18. Nada para Lía

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Capítulo 18

Nada para Lía

Lía

Un fuerte dolor invadió mi pecho y tuve que mirar mis manos, las cuales temblaban como gelatina para no ver más la escena frente a mis ojos. No sabía ni por qué pensé que Robin caminaba hacia mí. Fue la idea más estúpida que alguna vez se me pudo ocurrir. Sin embargo, en aquel momento sentí una esperanza, esa de que él me iba a reclamar como suya, pero, vamos, eso nunca sucedería. Asheley era lo que todo chico quería; delgada, hermosa, con el mejor cabello que alguien podía tener y en la escuela era poderosa. Yo solo era Lía "Trasero gordo" Montgomery.

—¿Qué pasa? —La voz suave y ronca de Jack me hizo levantar la cabeza.

Lo miré a los ojos solo un instante y tuve que morderme el interior de la mejilla para reprimir las lágrimas.

—Nada, es solo que... —tomé una larga respiración y coloqué mi cabello a un lado. Trataba de hacer parecer aquello como si no fuera nada— no estoy acostumbrada a estos lugares. Me sentí algo mareada. ¿Podemos irnos en cuanto toquen la primera canción?

Me sonrió con simpatía.

—Tu hermano me dijo que pedirías algo así, pero si es todo lo que necesitas para dar tu veredicto, entonces bien, nos iremos en cuanto termine su primera interpretación.

Se sentó en el taburete vacío junto a mí y yo no pude evitar mirar su perfil cuando prestó atención al frente.

«¿Por qué no puede gustarme Jack?», me preguntaba eso a cada momento desde lo sucedido con Robín. Estaba consciente desde antes de aquello que sentía algo extraño por Hills, ese beso solo fue la confirmación de que estaba de cierta forma enamorada de él. No fue un amor que se construyó en dos días, desde niño lo observaba y, a medida que crecimos, continué haciéndolo, solo que él nunca miró en mi dirección, ya que yo era solo la chica gorda de la clase.

El primer acorde sonó y llevé todo mi interés hacia el escenario; la gente su puso a vociferar como loca. Aquellos chicos sabían cómo tener la atención de una multitud tan solo con comenzar. La voz suave, masculina y totalmente afinada de Robín, resonó en todo el lugar. Algo dentro de mí se removió. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos desde aquella distancia y pronunció parte de la letra de esa canción, supe que no soportaría siquiera esperar a que terminara.

Y no importa que nuestros mundos sean distintos, no importa que nos señalen al pasar, estoy orgulloso de que seas mía. Presumirte es como gravitar, porque, nena, estoy enamorado de tu caminar, de tu sonrisa que ilumina el mar.

—Creo que ya escuché suficiente. —Limpié con rapidez una lágrima que se deslizaba por mi mejilla antes de que Jack se diera cuenta—. Llévame a casa.

Sabía que mis ojos estaban vidriosos, pero Jack solo se limitó a asentir y me ayudó a bajar del taburete para salir de aquel lugar.

El camino de vuelta fue silencioso,

Jack se limitó a conducir, dejarme en casa y marcharse después de que estuviese segura dentro de ella. Era más que perfecto. Era el chico que cualquier chica deseaba tener, menos yo.

La tele aún estaba encendida. La noche de los viernes era el día de películas de Emma, siempre terminaba en la cama a altas horas de la madrugada y solo porque yo la llevaba.

—Lía —escuché decir a Emma, que se encontraba de pie abrazando a Puppy solo a unos pocos centímetros de mí—, has llegado temprano.

Dejé un beso sobre su frente y me limité solo a asentir.

La llevé de regreso a la sala de descanso, donde se encontraba armada su fortaleza de noches de cine.

Me dejé caer sobre el sillón mientras Emma volvía acomodarse sobre las sábanas que había tendido en el piso. Hoy le tocaba de nuevo a Frozen. El entusiasmo de mi hermanita de ocho años hacía parecer que era la primera vez que la veía.

Cuánto daría por estar así de despreocupada en este instante.

Cuánto daría por tener ocho años otra vez.

—No te desveles —dije solo por decir algo, puesto que Emma no me haría caso.

Alboroté su cabello rubio. Ella me apartó de un manotazo, pero no levantó su cabeza para mirarme. Llevé mis pasos al pequeño espacio asfixiante llamado habitación, lugar que debería ser mi más preciado refugio, pero que por desgracia no era más que cuatro paredes casi vacías en las cuales podría sollozar hasta quedarme dormida sin ser vista. Miré en la habitación de Lucy; ya roncaba con estrépito. Cerré la puerta para ahogar su motorizada respiración.

Ya en mi recámara, me dejé caer apoyando la espalda en la puerta. Las lágrimas no tardaron más en salir y las dejé caer. Con mis manos ahogué los sollozos que provenían con fuerza de mi interior.

Mi móvil se iluminó cuando llegó un mensaje de texto. Sabía que provenía de una sola persona. Era, después de Roth, el único amigo de verdad que tenía.

«Duerme bien, Lía», decía el corto pero significativo mensaje que Jack me dejó.

No lo contesté, solo me limité a llorar sin poder controlarme.

Ruidoso Silencio ( Chicas Gordas #1) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora