—mintió Astrid, pues la advertencia de Miyaki había sido en vano. Los brazos de la rubia no se encontraban quemados por la irresponsabilidad de ella, sino que, todo había sido por la culpa de Drago.

—lo siento...—se disculpó la muchacha, adivinando el malestar de su huésped

—no...no te disculpes, no estoy molesta, solo pienso...— se excusó Astrid, mientras bajaba la mirada.

—no trates de engañarme, se lo que te pasa y se lo que planeas — dijo Miyaki, mientras sus ojos brillaban.

El rostro de Astrid palideció, su plan había sido descubierto. La sangre de la rubia comenzó a helarse, y el mismo frio congelo sus pensamientos; intentaba buscar una salida, o idear un plan coherente que le permitiera escapar, pero su asustado cerebro se lo impedía, no sabía que hacer, ya no tenía escapatoria.

—escucha...—murmuro la morena, acercándose al oído de la congelada Astrid —yo...—sus palabras fueron interrumpidas por un fugaz y seco golpe que la rubia le propino en la mejilla.

Astrid se puso de pie rápidamente y con la adrenalina recorriendo cada centímetro de su cuerpo, se abrió camino hacia la puerta de la habitación, pero, Miyaki se puso de pie como un felino, y de un salto, redujo a la vikinga.

—tranquilízate...—murmuro la morena, mientras tomaba de los brazos a Astrid —no voy a lastimarte, estoy de tu lado —añadió —¿crees que Drago me dio estos aposentos solo por qué si? —pregunto, para recibir como respuesta un leve movimiento negativo de cabeza por parte de Astrid —soy la puta de Drago...—rebelo, mientras soltaba los brazos de la rubia.

—¿Qué? —dudo la joven atemorizada, sin abandonar su mueca de sorpresa.

—le doy favores sexu...

—se lo que haces —interrumpió Astrid las palabras de Miyaki —lo que no comprendo es porque estas de mi lado —continuo.

—no la mejor persona del mundo, creo que eso responde tu pregunta —contesto la morena, mientras tomaba los utensilios que yacían en el suelo.

—no...eso no responde mis dudas...—dijo desafiante la rubia.

—esta con Naoki, odio a ese tipo —respondió la morena, sin levantar la mirada — Naoki es la maldad hecha persona, si te contara todo lo que ha hecho te sorprenderías.

Astrid callo. Una extraña sensación comenzó a recorrer el cuerpo de la muchacha; una parte de su corazón le creía a la morena, pero la otra se negaba a hacerlo.

Hipnotizada por el agotamiento, la rubia camino hacia la cama que se situaba al centro del cuarto y se sentó en ella, sin despegar los ojos de Miyaki, quien ya había culminado su tarea.

La trigueña alzó la mirada, y al ver a la vikinga con un semblante calmado sonrió, no de una manera brusca, sino mas bien de una manera dulce.

—te curare los brazos —soltó la pelinegra, para luego ponerse de pie.

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora