10. Más que perfecto

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Capítulo 10

Más que perfecto

Lía

La fresca brisa de aquel viernes por la noche me puso la piel de gallina.

Tomé una larga respiración cuando llegué a la tranquilidad del patio trasero de los Howard y me llené de paciencia para lidiar con esta mierda. Roth sabía que odiaba las fiestas, detestaba sentirme asfixiada y estancada, incluso algo mareada por el ruido y el tumulto de personas. El que me hubiese engañado para traerme aquí me tenía sumamente molesta.

—Oye, ¿estás bien? —escuché decir detrás de mí.

Al girarme, me encontré con los hermosos ojos grises de Jack Howard.

—Sí, solo... Yo... —balbuceé algo aturdida por su penetrante mirada—. Esto no es lo mío —dije al fin y dejé de tartamudear—. Fui engañada para venir aquí. Demonios, Roth debió decirme que era una maldita fiesta de mi escuela.

Levantó sus cejas, confundido.

—¿Viniste aquí con Roth Esfinger?

Pude ver sorpresa y decepción en la forma en que hizo aquella pregunta, quizás algo de molestia también.

Solté un resoplido, me giré y le di la espalda. Ahora no solo los idiotas de Robín y Marcus sabrían lo de mi hermano. Debía... No sé por qué sentía que debía decirle al chico detrás de mí o mejor dicho aclararle por qué me encontraba aquí con la superestrella, tal vez fue ver la desolación en su mirada o el enojo que me transmitía todo su rostro apretado. No lo tenía claro, lo único que sabía era que debía confesarle mi no tan ya exclusivo secreto.

—Mi hermano es un imbécil —solté cuando al fin tuve fuerzas para mirarle de nuevo—. Roth, bueno, él es mi idiota hermano mayor.

Jack separó sus labios unos centímetros ante la sorpresa. Cuando se recuperó del shock, volvió a mirarme con ojos soñadores, su rostro se suavizó y todo en él pareció calmarse, cosa que me hizo sentir una sensación extraña en el estómago. ¡¿Por qué diablos?! Debía admitir que el chico frente a mí era demasiado hermoso. ¿A quién no podría gustarle? Era grande y fuerte. Ese suéter cuello V se le pegaba tan bien a su muy tonificado cuerpo que te hacía caer la baba. Supuse que yo también babeaba, así que traté de recuperarme.

—De verdad odio las fiestas. —Rompí nuestro juego de miradas candentes y miré el suelo—. Lo último que pensé era que terminaría en tu casa. Ahora que lo pienso me imagino que Roth era el invitado del que me hablaste esta tarde. —Me cubrí el rostro con las manos al darme cuenta de que había rechazado a Jack tan duro esta tarde—. Oh, por Dios, soy una imbécil.

Jack apartó las manos de mi rostro y puso un mechón de mi cabello detrás de mí oreja. Aquella intimidad me hizo abrir los ojos con sorpresa, pero su magnífica, inigualable e incomparable sonrisa provocó que mordiera mi labio inferior. ¡Oh, rayos! Tenía un serio enamoramiento de este chico.

—No eres imbécil, Lía. —Sujetó mis manos con firmeza—. Entiendo que sigues recelosa por lo que te pasó el año pasado, fue... —Se detuvo con brusquedad cuando mi dura mirada lo acusó.

Dejó que mis manos escaparan de las suyas y me alejé. No soportaba más estar en su presencia, no después de que sacara aquel tema. Recordar por qué no confiaba en nadie era un fuerte puñetazo en el estómago y revivir en mi mente cada momento se sentía como miles de agujas pinchando mi cuerpo, pero en este instante lo que me provocaba estas arcadas era que Jack Howard tuviera presente aquella maldita situación. Me hizo entender que nunca nadie olvidaría aquello.

Cuando mis pulmones me exigieron descanso, me senté a regañadientes sobre una silla de tela que descansaba en la oscuridad de aquel patio trasero. Era raro no encontrarme con parejitas muy cachondas, pero lo agradecí. Al parecer, me alejé bastante. Supuse que me hallaba a una muy larga distancia. Eso me hizo sentir protegida por lo menos hasta el momento en el que decidiera al fin regresar con Roth para que sacara nuestros preciados culos de allí. Solo cerraría los ojos y me calmaría, pero tal parecía que estaba muy lejos para estar en paz y provisional soledad.

—Pero ¿Qué tenemos aquí? —entonó una voz que por más que quisiera NO reconocer lo hacía—. Es la niña mimada de Roth Esfinger —continuó con sarcasmo. Le presté poco caso a su comentario sarcástico y me quedé en silencio—. Te crees la gran mierda, ¿eh, Lía?

No escuché sus pasos cuando se acercó, ni siquiera pude percibir que estaba tan cerca. Su voz ronca golpeó con fuerza dentro de mí y su respiración hizo cosquillas en mi oído. Me volví con brusquedad. Para mi sorpresa, mi rostro solo estaba a pocos centímetros del suyo. Me detuve en seco y tragué con dificultad. Las ingeniosas palabras que tenía para decirle nunca fueron pronunciadas. El instante pareció eterno.

Mierda, desde aquella corta distancia Robín Hills era más que perfecto.

Ruidoso Silencio ( Chicas Gordas #1) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora