Broken

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Autor: Sayuri Taisho
Me encanto demasiado, que llore como una magdalena en sus días! Jajajaja ok no pero enserio mil respetos al autor@


La montaña estaba destruida por completo. Los primeros rayos del sol rayaron en el horizonte y el canto de las aves le dio la bienvenida a un nuevo día.

Un día rojo.

Los árboles estaban hechos cenizas, un par de ellos todavía brillaban con las últimas llamas de lo que había sido un infierno una hora antes.

El suelo estaba cubierto de partes y trozos sanguinolentos de los cientos de demonios que habían muerto aquella noche.

Naraku estaba regado en pedazos a su alrededor.

La perla de Shikon por fin había desaparecido.

La maldición de Miroku ya no existía.

Las venganzas de todos habían sido llevadas a cabo.

Por fin habían terminado. Su misión, su objetivo. Lo habían cumplido.

Pero ya nada importaba.

Sango estaba abrazada a Kohaku como si su vida se fuese en ello y para su total alivio, él le devolvía el abrazo. Estaba vivo. Pero ella no era feliz.

Miroku miraba su mano desnuda sin ver, por primera vez sin tener el rosario a su alrededor. No estaba aliviado, ni feliz.

Shippou yacía inconsciente junto con Kirara. Ambos estaban demasiado agotados.

Kouga estaba acostado malherido en las raíces quemadas de un árbol cercano.

Inuyasha estaba arrodillado con las orejas agachadas, cabizbajo, con el cabello cubriéndole el rostro y sus manos inertes a ambos lados. Estaba vacío. Estaba en shock.

A sus pies, tendido sobre su haori, estaba el cuerpo de Kagome. Frío, inmóvil, y sin vida.

Ella había muerto por su incompetencia, por su descuido. Porque prefirió asestarle el golpe final a Naraku que ponerla a salvo como lo había hecho tantas veces antes. Y ahora Kagome nunca le sonreiría de nuevo, ni lo mandaría al suelo con su conjuro.

De hecho, en el mismo instante en el que ella había muerto, su rosario se había desprendido de su cuello y yacía regado por todo el suelo a su alrededor.

Estiró la mano y por millonésima vez le acarició el rostro despacio. Su piel seguía suave como la seda, pero estaba fría. Ella ya no sonreía a su contacto como solía hacerlo cuando él se mostraba cariñoso.

¿Por qué lo había hecho tan pocas veces? ¿Por qué demonios habían peleado tanto?

El sonido de pasos ni siquiera lo inmutó. Miroku puso su mano, ahora común y corriente, sobre su hombro derecho y apretó un poco.

-Debemos volver a la aldea, Inuyasha. Todos necesitamos curarnos. Debemos buscar un lugar para.... –el monje no completó la frase. No se atrevió a hacerlo.

El hanyou finalmente tomó el cuerpo de la sacerdotisa y comenzó a caminar en silencio hacia la aldea.

Odiaba esa mirada de compasión que todos le dirigían en cualquier lado. Odiaba ver el rostro triste de la anciana Kaede y las lágrimas de Shippou que no paraba de llorar.

Odió la pregunta que le hizo Sango recordándole que debía ir a la otra época a decirle a la señora Higurashi que por su culpa su hija había muerto.

Se odiaba a sí mismo.

Agachó más la cabeza para no ver a nadie. Quería irse de allí. Quería hacerlo, maldición, pero no podía alejarse de ella. No podía dejarla sola.

Casi te pierdo.Where stories live. Discover now