27. Mejorando un mal momento

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Capítulo 27

Mejorando un mal momento

Lía

La sensación del cabello rozando mi cara era algo que me gustaba cuando había mucho viento. Aquella tarde amenazaba con llover; unas espesas nubes grises invadían el cielo. Hice caso omiso del aviso y seguí de pie bajo aquel árbol. Miré a la nada, solo dejé que mi cabello acariciara mi cara y permití que algunos mechones se quedaran adheridos a mi piel por lo mojadas que se encontraban mis mejillas. No podía parar de llorar, no desde el momento en que me di cuenta de que lo perdí. No había forma de mirar atrás, a partir de ahora todo lo que importaba era lo que había delante.

Toqué la rústica corteza de aquel árbol, como también la banca en la que me senté sola el último año. Allí sentada aprendí que mientras más ruidoso eras, más vacío estabas. Estar en aquella paz me había trastornado en muchos aspectos, pero en otros me regaló el consuelo que necesitaba y soñé muchas veces con Robín, ya que una vez, cuando éramos más pequeños, sentí que teníamos una conexión, una que solo un chico y una chica que se gustaban podrían entender, pero me reí de mí misma porque era demasiado hermosa para que él volteara a verme, nótese el sarcasmo.

Unas gotas comenzaron a caer.

Decidí volver a casa para terminar de empacar. La universidad estaba a unos buenos cuantos kilómetros de casa y yo ni siquiera tenía la mitad de las cosas que llevaría conmigo a la residencia. Lo único bueno de aquel viaje sería la compañía; Jack se convirtió en un auténtico mejor amigo. Aunque sabía que tenía sentimientos por mí, no pude alejarlo. Estar a su lado era como un bálsamo sobre mis heridas y odiaba no quererlo de la manera en la que él me quería a mí.

— ¡Ya estoy en casa! —vociferé desde la entrada.

Sentía ya el gran vacío que dejaría el no volver a pronunciar aquellas palabras en un largo tiempo.

Emma y mamá se hallaban apretujadas en el sofá. Entretanto, en la televisión salía una fea imagen de The Walking Dead.

— ¿Dónde están tus películas infantiles? —inquirí.

Las dos saltaron por el susto. Estaban metidas en esto.

—Tú te vas y yo debo ser una niña grande, aunque no sé si soporte ver un capítulo más. —Estranguló mi mano, que comenzó adormecerse en el acto.

— ¿Por qué no comienzas con algo como Crepúsculo? —sugerí—. Es más ligero para la pobre e inocente Emma Montgomery.

—Oye, que no soy nada pendeja —dijo al tiempo que cubría su boca.

Lucy la miró con desaprobación.

—Creo que, aunque lo intente con fuerza, todos mis hijos dirán improperios.

Me reí cosa, que también hizo Emma.

Las dos al mismo tiempo besamos un lado de la cara de mamá.

—Las amo tanto, voy a extrañarlas como no se imaginan. —Emma se subió a mi regazo y envolvió sus brazos de fideo en mi cuello—. No te atrevas a aumentar de peso —opiné ya con lágrimas en los ojos.

—No me importa, siempre y cuando sea tan hermosa como tú.

Volví a llorar, la apreté con más fuerza y grabé sus palabras.

Mamá se unió a nuestro abrazo y dejó un beso sobre mi cabeza. En aquel momento solo faltaba Roth y completaríamos nuestra pequeña familia feliz.

—Creo que iré a terminar de empacar —culminé nuestro instante emotivo.

Desde ahora debía conformarme con verlas de vez en cuando.

Despacio cerré la puerta de mi habitación, pero con el deseo enorme de estrellarla un par de veces para sacar la frustración que llevaba por dentro. Me quité de golpe aquel vestido y me quedé de pie frente al espejo; contemplé la imagen que me devolvía. No tenía barriga, pero mi estómago no era plano y terso como el de las demás chicas. Mis grandes muslos blancos tampoco tenían celulitis, pero parecían no ser suficientemente buenos para gustarle a un chico. Mis curvas eran exageradas y mis senos igual. No podía decir que nunca antes me sentí frustrada por ser así, pero había aprendido a amarme, hasta que Robín Hills me tocó y me trató como si fuese un pedazo de carne.

Mi teléfono celular se iluminó.

Tomándolo en mis manos, miré con sorpresa el mensaje que había llegado.

Tus curvas tienen la peculiaridad de que un hombre desee tocarlas, no por morbosidad, sino porque se imagina la suavidad y delicadeza con la que fueron creadas.

Demonios, Jack Howard sí sabía cómo mejorar un mal momento.

Ruidoso Silencio ( Chicas Gordas #1) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora