Todo falló

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Con una sonrisa torcida en su maltratado rostro, Drago observaba a los jóvenes, que tiernamente se besaban a luz de la luna. Su mano áspera, presionaba con fuerza la pared que le permitía ocultarse de la visión de los chicos, cosa que parecía innecesaria, pues aquellos adolescentes se encontraban demasiado concentrados en disfrutar el beso, que ya, se había prologado por bastante tiempo.

—esos niños...—murmuró el moreno, mientras su rostro se desfiguraba por la ira —¿creen que soy idiota? —se preguntó a si mismo, para luego, aproximarse a los enamorados.

—¡señorita Hofferson! —vociferó el vikingo, de una manera tosca.

Los muchachos que no habían advertido su presencia de separaron pasmados, tras esto, posaron su mirar en la enorme figura del hombre, que proyectaba una sombra tal, que era capaz de eclipsar los delgados cuerpos de los chicos.

—no me había contado que se llevaba tan bien con el joven Hipo —dijo sarcástico Drago, mientras se imponía.

—yo...eh...yo...—tartamudeo Astrid, con el pavor a flor de piel.

—se...señor...—intervino Hipo, mientras sudaba de terror.

—¡¡MALDITOS BASTARDOS!! —refunfuño el vikingo, para luego abofetear a Hipo.

—¡no es su culpa! —exclamó Astrid, tomando el rostro ensangrentado del castaño.

—¿no lo es? -pregunto Drago —¡¡¿NO LO ES?!!—gritó enfurecido.

—solo nos besamos, no hicimos nada malo — argumento Astrid, para después, abrazar con sutileza al chico que la acompañaba.

—jajaja -rio Drago —¿crees que me importa que se hayan besado? —consulto, con el ceño fruncido —¡¡¿CREES QUE ME IMPORTA?!!

Un centenar de vikingos armados apareció de improviso en la cubierta. Los hombres altos y de aspecto poco amigable, se encontraban listos para atacar.

El miedo, no le permitió a Astrid responder. Su plan había fallado, estaba segura de que Drago había escuchado todo, absolutamente todo lo que le contó a Hipo.

—en este barco no se mueve ni una daga sin que yo lo sepa, en este y en los otros cien que conforman la flota — dijo Drago, mientras tocaba con dureza el rostro de Astrid—¿crees que no sabía lo que planeabas?

Tanto Astrid como Hipo quedaron estupefactos. Ese hombre, que estaba parado frente a ellos solamente los había usado como simples juguetes, solamente se había divertido. Los corazones de los chicos comenzaron a latir con fuerza, sus pulsaciones eran tan rápidas y poderosas que eran perceptibles desde el exterior de sus cuerpos.

—fue divertido ¿no les parece? —añadió Drago, para luego mirar a sus hombres —llévenselos donde pertenecen ¡a las celdas! —ordeno el moreno.

Los vikingos con las hachas y espadas en alto se acercaron hacia los adolescentes, y con una rapidez, que no parecía propia de sus grandes cuerpos, los tomaron de los brazos.

—¡suéltenme! —gruño Astrid, mientras se retorcía.

—¡basta! —suplico Hipo, mientras su rostro se empapaba de lágrimas.

La rubia, pateo en la entrepierna a uno de sus captores, pero los compañeros de captor no le permitieron a la chica huir, pues si sentir piedad comenzaron a golpearla, de una manera salvaje e inhumana, cosa que causo que la chica se derrumbara en el piso de la cubierta.

—¡paren por favor! -pidió el castaño entre sollozos —¡no la lastimen! ¡golpéenme a mí! ¡a ella no por favor! —clamo Hipo, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

Corazón de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora