37. Mi Columna

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Capítulo 37

Mi Columna

Lía

Confiaba. La mano de Robín siempre se mantuvo firme sobre la mía y no la solté, dejé que me guiara por el camino que él pensó era propio para los dos, porque lo de esta noche me dejó más que claro que su amor por mí no tenía límites. Quizá la forma en que amenazó a Marcus me asustó en un principio, sin embargo, fue lo único que necesité para estar segura de que sí valía la pena arriesgarlo todo.

—Dios, no sé por qué no arreglan estas malditas bombillas—masculló Robín.

Se me salió una risita que le hizo mirarme.

—Puedo mostrarte un lugar donde no necesitamos la luz de las bombillas —comenté mientras nos deteníamos frente a la entrada principal de la residencia.

Esta vez fui yo la que tomé su mano y lo arrastré por un lejano sendero del campus.

Entrelazó sus dedos con los míos.

El gesto se sintió malditamente bien; la calidez que me proporcionaba su contacto hizo más llevadero el frío que hacía. Fue como si un calor intenso me recorriera cada parte del cuerpo, partes gorditas que podían ser bastante calentitas a veces. Sí podía sonar idiota, pero estaba bastante consciente de que no tenía el cuerpo de una supermodelo.

—Te dije que no necesitaríamos luz.

Los ojos de Robín se abrieron con sorpresa cuando llegamos al lugar. La luz de la luna iluminaba como un gran farol. Aquel pequeño sitio se parecía mucho al que solía ir cuando estaba en la escuela secundaria. Un banquillo estaba situado debajo de un gran árbol, donde nos acomodamos Robín y yo, uno al lado del otro.

—Se parece...

—Lo sé. —No despegué la mirada de la luna—. Gracias por lo de esta noche con Marcus. Yo... —Me callé, no sabía con certeza qué decir.

—Sabes, Lía —apretó con más fuerza mi mano—, cuando íbamos al jardín de niños tenía una extraña devoción por ti. No quería admitir que eras la niña más bonita de todo el mundoooooo, pero al final siempre lo fuiste. —Negó con la cabeza y se rio por lo bajo.

—Ah, ¿sí? —Solté un poco divertida—. ¿Con todas esas oes?

—El punto es... —tomó mi rostro en sus manos— que ya desde aquel momento te habías robado mi corazón, Lía. Fui tan estúpido al crecer, fui tan imbécil al alejarme de ti por el simple hecho del qué dirían los demás, por simplemente vivir de las apariencias, las cuales siempre me hicieron sentir vacío, sin sabor, sin color. Lía, solo fueron estúpidos momentos que no sirvieron para nada.

—Robín, yo... —Las lágrimas mojaban mis mejillas y él trataba por todos los medios de limpiarlas con las yemas de sus dedos, pero fue en vano.

—Yo soy el que debo agradecerte, Lía. —Pegó su frente a la mía y susurró—: Gracias por darme una verdadera razón para vivir. Te amo tal y como eres, no necesito que cambies nada de ti.

No me pude resistir y lo abracé con fuerza. Que me aceptara era más de lo que había pedido.

—Te amo, Robín Hills —murmuré con todo el amor que tenía guardado por dentro.

—Yo también te amo, Lía Steph Montgomery Esfinger, y pienso hacerlo para siempre.

Nos quedamos abrazados el uno al otro como si no hubiese mañana. Lloré y seguí llorando, pero mis lágrimas no tenían nada que ver con tristeza, sino con la al fin tan ansiada felicidad que tanto esperaba, pero algo sí tenía claro, y es que este camino estaría lleno de instantes bastante difíciles, instantes en los que quizá querría rendirme. No obstante, a fin de cuentas, ya tenía a quién aferrarme. Él era esa columna que me mantendría firme y de pie.  

FINAL 

Ruidoso Silencio ( Chicas Gordas #1) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora